Miguel Iriarte, Colombia
Por: Miguel Iriarte
Habla el deseo
A sólo pocos pasos
el mar enseñaba sus rugidos
a la noche
por el frágil cerco de la espuma
Mientras,
adentrándose en la sombra lunada de los árboles,
copiando las formas luminosas de la arena
húmeda de pasos y de brillos,
y de las piedras talladas de curiosas cicatrices
por un reloj de sal
como un hombre con el rostro atacado por la viruela
de los días un cielo tendía su toldo de silencio
en el pedazo verde
donde pastaban en medio de ardorosos entresueños
los amantes.
Toda la noche olvidados
de que cada fragmento de aquel paisaje casi a la
deriva
denunciaba en sus cuerpos
el deseo de la madera en el agua
del viento
del insecto y la sangre
de la piedra
la sal
y la saliva.
A LAS PUERTAS DE BILLIE
Tranquila Billie
En esta puerta nadie habrá que te impida
Seguir hasta el fondo
con tu canto.
Aquí podrás entrar por todo el frente
Porque mi alma no tiene entradas falsas
Y porque yo soy el único perro
que conozco.
Aquí estaremos, Billie, solos
Y podrás arañarme el corazón
Con tus voces de gata:
“I get a kick from cocaine”.
Y podrás colgarme de tu canto:
Extraña fruta yo pendiendo de tus cuerdas
Vocales
Para que pague parte de mis culpas.
Billie
Siempre tuviste a alguien
Cruzando un pie para cerrarte el paso:
Un policía maldito que exacto
A su país
Jamás pudo entender
Que tú eras una diosa sumida en la tristeza
La única puta que subió a los cielos.
Para cerrarte el paso, Billie
Un portero
Negro disfrazado de blanco
Haciéndote subir por donde bajaban
La basura y la vergüenza.
Qué bueno que no te dejaras atrapar
A la salida de tu último hospital.
Qué bueno que burlaste la ley una vez
Más
Huyendo
Por la única puerta que nadie jamás
Controlaría.
Qué bueno, Billie
Que dejaras plantado al mundo
Por morirte.
SEMANA SANTA DE MI BOCA
Sólo queda tu ausencia repetida.
Es eso todo lo que tengo.
Tú que desapareces, que te esfumas
En la ráfaga alisia que estremece mis ramas.
Aire que nada dice.
Brisa del río que viene siempre ahogada.
Cada vez que te pierdes de mí
Más cercana del centro de mis sueños yo te encuentro
Más hundida en el pozo rojo de mi sangre
Más lejana de mis manos
Que quisieran tocarte.
Por eso sueño.
Para ordenar la defectuosa realidad
De no tenerte
Para recomponerle a Dios
Los terribles descuidos de su oficio.
Para llegar a ti primero que la muerte
Película de tiempo
Sobre la piel lustrosa de la noche.
Parejas intocables somos
frente a un telón abierto
Desde donde nos miran los duendes del deseo
Asomados distantes al mar antiguo de Taganga
Desde el claro mirador de las alturas
Desde el ojo de un pez que nos ve allí
Puestos los dos para un hambre anterior a toda sed.
Y sin embargo ausentes
En la extraña ceremonia del olvido.
Pintura viva de este mar
Para el consumo de mis ojos del alma
Con los mismos que te miro
Siempre que quiero verte y no te veo.
Espejo desierto de una sal que arde
Paisaje en el que navegan mis adentros.
Podrás, ahora que ya sabes de mí andar
En el feliz dolor de la poesía
Que voy en vuelo fácil de la nada del sueño
a mis silencios, y viceversa,
Podrás, repito,
Entender por fin que un amor por más callado
No tiene que ser menor amor.
Déjate hallar,
Perdida medicina de mí ahogo
Déjame ponerte las manos encima
Virgen gemela
Idéntica deidad a la que van mis rezos dirigidos
Dulce moreno de trópico de almíbar
Miel de ciruelas
Para la semana santa de mi boca.
ORACIÓN DE LA SAL
A mis hijos
He venido a decirlo
Con lo que puede haber de mar en mis palabras.
Este plato de sal, queridos hijos
Estos granos de sal que he traído desde el mar
Esta mañana
Han sido cultivados en su extensa verdad
Desde hace siglos
Y se los he ganado a las tormentas de mi alma
Y a los monstruos del miedo que persiguen mis
delfines
Y a los misterios del fondo que me llaman.
Están aquí, muchachos, para calmar
La pobreza de esta casa.
Y para iluminar la bruma de este muelle
En el que sólo atracan recuerdos y fantasmas
Orín de tiempo y ahogados de otras aguas.
No la rieguen en la tabla de la mesa
No dejen que su diamante más perfecto
Se confunda en el desorden de la tierra
No permitan que arda en la candela
No se alimenten con ella en demasía
Ni derramen su salmuera en la herida equivocada
Abierta
Por la hoja de metal o por la pena.
Pero, ante todo,
No dejen que sus sueños la corrompan
Y así estarán salvados de la nada.
Este deseo de sal amada mía
Tiene que ser navegado en tus rincones
Para que se alimente el hambre de mi lengua
Para salvar mi corazón con ese aliño
Para llevarme un recuerdo de sabores
Y no mirar atrás, estatua calcinada del olvido.
Señor
Aparta la sal de mis pupilas
Déjame ver el mar desde tu orilla
Guarda la sal de aquellos que tienen mala suerte
Ten para mí la cruda sal de cada día
La de mi pan, la de mi amor y la poesía.
LA SANTA ES ELLA
Por mí cruza la fe pero no se detiene
Sus cruces esporádicas persignan levemente
El territorio preocupado de mi frente
Sin que dejen aún sus huellas en mis rezos.
No tiene en mí el misterio su ilusoria respuesta,
Como no soy testigo de lo que no me consta.
Yo sólo he venido hasta tu casa
Detrás de esa mulata que tienes ante Ti
Casi desnuda
Allí donde la ves
Sólo su piel de barro debajo del inocente
Trajecito de volantas moradas
Con tan poquitos años que ni tú los sospechas.
Y no me muevo de aquí
Porque el chorro de luz que viene de tus ojos
Adelgaza la leve popelina del vestido
Y me deja adivinar el paisaje sagrado de su cuerpo
Arrodillado a tus pies en el reclinatorio
Mientras sus labios
(delicado bocado de mi beso futuro)
moviendo un hilo de saliva iluminada
logran cantar algo de Bach que jamás han escuchado.
Mañana, que es sábado
Ella me invitará a una sopa de palmitos
Y en el patio sombreado de su casa
Beberé un vino dulce de corozo
Que me hará pensar un poco en Ti.
Pero la santa es ella
Porque a la prima noche
Y luego de todos sus oficios
Bañada y confesada
Podrá llegar desnuda detrás de los olivos
Con su cuerpo de Cristo sólo para mí.
POEMA DE LAS POCAS VENTAJAS
"Lo que soy yo me compro una pistola"
Roque Dalton
Como es que uno
a pesar de tener el sol de nuestro lado
y el favor de la luz y de la sal.
Que puede
- angustias más tropiezos menos –
caminar sueltos por la calle que escojamos
sin importar qué tan altas sean las horas.
Que puede disfrutar de la fruta gozosa de la mujer
amada o no.
Que posee la ventaja del grito y el regalo del cuerpo.
Que puede – mal que bien –
sentarse alrededor de algún arroz barato
sentir el agua navegando nuestros laberintos
y conseguir cualquier licor vulgar en nuestras fechas tristes.
Que puede leer a Borges, por ejemplo,
y escuchar el soplo sagrado de un saxo: el de Hawkins
(haciendo Body and Soul)
insistiendo en que somos de la estirpe obscura de Caín.
Yo no sé
francamente
cómo es que después de tantos dones:
Después de conocer la rosa
y la piel
escandalosa
de unos senos,
somos tan desgraciados.
Maldita sea!
Qué hacemos
para resistir estas ganas de malversar nuestras cenizas
de una vez
por todos.
Miguel Iriarte Díaz-Granados nació en Sincé Sucre en 1957 y reside en Barranquilla desde hace 30 años. Poeta, publicista, periodista cultural, gestor cultural y catedrático. Direige el Festival Internacional de Poesía PoemaRío. Ha publicado los libros de poesía: Doy mi palabra. Ediciones Simón y Lola Gubereck, Bogotá, 1985; Segundas intenciones, Ediciones Metropolitanas, Barranquilla, 1996; Cámara de Jazz, Editorial La Iguana Ciega, Barranquilla, 2005 y Poemas Reunidos, Universidad Externado de Colombia, Colección Libro X Centavo, Bogotá, 2009.
Es Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico, Especialista en Gerencia y Gestión Cultural de la Universidad del Norte; Magíster en Comunicación de la Universidad del Norte. Ha sido director del Instituto Distrital de Cultura de Barranquilla, Secretario de Cultura y Patrimonio del Atlántico, director de la Biblioteca Piloto del Caribe, director y editor de la revista de investigación, arte y cultura Víacuarenta, director de la Revista Oral Astrolabios.