Miguel Méndez Camacho (Colombia)
Por: Miguel Méndez Camacho
La soledad
Si miramos el rostro de la amada
y cerramos los ojos
para palparlo luego en la memoria
el fantasma del miedo nos traiciona.
Por eso los amantes
no se dan nunca el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
sino el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
no a los cuerpos
sino al vacío de la ausencia
al temor de quedar sin compañía.
Letanía
Señor, dale una oportunidad a los virtuosos
y déjalos caer en tentación
para que no condenen
a quienes descubrimos que el abismo
es sólo otra variante del camino.
Señor, no prohíbas la gula de los míseros
ni la violencia de los débiles
ni la avaricia de los desposeídos.
Señor, otórgale soberbia a los humildes
para que no rediman a sus amos
permitiéndoles ser caritativos.
Refresca, señor, la desmemoria moralista
y diluye las sombras que confunden
la castidad del indeciso.
Permítenos, señor, desear la mujer
y no la ruina de nuestros deudores
y deja que sea el prójimo
quien tenga que poner la otra mejilla.
Señor, si este reino no es tuyo
como dicen
quita la viga de mis ojos
y cámbiala por la paja de los de mi vecino
y déjanos el goce de caer y recaer
en el viacrucis de culpas inconclusas
para el juicio final de los remordimientos
por los pecados que desconocimos
o nos fueron negados
en la resurrección de cuerpos
que comienza
ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
Miguel
Treinta años de amistad
y mucha vida que nos hemos dado.
El su nariz, su nombre
un ademán prestado de su infancia
un gesto que copié de su tristeza
y su vejez que me estará esperando.
Yo la risa que falta
a su antigua alegría
los mismos sueños que no pudo soñar
las aventuras que quizá no tuvo.
Esto para decir que bien se puede
entenderse con él y hablar conmigo
o al revés si prefieren:
juzgarlo por los versos que yo escribo.
Sucede que de tanta amistad
ya no sabemos si mi padre soy yo
porque ignoramos
quién tiene más edad
y menos muerte encima.
Lucrecia
Mi madre nunca tiene en mis poemas
un lugar muy exacto
siempre está dando vueltas
huyendo y regresando
aquí y allá
de la vigilia al alba
limpiando y remendando mis palabras
como si fuera oficio de la casa.
Don Pablo
Señor, doctor, don, excelentísimo,
máster, míster, monsiur, su señoría
don neftalí, don pablo, don neruda.
Conste que no me burlo
es el respeto disfrazado de risa
pero no lo soporto
no le permito tamaña humillación
tan grave ofensa
como escribirle un verso a la cebolla
y hacerlo bien.
Yo en cambio soy tan torpe en el oficio
que no puedo hilvanar más de tres versos
para decirle a la mujer que vivo
esas cosas hermosas que Ud. malgasta
en congrios, alcachofas, perros muertos,
insectos y cebollas.
Maldito Usted, don Pablo,
que utiliza palabras
y las deja inservibles.
Miguel Méndez Camacho nació en Cúcuta, Colombia, en 1942. Es poeta, abogado, periodista, profesor de humanidades e ideas políticas, ministro consejero de la embajada colombiana en Buenos Aires. Alñgunos de sus libros de poemas publicados son: Los golpes ciegos (1968), Poemas de entrecasa (1971), Instrucciones para la nostalgia (1984). Publicó también dos libros de crónicas y reportajes: Papeles (1978), Perfil y papalote (1983); Instrucciones para la nostalgia, Malena, La alegría de Escribir, Desencantos y Cantos, La primera cosecha que dio pájaros, Pelé: De la favela a la gloria, y Antología (Viernes de Poesía. Universidad Nacional de Colombia)..