Lauren Mendinueta (Colombia)
Por: Lauren Mendinueta
Olvido de mí
Octubre ha llegado dominado por las lluvias,
y los demás meses lo han seguido hasta aquí.
De repente este amontonado tiempo lo ha llenado todo,
el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso
cuando en el verano me recuesto a leer.
En mí no es posible el abandono del tiempo,
la gracia que supone el olvido
me hubiese salvado de esta invasión.
Ahora debo caminar con cuidado
para no maltratarme con tantos recuerdos.
¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir?
Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad.
Así pasan los años
Pasan los años,
y aunque la vida me acusa de inmovilidad,
también yo he viajado.
Como una partícula de polvo
he revoloteado por la casa y me he prendido a los libros.
Como un insecto he reposado a la orilla de las acequias,
o simplemente he sido una mujer que de tarde en tarde
ha mirado hacia el mar
buscando barcos olvidados por la neblina
y que vuelven a la memoria,
sin esperanza distinta de la muerte.
Lo que en verdad pesa
Lo que en verdad me pesa
nada pesa en la balanza:
tiene el amarillo de los canarios,
la ligereza de un aroma
y el filo de un hacha.
La vida prometía recompensas
y cumplió su promesa con penas.
Contra mi voluntad
me doblegué bajo su yugo,
sostuve su peso sobre mis hombros,
crecí.
Vivía sí,
pero sofocada y furiosa,
impotente y sola.
¿Cómo logré librarme de su peso infernal?
Una corriente de aire me había sometido
amarrándome al pasado.
No podía levantar la cabeza,
había olvidado ese gesto
de animal erguido.
Pesaba demasiado la cabeza sobre los hombros.
No sabía del futuro pero resistí.
Pensé que moriría bajo su peso,
pero resistí.
Adentro era la borrasca,
el hacha,
la cabeza mil veces cercenada,
la tumba que cavé con las uñas.
Afuera una brisa delicada,
una bandada de pájaros emigrando hacia el sur,
el aíre tibio del Caribe
envolvente como un útero.
Mis días eran de blanco hielo,
mis noche
amarillo tormento.
Pero resistí.
Sobre los hombros
un pájaro ensangrentado.
Mi espalda se curvaba
bajo el peso de mis delitos,
y el verdugo cumplía solícito
su tarea macabra.
Con mis propias manos
aprendí a apartar el cabello,
a entregar el cuello con gesto delicado.
Mis manos besaron las manos del verdugo,
acariciaron su rostro,
palparon su sexo con amor.
Un día y una noche, uno tras otra:
mis delitos, mi verdugo, mi hacha.
¿Cómo pude resistirlo?
Pájaros decapitados.
¿Cómo logré liberarme
de su peso infernal?
Hachas inocentes.
Para recuperar la cabeza
fue preciso morir mil veces.
Abrazar mil veces a la muerte.
Un día, despacio,
como una hija inocente y cruel
la poesía brotó de mi herida
y me envolvió en su río de sangre.
Mis días y mis noches
ni blanco hielo ni amarillo tormento.
La poesía reemplazó con su hacha al verdugo,
en su altar purificó mis delitos,
sin vacilar
echó sobre mis hombros todo su peso
y en milagro de contradicciones
aligeró mi carga.
Bajo su presencia imperiosa
he vuelto a mirar de frente.
Ahora lo sé: estoy viva porque resistí.
Escribo poesía para acostumbrarme a vivir.
Una visita al museo de historia natural
Un esqueleto. Un dinosaurio. Un fósil.
Una piedra también me interesa.
Largos corredores,
lámparas de luz fosforescente y fría.
Un meteorito. Un cuarzo gigante.
Otro fósil.
Una sala detrás de otra.
Todo antiguo y novedad.
Y sin esperarlo
mi propio rostro me sorprende.
¿Ya tengo edad
para encontrarme en una vitrina?
Fosilizada, pero no sola.
Gentes que me fueron familiares,
amores que no volverán,
todo grabado en piedra.
Como de otro planeta,
todo.
El amor, como un dinosaurio,
fosilizado.
El amor como un animal extinto:
familiar y extraño a un tiempo.
Todo tan doméstico y lejano,
tan de otros ámbitos y, sin embargo,
como si perteneciera al museo.
El reflejo de mi rostro en la vitrina iluminada,
su gesto sorprendido,
y en mí,
los deseables estragos del tiempo.
Media noche
Las sombras merodean
la muerte me acompaña
y yo
trato de arrancarla como un velo.
Renuncio a los recuerdos
los pájaros
permanecerán en el aire
no anidarán en el alma.
¿Cómo encontrar la ausencia?
Voy despoblándome
y la muerte
insiste en habitarme.
La torre de marfil
El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representando a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me le parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente al ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.
Tan sólo a lo lejos
El día se niega a la renuncia, demasiado débil para aceptar morir.
¿Cuánto comprenderé antes de verlo fracasar en el calendario?
Tendría que preguntarle al mundo por mí misma, a este día
que aceptará responder por la naturaleza de mi tiempo;
pero no lo haré, le temo al puro aliento de la mortalidad.
Mañana es octubre y aunque insista
pasará tan sólo a lo lejos como yo misma pasaré por el mundo
decidida a no renunciar, todavía.
A través de las grietas de una realidad que ya no es probable,
habla un mundo en su voluntad sibilino;
lo escucho al tiempo que mi cuerpo se turba
con la inesperada presencia de la música.
Autoabandono
Apenas ayer tenía cuarenta y nueve años.
Hoy, primera mañana de abril de 1977,
Busqué mi rostro en el espejo,
mi rostro aún más roto
en el espejo roto del baño.
Cuerpo mío inasequible
¡¿por qué sigues terco reflejándote?!
Soy culpable de vivir.
Puedo verte derruido
y en el pasado también fresco y tembloroso,
todo tu peso sobre la liviandad del sueño.
Te vi caminar por entre las dentaduras cariadas
del puerto en la niñez,
correr sobre piernas esparcidas
como por entre robles,
cobijarte en las manos sudorosas de ciudades trajinadas
y dar el pecho a infantes que en vano
buscaban líquidos distintos de la piedad.
Te vi, cuerpo,
descansar el rostro sobre la tumba modesta
que ahora evoca tu propio rostro.
Soy casi un escombro,
una mancha indistinguible
en los espejos de asilos y supermercados.
Sé que estoy viva porque siento dolor;
el cuerpo es una prolongación
absurda y obligada de la mente.
Lauren Mendinueta nació en Barranquilla, Colombia en 1977. Poeta, ensayista y traductora del portugués. Comenzó a escribir a los 22 años cuando trabajaba como bibliotecaria en una aldea de su país. Ha publicado ocho libros de poesía editados en Colombia, México, España y Portugal. Una antología de sus versos, con el título Poesía en sí misma, 2007, fue publicada por la Universidad Externado de Colombia. Su libro La vocación suspendida, 2008 recibió en España el VI Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos. En el año 2005 vivió en México con una Beca de Residencia Artística concedida por el Ministerio de Cultura de Colombia y el Fondo Para la Cultura y las Artes de México (FONCA). Entre los premios que ha recibido se destacan el Premio Nacional de Poesía Joven del Ministerio de Cultura de Colombia (1998); el Premio del Festival de Poesía de Medellín (2000); y el Premio Nacional de Ensayo y Crítica de Arte del Ministerio de Cultura de Colombia (2011). Además ganó en España el Premio César Simón de la Universidad de Valencia por Del Tiempo, un Paso (2011). En el 2013 ganó el Premio de Poesía Barranquilla Capital Americana de la Cultura con su libro Una visita al Museo de Historia Natural publicado en Portugal en 2015 y en España en 2021. Es autora de varias antologías, entre ellas, Un país que sueña (cien años de poesía colombiana) la primera muestra de poesía de su país publicada en Portugal. Ha sido incluida en más de una veintena de antologías europeas y americanas. Vive en Lisboa.
Publicado el 16.02.2021