Rosa Alice Branco, Portugal
Por: Rosa Alice Branco
Dibujo del Infinito
El sol calienta las baldosas del piso
donde un árbol crece junto al muro.
La raíz está primorosamente dibujada
desde hace muchos años
y la hierba es agreste junto a ella
como si hubiese sido acabada de pintar.
Las baldosas calientan los frutos
que maduran desde el suelo.
La tarde es levemente soñolienta
con la sombra del árbol balanceándose
y los colores calientes de la paleta en cada fruto.
No hay la mínima rigidez en el trazo
ni siquiera las baldosas son hechas de cuadrados
o rectángulos
sólo la luz con que está hecha la tinta y el pincel
hurta a la poesía la materia de la pintura
Tejas en el cielo
Nunca llegas. Estás donde estoy.
La estación cambia en este día, dicen las manos
acariciando las ropas. En verano los huéspedes
llenaban la casa. Me mudaba para el cuarto
con claraboya y tejas en el cielo y soñaba
con todo lo que había de ser y nunca fui.
Mejor así. Antes no era yo
y mis sueños no eran de nadie.
Por debajo de mí, tus pasos hasta altas horas.
Tus manos. Nunca estuve sola, nunca lo estaré.
Cuando te fuiste aún no sabía que volvías.
Me miras en lo alto de la escalera. Llega él
y me besa en el último peldaño. A dos pasos
de la cama.
Súbitamente el verano. La luz jadeante del verano.
Escaleras que suben
Desmantelo el tiempo. Tú apareces
y traes la magia hacia adentro de las gavetas,
a la mano suspensa en el tirador.
Tú, hacedora de tiempo, tú, que lo multiplicas,
que le das aliento y giras a mi alrededor;
cómo podría decir “yo”, si soy tu herencia,
si reconozco tus gestos y los de mi infancia
en estas manos que me fueron prestadas
para que continúe tu milagro de mudar
la nada. Pero ¿cómo decir el tiempo? Cómo mostrarlo
suspendido en el gesto de tus manos, en el timbre
de la voz
que vierte el misterio en nuestras vidas,
en los peldaños que despliegan dolor en tus rodillas
y en otras llagas que el tiempo lamió
cuando nos sentábamos en los últimos peldaños:
el paraíso a dos pasos del paraíso.
Desnudar la caricia
Deletreo el día que vendrá de la otra orilla
de la noche. La lluvia por correo, tan dulce
que no cabe en la caja. Nadie tocó la campanilla.
Un pájaro vuela con las alas mojadas.
Quiero salir de mí. Las líneas de mi mano
Cambiaron de ayer a hoy. Ayer no era yo.
¿Y si tu voz tocó a la puerta y yo no escuché?
¿No tuve tiempo para desnudar la caricia y atender
al teléfono? Aroma de sándalo, de incienso
junto a la orilla. ¿Paré cuando me pedías abrigo?
Aún vi las costas de la noche secreteándome,
mis oídos en el motor del avión.
Del otro lado me extiende la sed que voy a tener.
¿ Por qué no siento ahora lo que ya sé?
Dos palabras para la noche
Ahora soy el día. He ordenado las ropas
del último viaje, tu voz
en la gaveta junto a la cama.
¿En qué lengua oigo las primeras vocales
de nuestro alfabeto, el olor de las sábanas
después de dormir? Viene despacio
por la calle estrecha donde se abre una flor
siempre que pasamos. Eres tú quien lo dice,
eres tú quien te abres cuando la flor. Cuando abres
el pan. El aceite en el plato y nuestros dedos
surcando los caminos de la boca y todo el cuerpo
camino uno del otro. También el vino.
El rojo de la noche. También la lengua.
Siento que la gastronomía y el amor
son dos palabras para la misma cosa.
No me acuses de plagio. ¿Cómo puedo
decir lo que todavía no has dicho?
La madre excavada en los dedos
Corazón excavado en la roca;
un agujero donde se agarran los niños
mientras alguien deletrea tu nombre
en la marea que sube
y voces pequeñas llaman a la madre.
Después es preciso esculpir una roca
en forma de corazón,
de plástico, de ceniza, de carbón,
porque la piedra duele en los dedos al atardecer
cuando las últimas palabras se van
y no hay nadie para engañarnos,
para podernos engañar
sobre la materia de que está hecho el corazón.
Las rocas a lo lejos son todas iguales
y mi cuerpo sumergido
nunca sintió el jadeo de las piedras
cuando las deja el mar.
Mira, aquí es el lugar del corazón.
Cuánto cuesta que me traigas a la superficie,
abrir los dedos y sentir pulsar en ellos
el nombre de la madre que deletreamos
siempre que nos llamamos el uno al otro
cuando la marea baja revela el agujero
de que está hecho el corazón.
Las raíces del día
Fue de súbito como llegó la noche. Era ya tarde
cuando me preguntaste si no tenía frío,
si no tenía ojos, si mis piernas
no corrían detrás del viento. Lo sentía girar
a mi alrededor y yo afuera. El mundo
alrededor del viento y yo sin eje. Sólo las palabras
regresan en cada rotación. Veo como están solas
lejos de la boca, como tienen frío. Las palabras son un animal
aullando a la puerta de la casa que lo ahuyentó. Y tú,
¿en qué almohada posas el corazón? Si seguimos
el lecho del río podemos tumbarnos en la tierra seca
por donde corríamos cuando había luz.
Y era yo que rodaba en tu eje en la ignorancia
de cada rotación. Deja tu caricia en mi pierna
para que yo vea mientras el sueño me duerme
y nacen dos noches para nuestros ojos.
¿Quién nos dará el pan y el día? Con esta pregunta
me adormecí. Un árbol vino a posarse encima
de la montaña. Y nunca necesitó raíces.
Rosa Alice Branco nació en 1950 en Aveiro, es una poeta portuguesa. Doctora en filosofía contemporánea y profesora en el área de psicología de la percepción y cultura contemporánea. Es secretaria del PEN Club portugués. En diciembre de 2016, su trabajo Cattle of the Lord fue seleccionado como uno de los 10 mejores libros nuevos para leer en diciembre por The Chicago Review of Books. Este libro fue traducido por Alexis Levitin. Algunas de sus publicaciones son: A Mão Feliz. Poemas D(e)ícticos, Limiar (1994); O Único Traço de Pincel, Limiar (1997); Da Alma e dos Espíritos Animais, Campo das Letras (2001); Soletrar o Dia, Quasi Edições (2002); Animal Volátil, Edições Afrontamento (2005) - junto con Casimiro de Brito; O Mundo Não Acaba no Frio dos Teus Ossos, Quasi Edições (2009); Gado do Senhor, & Etc. (2011); Gado eo Gado y Gado (2018).