Cultura y Globalización: María Consuelo Araújo Castro
Cultura y Globalización
Por María Consuelo Araújo Castro
Ministra de Cultura de Colombia
Deseo agradecer al Festival Internacional de Poesía en Medellín su invitación a inaugurar la primera versión de la Cumbre Mundial de Poesía por la Paz de Colombia.
Sin retórica alguna, el Festival estremece al país año tras año, sólo con la fuerza y la libertad de la palabra. Con sus múltiples voces, desde sus inicios ha sabido denunciar lo que nos pasa de una manera absoluta distinta a los discursos que suelen imponerse en las cumbres mundiales, sean de paz, o de cualquier otro aspecto que comprometa la vida. En este sentido, deseo hacer un llamado para que esta Cumbre que hoy se instaura dentro del festival logre permanecer como él, lejos de la retórica. Estoy segura que este hecho es el que le ha permitido al festival ser un escenario para decir la verdad, sin limitación alguna. Un escenario donde la diversidad es motivo de fiesta y celebración. Donde la vida predomina y desobedece a cualquier intento de ser acallada.
“Cultura y globalización” configuran una relación que atrae cada vez más la atención de los responsables de las políticas culturales internacionales. Hace seis años, Medellín fue la sede de la Primera Reunión de Ministros de Cultura de los Países No Alineados, que centró gran parte de su trabajo en el análisis del tema de esta mesa.
En la “Declaración de Medellín sobre Diversidad Cultural y Tolerancia”, los Ministros de más de 70 países “coincidieron en que una globalización equitativa y en beneficio mutuo es la mejor opción para que los países del Sur enriquezcan el patrimonio cultural de la humanidad”. Así mismo, “exhortaron a que se ejerza el respeto de las culturas, el cual debe sustentarse en los principios del derecho internacional, del derecho humanitario internacional y de la Carta de las Naciones Unidas. A este respecto, destacaron el respeto a la soberanía de los estados y el apoyo a la lucha de los pueblos contra el colonialismo, la ocupación extranjera y la usurpación de sus derechos legítimos”.
La Declaración de Medellín pone de relieve la necesidad de construir una globalización capaz de preservar y promover la diversidad. Una globalización ascendente, que parta desde abajo, desde lo local, y que le permita a todas las culturas reconocerse, encontrarse y celebrarse mutuamente, en igualdad de condiciones.
Sin embargo, la globalización se mueve de manera contradictoria en un juego de tensiones que en la mayoría de los casos no es justo ni equitativo. Como lo afirma el sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos, en “De la mano de Alicia”, la globalización que se impone desde arriba, la globalización hegemónica, suele pasar por encima de las diferencias, homogeneizar, negar al otro.
La globalización puede ser un espacio totalizante, o al contrarío, puede ser un espacio plural. Para que sea plural, es preciso, de una u otra manera, practicar algo así como una resistencia creativa frente a la uniformidad. Una resistencia fundada en la generación en nuestros países de oportunidades que permitan que cada vez más gente pueda crear y expresar lo que crea y en lo que cree en condiciones de equidad, dignidad y libertad.
Durante mucho tiempo, el proyecto político que sustentó la fundación de nuestras naciones, estuvo basado en la exclusión de la diferencia y en el predominio de una cultura blanca, católica y europea, sobre las culturas de las primeras naciones, como reconocen los canadienses a sus primeros pobladores. Me refiero a este hecho, porque sin duda, uno de los conceptos que saltan a un primer plano a la hora de abordar la relación entre cultura y globalización es el concepto de nación.
Como lo afirma María Emma Wills, “En Colombia, antes de 1991, la nación había sido presentada básicamente como una comunidad cuyo distintivo era ser predominantemente “mestiza”. Este mestizaje, en los discursos más retrógrados, era representado como la fuente de nuestra barbarie, o, en un matiz de esta versión, como un momento transitorio que debía ser sobrepasado para lograr el gradual blanqueamiento. Cuando la nación no era representada como mestiza vergonzante, aparecía como el producto de las gestas de grandes héroes imbuidos de una fuerza casi sacramental. Indígenas y negros, soldados rasos, insurrectos anónimos desaparecían de estas narrativas como desaparecerían entonces las costumbres, tradiciones y memorias de estas poblaciones. En el afán de crear unidad y estabilidad vía homogeneidad se borraban las diferencias -regionales, étnicas, raciales, de clase, de género- y Colombia aparecía entonces como una nación monocromática donde la unanimidad primaba sobre la diversidad”.
La resistencia frente a la globalización hegemónica a la que me refería al principio, se expresa de manera contundente en la poesía que convoca el Festival. En las formas alternativas de interpretar lo que ocurre en nuestros países y de proponer soluciones a nuestros conflictos que surgen de los movimientos sociales latinoamericanos. En las nuevas tendencias, corrientes y en los nuevos movimientos políticos y económicos que parten de la comprensión de la diversidad, en lugar de presentar soluciones homogéneas basadas en modelos preestablecidos que desconocen lo que nos hace únicos frente a otros países del mundo.
Se expresa también en las artes. En los grupos y en los sellos de música independiente que están “resignificando” la música tradicional de nuestros países, vertiéndola con fuerza en las nuevas generaciones. En Colombia, son cada vez más los proyectos de jóvenes productores comprometidos con la investigación, la promoción y la difusión de nuestras músicas, lo que renueva la posibilidad de participar en la globalización con una voz propia basada en la riqueza de nuestro patrimonio.
La globalización tiene que damos la posibilidad de dialogar en condiciones de equidad. Y esto tiene que verse reflejado en nuestra vida cotidiana.
En el mes de febrero, reunida con ministros pertenecientes a una red que integramos más de cuarenta países —la Red Internacional de Políticas Culturales—, tuve la oportunidad de analizar un proyecto colectivo, en el cual nuestro país ha participado de manera importante, dirigido a instaurar un instrumento internacional para la diversidad cultural que comprometa de manera efectiva a los gobiernos con el pluralismo.
Si bien los países desarrollados a lo largo del diseño de este instrumento han llamado la atención sobre la necesidad de combatir los efectos de la globalización en contra de la diversidad cultural, para países como Colombia estos efectos son mínimos, comparados con los que causan la pobreza, el narcotráfico o el conflicto armado.
Cada vez que un pueblo desaparece por causa del terrorismo, se pone en peligro una manera de vivir sustentada en particularidades, en especificidades, en singularidades que no podrán volver a repetirse nunca.
En este contexto, considero fundamental el trabajo de cientos de creadores, investigadores y gestores culturales del país que trabajan impulsados por el propósito de impulsar espacios donde sea posible la convivencia pacífica, la libertad de expresión, la creación colectiva, la esperanza.
Hace dos meses, el Ministerio tuvo la oportunidad de participar aquí en uno de los seis talleres que el Parlamento Internacional de Juventudes y la UNESCO convocaron en el mundo en tomo a la necesidad de sensibilizar a los jóvenes sobre el valor de la Diversidad Cultural. En este taller, jóvenes pertenecientes a diversas culturas de Antioquia, comprometidos con sus comunidades de estudio o de creación; con la lucha por los derechos culturales de los pueblos indígenas y las comunidades negras; con la resolución de conflictos en los barrios de Medellín; o con la generación de nuevas oportunidades de expresión para los jóvenes en los medios masivos de comunicación, reafirmaron, como lo hacen millones de colombianos día tras día, como en Colombia, al decir de Ana María Ochoa, “coexisten el país de lo macabro y el país de la solidaridad; el país de la muerte violenta y el país de la imaginación en la creatividad y la fiesta. Entre los dos países se tejen dos formas de silencio. El primero es el silencio que nace del acallamiento, que produce un ruido interno que ensordece. Es el país de los silencios forzados”. (...) “Pero hay otro país. Es el que se inventa desde la vida en medio de la muerte; es el que se da cuando la vivencia de la solidaridad no tiene límites; es el que se imagina y se recrea en medio de condiciones improbables para imaginarse y recrearse. Ese país exige otro tipo de silencio: el silencio que permite la escucha”.
Deseo invitarlos a todos para que el silencio que impone el festival nos permita escuchar a más claramente, el país que convoca la cultura, el país de la solidaridad y la creatividad, el país por el cual, finalmente, nos mantenemos vivos y con ganas de seguir soñando.
Muchas Gracias
Medellín, junio 16 de 2003.