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1992

Por: Fernando Rendón

El estado anímico de la ciudad, transcurrido un año del Primer Festival de Poesía, proseguía decaído, sus gentes deprimidas bajo pánico, desatado por las fuerzas enemigas de la vida. Era lo que les funcionaba a quienes perseguían paralizar el espíritu ciudadano, golpear las libertades, disolver los conatos de reuniones, desalentar el derecho de movilización, impedir la abierta expresión de la población, mediante el expediente criminal de la amenaza, la intimidación y el terrorismo como pan duro y negro de la cotidianidad.

Los habitantes de la ciudad habían perdido sus derechos elementales: costaba la vida ser opositor; las organizaciones sindicales y populares habían sido violentamente suprimidas, como la vida de sus dirigentes; era prohibido hacer política en los barrios; una fiesta o una reunión de más de seis personas era sospechosa, y peligrosa para la vida de los contertulios; los trabajadores no podían llegar a horas altas de la noche a sus casas; las mujeres no podían usar escotes o minifalda en los barrios. En los bares, en las esquinas de las barriadas, citaba la muerte a sus víctimas.

Durante los primeros meses del año, con la determinante ayuda del cineasta Víctor Gaviria concluimos la edición del documental La orilla opuesta, que narraba los conmovedores sucesos del Primer Festival. Ulteriores encuentros, dinámicos y controversiales, anticiparon la celebración compleja de la segunda edición, esta vez un festival internacional, con inesperados y difíciles aliados, como el Instituto de Altos Estudios de Quirama, la Cámara de Comercio, la Universidad de Antioquia y la Secretaría de Educación del Municipio de Medellín, que se acercaron a nuestra organización, tocados por la energía esplendente engendrada por la experiencia de abril de 1991.

Era natural que el efecto bienhechor de la primera versión alcanzara a las entidades y a los actores que operaban nuestra cultura. Ni nosotros ni ellos intuíamos el laberinto de las dificultades en las futuras relaciones mutuas, pues la poesía no es ni jamás podrá ser un hecho institucional. De todas las artes es la única que no puede comprarse con dinero y, aunque alguien posea un enorme capital, no podrá pagar ninguna suma para adquirir la condición espiritual que experimenta un poeta al crear su obra.

Las correlaciones con las entidades que nos acompañaban en la organización del Segundo Festival, se tornaron tensas. Sus intereses eran opuestos a los nuestros. Para ellas el proceso vivido era un hecho más de la cultura. Para nosotros, de la realización de un nuevo Festival, pendía la vida de toda la ciudad. Considerábamos  imperativo  que invirtieran mucho dinero para intervenir rápida y profundamente la bombardeada vida de Medellín. Las entidades aportaban muy poco, esperando en cambio altos réditos para su imagen. La escena no era emocionante, aunque solo duró unos meses.

En medio del nerviosismo reinante, yo fui vetado y declarado non grato por Juan Jairo García, delegado de la Secretaría de Educación. También le dije por mi parte que él quedaba vetado por Prometeo. Nosotros poníamos la vida. Ellos, casi nada, aunque –por supuesto- el nombre de las instituciones, que no garantizó nunca el soporte de la empresa privada. Incluso en el proceso de celebración del Festival, la Cámara de Comercio, entre fricciones, retiró su asignación de cinco millones de pesos. No obstante el proceso se dio y el Festival experimentó un inaudito salto cualitativo y cuantitativo, por la mayor participación de poetas nacionales y extranjeros. En dos asuntos nos pusimos de acuerdo de inmediato: en que la celebración abarcara no uno, sino seis días, y que el epígrafe de Aimé Césaire en los pasacalles y materiales de difusión del Festival sería:

PLENA VOZ, ANCHA VOZ, TÚ SERAS NUESTRO BIEN

 

El diario El Mundo, bajo el título de  El exorcismo del miedo, incluyó en una de sus ediciones el siguiente texto, que registraba los preparativos de la segunda versión:

Del 20 al 26 de abril, diferentes puntos de la ciudad estarán tomados por esa palabra lírica, que en lugares como éste tiene la capacidad de exorcizar el miedo y el resentimiento, el de recuperar esa epidermis extraviada en la aprehensión y en el silencio forzado.

Según sus organizadores, “Todo este tipo de eventos llevan implícita la necesidad de recordar a nuestra clase empresarial, dirigente y educativa, que el desarrollo no significa sólo un excedente en pesos, sino también un crecimiento en las opciones que permiten al individuo habitar un mundo sensible”.

Los organizadores definen este encuentro afirmando: “Por su naturaleza misma, la poesía se erige como antídoto contra la barbarie y en sustancia fundamental de conocimiento, en visión y actitud nuevas y renovadoras del espíritu de la urbe conmocionada. Sin ella no sería posible un nuevo lenguaje y la esperanza firme de la comunión entre los hermanos”.  

Los objetivos para el Festival son cada vez más claros y la “empresa de la palabra” se consolida en criterios que nos dejan pensar que en los años venideros tendremos un espacio que en definitiva recuperará para la ciudad un ambiente literario, con un carácter menos localista y sí con una mirada más universal que posibilite un intercambio.

Realizar un festival internacional, afianzar la presencia del espíritu poético,  permitir el intercambio para la gestación de acciones de coordinación a través del encuentro fraterno de poetas de diferentes regiones del país y del mundo, enlace y cooperación mutua entre revistas y otras publicaciones, y propiciar el acercamiento de las culturas nacionales para la integración de las mismas, son algunos de los caminos por los que el proyecto luchará…

 

 

En la ciudad largos años sitiada por la sequía y el crimen, pedían voces: Ven agua nuestra, agua esencial. Ven a nosotros desde las altas precipitaciones, acorta los plazos, colma los cuencos de las manos que te pertenecen. Ven, llena los tanques y canta, anega los cauces resecos, alivia los campos quemados, cumple tu destino.

La riqueza de los despreciados era la aurora encendida, la realidad única del sueño: barca, mar y continente, barca y tripulación mutante, en la barca no encallada ni rendida.

La corteza terrestre se desplaza. El instante cruje. El rayo ha infiltrado la sombra y su trueno anuncia el asunto en naciones a la redonda. El muerto revive en el maravillamiento de la respiración, no en la extrañeza del asombro.

Y tú llegas, al fin, agua nuestra, agua esencial, descendiendo de la nube roja, ascendiendo y descendiendo desde el misterio de la fuente.

 

 

Acerca de la atmósfera que se vivía en la ciudad aquellos días, escribió la periodista Beatriz Gómez, en el diario El Colombiano, edición del 1° de mayo de 1992, en su artículo La poesía sí que tiene velas en este apagón,  lo siguiente:

El auditorio de la Cámara de Comercio era un hervidero. Todo el mundo fue llegando a los empujones por una energía incontenible, comparable a la histeria colectiva que generan los astros del rock y cosas por el estilo. Centenares de personas, que no tuvieron acceso al auditorio, se quedaron afuera y en plena calle, con la lluvia rondando, dispusieron el ánimo para escuchar a los poetas  que optaron por una lectura al aire libre. A grito conmovido fueron desgranando versos, y más versos…

¿Cómo puede la poesía albergar una multitud de tal naturaleza? Es que ante el cansancio que provocan las promesas huecas de esta oscuridad neomedieval, nada mejor que sentarse a saborear nuevos manjares, palabras recién cogidas de cosechas íntimas, de esos lugares del alma donde se prohíbe el paso a matapersonas.

De las declaraciones de amor que se profesaron, de las citas en público que se dieron entre Medellín y la poesía, surgió un puñado de asombros e interrogantes. Desvelos, dudas no metódicas, fructíferas discusiones, reuniones de los poetas hasta el amanecer- bajo la luz de la vela- en un esfuerzo por alcanzar las entrañas de este asunto. Crear una flor es trabajo de siglos, decía la leyenda que les presidía en todos sus actos.

Hasta los más escépticos se preguntaban: al fin de cuentas qué es la poesía, en qué momento se gesta el acto poético, cómo se alimenta y si de veras representa una esperanza de transformación en el ser humano.

Otra vela se acaba de encender en la habitación de la sensibilidad antioqueña con el II Festival de Poesía. Fue tan grata la experiencia para los poetas extranjeros que decidieron nombrar a Medellín como la capital latinoamericana de la poesía. Felices y alucinados en esta ciudad cuerdamente loca.

 

LA PALABRA POÉTICA
ANTÍDOTO CONTRA LA OSCURIDAD

 

 “Inesperadamente la poesía crece en nuestras vidas, se interpone en el camino de la sangre y espera a la juventud en su propio cuerpo. Escapa de los libros y museos, del desdén aristocrático de los eruditos y se inmiscuye en la torturada sensibilidad de las calles, asaltando el corazón y los sentidos”: así se expresaba el director del Festival, Fernando Rendón, en esos días de expectativa por la reincidencia de la poesía en el ambiente enrarecido de Medellín.

Fue un gran salto hacia la celebración multitudinaria. Se percibía a la ciudad más comprometida con esta fiesta, con este culto sustentado por las visiones de los poetas. Tomaron parte en el Festival 35 poetas: 26 colombianos y nueve extranjeros. Se celebraron 13 lecturas de poemas durante seis días. Intervino en la apertura, celebrada en el Teatro Metropolitano, el grupo de música Clave de Luna del Taller de Artes de Medellín, que integraban, entre otros, Samuel Vásquez, Héctor Álvarez, Kike Lalinde, Alfredo Zapata y Carlos Jiménez. También se exhibió un ciclo de cine sobre poetas ingleses.

Se experimentó una gran fuerza magnética en la presentación de cada acto. Las personas se amontonaban a las entradas de los teatros y auditorios donde se realizaban las lecturas. Un gran oleaje de gente hizo presencia atestando los auditorios, desplazándose a varios actos cada día; muchas personas acudieron para fortalecer ese campo de resguardo, que se generaba por la operación radiante de la poesía.

En las lecturas de poemas se lograron niveles muy elevados de gravitación del silencio y de construcción de una fuerte unidad subjetiva, que lograba imprimirse en el espíritu de manera soberana, alcanzando nuevos estados de conciencia, a partir del sagrado gesto de escuchar.

El poeta mexicano Adolfo Castañón, allí presente, manifestó: “Con estos encuentros de poesía estamos muy lejos de la guerra y más cerca de la convivencia. El valor de esto es el de suspender por un momento el mundo y permitirnos  oírlo en sus formas inocentes, originales. Y esas son formas de la atención”.

La calidez de las personas que asistían a los recitales desbordaba las barreras y los poetas coincidieron en que esta ciudad era un raro epicentro de la poesía. Las características del Festival lo convertían en un suceso internacional sorprendente. Asunto milagroso este devenir del poema entre una población vulnerada, aturdida y sobrecogida. El Festival se mostraba como un escudo protector de las gentes. Intentábamos demostrar que un emprendimiento como éste devolvería la confianza a todos.

La avidez de saber se asociaba a una gran necesidad de libertad, de amorosa comunicación y de reafirmación de la vida. El vuelo poético transportaba la conciencia a zonas elevadas del ser, hacia una apoteosis colectiva, que restituía los poderes sagrados de la existencia, de la condición humana y de la poesía, actuando como canción aglutinante, exaltando toda alegría ante el milagro de estar juntos en la danza  ancestral y primigenia.

Antonio Cisneros impregnó el aire con su humor, cargado de ironía. Su poema Para hacer el amor fue disfrutado en grande. También leyó su memorable poema a Carlos Marx:

Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía/ abuela y ese par de grabados: / “Un caballero en la casa del sastre”, “Gran desfile/ militar en Viena, 1902”. / Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos/ llevaban su pata de conejo atada a la cintura. / También mi tía abuela –20 años y el sombrero de/ paja bajo el sol, preocupándose apenas / por mantener la boca, las piernas bien cerradas. / Eran hombres de buena voluntad y las orejas limpias. / Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados/ y envueltos en bufandas. / Qué otoños, qué veranos. / Eiffel hizo una torre que decía hasta aquí llegó el/ hombre. Otro grabado: / “Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas familias”. / Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los 20 años/ de edad bajo esta yerba /–gorda y erizada, conveniente a los campos de golf. / Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres/ descansos al pie de la colina / y después fue enterrado/ junto a la tumba de Molly Redgrove “bombardeada/ por el enemigo en 1940 y vuelta a construir”. / Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la/ marmita los diversos metales / mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a/ las islas de Times / y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y/ después sí y entonces/ vino lo de Plaza Vendôme y eso de Lenin y el montón/ de revueltas y entonces / las damas temieron algo más que una mano en las/ nalgas y los caballeros pudieron sospechar / que la locomotora a vapor ya no era más el rostro/ de la felicidad universal./ “Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas”.

La ciudad estaba sedienta de nuevas propuestas, en aras de rescatar la serenidad para continuar la vida. Brotaba en la escena social un acto poderoso de evolución, un viaje por caminos frescos, ritual de la aproximación a la vida extraordinaria que otorga la expresión poética. El II Festival Internacional de Poesía de Medellín se consolidó como gesta y mensajero de coexistencia.

Los poetas que participaron en esta ocasión fueron: Daniel Samoilovich (Argentina), los cubanos Víctor Rodríguez Nuñez y Antonio Conte, Miguel Donoso Pareja (Ecuador), Carlos Sahagún (España), Adolfo Castañón (México), Edmundo Aray (Venezuela), Antonio Cisneros (Perú), Manipiniktikinia (indígena Kuna-Tule de Panamá), y los colombianos Juan Manuel Roca, José Manuel Arango, Samuel Jaramillo, Eduardo Peláez, Fernando Charry Lara, Rogelio Echavarría, Gabriel Jaime Franco, Rómulo Bustos, Javier Naranjo, Fernando Rendón, Fernando Linero, Guillermo Martínez González, Horacio Benavides, Yirama Castaño, Jairo Guzmán, Jota Arturo Sánchez, Tarcisio Valencia, Margarita Cardona, Rafael Patiño, Jorge Iván Grisales, Jesús Rubén Pasos, Sarah Beatriz Posada, Antonio Correa, Gustavo Garcés, Orlando Gallo, José Libardo Porras, y Luz Helena Cordero.

Mientras el II Festival se realizaba, la ciudad y el país proseguían a la deriva de la violencia política y social. En 1992, Medellín se debatía entre el surgimiento de las milicias, la confrontación contra el estado emprendida por el narcotráfico y el surgimiento de grupos paramilitares y escuadrones de muerte financiados por sectores empresariales y latifundistas. La violencia se exhalaba desde todos los ámbitos sociales, las relaciones interpersonales eran agresivas, se empleaba un lenguaje de escalpelos. La asfixia existencial era generalizada. En ese entreacto, los poetas se entrelazaban cariñosamente con el público, en una condición interactuante sin precedentes. La urbe experimentaba sensaciones insospechadas, personas de otras latitudes llegaban para sublimar el hálito con su voz, con sus poemas embriagadores de esperanza y certeza en la transición a una mejor circunstancia existencial.

La poesía se estimaba en su dimensión de abrazo, de alteridad, de concurrencia, de amor por la vida. Los poetas colombianos presentaron trabajos de gran nivel y su participación significó un registro claro del momento poético en el país. La atmósfera de la ciudad fue intervenida con una fascinación que florecía, tras años de contención, de terror y  de muerte.

El II Festival develó la existencia de substanciales poetas, cuyas obras no eran plenamente conocidas en el país. Sus libros circulaban muy poco, o se movían por caminos ocultos a la mayoría. El Festival cumplía una función de intercambio de conocimientos, situando a los ciudadanos en un contexto comunicativo en múltiples vías. Se convirtió en signo de convivencia, abriendo una ruta de acceso a un concepto orgánico de la cultura, que adquiría vida entre la población, lejos de rígidos esquemas institucionales.

Aunque confirmamos la asistencia de un amplio número de poetas de variados países, un inesperado paro nacional de telecomunicaciones, durante la semana previa al encuentro, privó a varios invitados de acompañarnos, entre los cuales lamentamos la ausencia de Eliseo Diego y Carlos Germán Belli. El público, alentado por el redimensionamiento de una propuesta que, lejos de proponerse exhibir un nuevo rostro de la ciudad ante el mundo, se dirigía a transformar sus huesos, su carne, su esencia, su médula, su sueño, comprendió la razón de esas ausencias.

En la Cámara de Comercio se arremolinó el público en la entrada y las puertas del teatro se cerraron, las sillas y escaleras de acceso estaban colmadas. Fue necesario improvisar otra lectura de poemas fuera del auditorio, en la acera, a viva voz, un mítin poético, ya que la gente que no podía entrar se impacientaba bastante.

El II Festival de Poesía, que por primera vez incluyó vates de otras naciones de Latinoamérica y Europa, significó para nosotros la consolidación de una atrevida escalada, la ratificación de la buena senda de nuestra osadía. El trébol de la buena suerte signaba nuestros pasos. Podíamos avanzar con sólida independencia. Por primera vez grabamos breves cuñas radiales, que pasaron emisoras culturales, escuchadas por miles de oyentes.

Este paso abriría el camino a más propuestas artísticas en la ciudad y a la internacionalización de Medellín, cuando visitar esta ciudad, todo el mundo lo sabía, significaba un peligro de muerte para los viajeros. Este era un lugar vedado a los extranjeros, ubicado geográficamente en los mapas, como una urbe de malos augurios, o un lugar para morir. Pasábamos siempre por la puerta estrecha, venciendo dificultades incontables.

El Festival reclamaba a todos salir de su encierro para celebrar la existencia. La voz grave y profunda del español Carlos Sahagún impregnaba los recintos. Su poema A imagen de la vida inundaba la Biblioteca Pública Piloto, impactando al público que colmaba la sala:

Qué niño irá a caballo pensativo
hacia el mar insondable
para contarnos una dura historia
de despojos guerreros y de hambre
como aquel mediodía que revive
aún hoy
bajo los cascos sollozantes.
Tal vez la vida sea para otros
asunto menos grave
música que escuchamos desplegada
dulcemente en el aire
larga espera en la seguridad
de que el tren llegará temprano o tarde.
Mas para mí no puede ser sino dolor
hecho a su imagen.
Mi porvenir y mi principio
son una misma escena inolvidable
el mar que emerge eternamente
al fondo de una calle
y un niño y un caballo derribados
tragados por el oleaje.

La declaración que se ofreció al público asistente, que colmó la Biblioteca Pública Piloto el lunes 27 de abril, suscrita por los poetas participantes, expresaba, entre otros apartes:

¿A dónde ha sido conducido nuestro sueño? ¿A dónde nuestras esperanzas? ¿Qué hemos hecho de nuestra dignidad? Respecto a la dignidad, todos conocemos la excepción latinoamericana, lección no asimilada o no aprendida todavía. Nuestras esperanzas fluctúan, ascienden y descienden al ritmo de nuestras oscilaciones políticas, e incluso desfallecen en ocasiones al absurdo paso de las ojivas, y la poesía cantará  o no la esperanza, pero jamás la veremos deponiendo sus sueños; la veremos oponiendo su fuerza a nuestra historia de oprobios.

Tener un país es un accidente: se es cualquier hombre. Pero tener una patria, no. Hemos venido aquí a decir a todos aquellos que nos quieren escuchar, y sobre todo a aquellos que no lo quieren, que una patria, palabra gastada por el uso pero viva aún en el corazón de muchos hombres y mujeres, que una patria es un fruto por buscar, que todavía no conocemos su pulpa, que su calor nos ha sido esquivo, para no decir robado.

Por razones eminentemente financieras, por avaricia de los empresarios, no hay entre nosotros poetas de toda América. Pero también de algún modo está aquí su voz: Porque la poesía brota de un sueño común, señala nuestras carencias y formula que el camino es el de la libertad absoluta, el de la creación que no halla más límites que los del propio lenguaje, el de la búsqueda que ni cesa ni se satisface. La poesía desborda todos nuestros límites para hallar una muy buena parte de su sentido en aquella zona en la cual un hombre, en cualquiera de nuestros países, en la soledad de su cuarto, puede descubrir que carece de un sitio para su plenitud y la de los seres que ama, y que, en ese dolor de ausencia, él no está solo, que son millones sus hermanos: La poesía no erige su canto en un limitado coto de caza. El poeta no asiste a su laberinto de palabras para defender su vida, sino La Vida; no su esperanza, sino la Esperanza Humana; no sus sueños, sino El Sueño del Hombre.

Los poetas extranjeros, que no habían percibido ni experimentado nada semejante en otros encuentros internacionales, vertieron sus opiniones al público y a los periodistas, entre sus lecturas de poemas y el descanso, sorprendidos y entusiasmados, pues sus vidas habían sido tocadas por el amor de las gentes:

 

CARLOS SAHAGÚN, Premio Adonáis (España):

Agradezco el haber podido comprobar el entusiasmo de todo un pueblo por la poesía. Me parece que el país tiene una fuerza espiritual que puede todavía salvarle. Y en cambio no crean que en Europa esto es tan frecuente. Allá la vida está muy mercantilizada, muy materializada, y la poesía queda como algo totalmente marginal para la vida actual. Yo creo que en estos países en vía de desarrollo ustedes no han perdido algo que es básico para el ser humano, el interés por la creación como un acontecimiento magno. Eso de resistir durante una hora de pie escuchando poemas a palo seco, no se daría en España. Me dejó sorprendido y más todavía en Medellín, que desde la perspectiva europea se ve como una ciudad industrial, con un entorno socio-político que se ha conocido en estos años, pues no espera uno que pueda haber en los habitantes de Medellín, un entusiasmo por la poesía que se refleja y que se ha visto todos los días que ha durado el Festival.

 

DANIEL SAMOILOVICH, Premio Julio Cortázar (Argentina):

Desde los beatniks norteamericanos, en los 60s, no ha habido nada parecido, tal vez en la Rusia pre-revolucionaria o post-revolucionaria. En algunos momentos me he pellizcado para saber que no estaba soñando. Yo estaba recitando mis poemas que son bastante intimistas. Y la vez que más público he tenido en mi país han sido 100, 200 personas. En esta ocasión me encontré recitando en una multitud, en la calle, a los gritos. Es que ustedes no se dan cuenta porque son los que lo hacen, pero tener  tres mil personas en vilo por una lectura de poesía no se da en ninguna parte. ¡Es un fenómeno! El único lugar donde los poetas tienen admiradores, se les pide autógrafos, tienen fans, como si fueran astros de rock.  Están muy locos ustedes.

Más allá de que la ciudad tiene una tradición poética, se ha percibido a la poesía como una empresa de vida y a la violencia irracional como algo destructivo. La poesía es muy difícil, requiere mucha atención. La sociedad moderna nos deseduca para atender; todo es inmediato. Hay que tener una actitud de entrega y de pronto encontramos con que esto no es para una minoría, aquí en esta ciudad loca. En cuanto a su poder transformador: leí una frase acerca de que la poesía no puede salvar la vida pero la hace más digna de ser salvada.

Una de las cosas más terribles que se instalan en una sociedad como la nuestra, golpeada por la violencia, es la desesperanza, con lo cual se consigue un efecto disolvente de la base misma de la sociedad. Hay un poema que dice: vivimos una época en que los malos están llenos de ferocidad y los buenos de toda convicción. De modo muy indirecto, yo creo que este Festival tendrá sus consecuencias políticas, porque política es la vida de la polis y de la ciudad. Me parece que la gente se ha ido llenando de este sentido de afirmación de la vida.

 

VICTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ, Premio Jaime Gil de Biedma (Cuba):

Pienso que detrás de la afluencia de este público de Medellín hay un hecho sociológico: una ciudad buscando su verdadera identidad, que no es la violencia. Está buscándose  a sí misma y quiere encontrar en la palabra de los poetas toda una reflexión  sobre los valores del hombre. Yo creo que la poesía hubiera desaparecido si no cumpliera lo que en ese lenguaje tan gris de los sociólogos se llama una función social. Yo pienso que los antioqueños no deben dejarse vencer del trauma, que tienen que salirse del complejo de la violencia, saber que ellos están por encima de todo eso. Que Medellín es otra cosa, mucho mejor.

 

 

MIGUEL DONOSO PAREJA, Premio Eugenio Espejo (Ecuador):

Aquí hablan de una especie de milagro y yo no creo en milagros. Creo que la poesía ha estado siempre ahí, en el caso de Medellín, porque los fenómenos no se dan así como así. Pero la afluencia de público ha sido increíble. Es un público extraordinario que sabe de poesía, que detecta dónde está la gran obra. Para mí no es extraño, pues como digo siempre, el pueblo colombiano es un pueblo de una gran capacidad creadora, es un pueblo que siempre va a las últimas consecuencias, su manera de jugar la vida es un juego a muerte. Entonces yo creo que un pueblo así no tiene por qué perderse, va a salir adelante, tendrá que salir adelante.

 

 

FERNANDO RENDÓN:

Durante 1992 se produjo una gran sequía que ocasionó una grave crisis energética en el país, afectando los niveles de embalse, que aparejada a problemas de infraestructura del sector hidroeléctrico, ocasionó dramáticos racionamientos de agua. Así lo percibí:

Hasta que el amor de todos/ descendió/ a su más bajo nivel/ de embalse/
Nuestra represa se seca-/ Y hay angustia/ y grave racionamiento de luz
Y entonces  -por fin-/ multitudes hacen grandes filas/ para escuchar poesía.

En la reunión de balance, celebrada con Norha Luz Castrillón, representante de Quirama,  informó -después de esclarecidas las cuentas-, que tanto Quirama como las entidades que habían tomado parte en la organización (Alcaldía de Medellín, Cámara de Comercio y Universidad de Antioquia) consideraban que un evento anual representaba un gran desgaste para los organizadores, máxime si al esfuerzo desplegado durante meses de preparación, se le agregaba la suma de tensiones con el grupo de poetas que participaba en el proyecto. Quirama propuso que el Festival se celebrara cada dos años, todo lo cual bien, mirado por nosotros, significaba un principio evanescente, una coartada para la evaporación de un sueño, hecho ya realidad en la memoria y en la conciencia de poetas, periodistas y de miles de personas de esta ciudad crucificada por la muerte.

Ipso facto, sobre el mismo escenario de la reunión evaluativa, aunque expresamos nuestro agradecimiento a las entidades, determinamos separarnos amablemente de nuestros aliados, esclareciendo que continuaríamos solos este proyecto anual que nos pertenecía, emanado de nuestra interioridad, vivo en nuestros poemas y en nuestros pasos cotidianos, sin importar las dificultades ulteriores. Una nota registrada en El Colombiano un mes después, en mayo de 1992, expresaba:

En las calles, todavía, un leve olor a poema se confunde con el humo de la ciudad. Todo este cemento por fin acariciado con labios-versos parece haber cambiado de color. Medellín, ciudad sin memoria, tiene que aceptar hoy que le entraron en el corazón y la dejaron distinta, amada, tocada…

Ese era solo un presagio, si “La poesía es la fuerza que prende en multitudes” como diría Fernando Rendón, él y sus amigos lograron ratificarlo, hacer un hito en la cotidianidad de esta ciudad para invitarla a que se sienta “cualquier ciudad de América Latina”, en el afán de integrar ese sueño cada vez más cercano de hacer un “movimiento continental que ayude a fundar la vida”.

Porque los poetas de Prometeo tenían razón cuando en su revista decían: “Una es la voz, aunque los rostros son distintos y la pronunciación desde distintos lugares y tiempos; uno es el lugar y el tiempo”. Además de ese olor que deja la poesía al caminar por las calles, nos queda la revista como un recordatorio, como la invitación a la próxima cita.

En octubre se nos otorgó la Beca Nacional de Colcultura: un aporte de cinco millones de pesos para fortalecer el trabajo de la revista, que circulaba trimestralmente. Habíamos presentado una publicación con textos sobre los elementos, con fotografías de Beatriz Múnera sobre bellos desnudos de Gloria Posada; un número más, doble, conteniendo las creaciones de los poetas concurrentes, con grabados de José Antonio Suárez; una tercera edición, con poemas y entrevistas a Carlos Sahagún y Antonio Cisneros: y un cuarto número, en octubre, dedicado a literaturas indígenas, que nos acercaba más a las raíces de nuestro continentes, tan despreciadas y vulneradas por las culturas oficiales, herencia autoritaria de la sombría y represiva “Madre España”.

500 años después de la invasión española a América, en la tarde del 12 de octubre de 1992, hasta el amanecer del siguiente día, aliados a la Organización Indígena de Antioquia (OIA) realizamos un acto multitudinario en el Cerro de Nutibara, con poetas y artistas  indígenas, y varios poetas colombianos, atravesado de cantos y danzas ceremoniales, lecturas de poemas e intervenciones musicales, fortaleciendo nuestros nexos con la espiritualidad originaria. El acto ritual se prolongó con el entusiasmo de un público enorme. Kunas y Emberas prepararon y distribuyeron chicha durante la noche, y amanecieron danzando con ellos muchos cientos de personas.

Última actualización: 16/11/2021