Un país para la vida
Por: Fernando Rendón
El pueblo resiste a un tiempo todavía medieval de masacres. Se devasta el bosque sin nombrarlo. La amenaza muestra todos sus dientes. Se escamotea la luz en los jardines y en los árboles. Monstruosos sistemas de espionaje controlan a los ciudadanos. Los medios de comunicación son torturadores y retransmiten sólo la diaria procesión de la muerte. La matanza nos ha incomunicado y disgregado en el laberinto de la desconfianza. Pero toda esa muerte no ha clausurado la memoria del amor.
El presente está sitiado con tinta y fuego. La diaria ley de la opresión se opone a la dialéctica del sueño. Permanecíamos sordos ante el invierno y el verano. Estábamos mudos para expresar a nuestros hijos a qué verde sueño no podíamos renunciar.
Retenemos en la mirada la confianza cálida en nuestro destino. Nuestro viaje sube por los siglos y la sangre, bajo el signo de un amor que es rebelión y nunca acaba, prueba que las visiones del amor no serán pasto de gusanos.
Contra las olas de piedra, desde edades construidas sobre millones de huesos y bajo el aire de todas las batallas, emprendemos el viaje al porvenir, hacia el mundo no encontrado: la vida. Para recobrar el planeta arrebatado.
La tierra pura del rocío, el suelo de estrellas, las costas bañadas por la vida, serán de nuevo de todos. Pues casi todos hemos amado el mundo. La poesía será el canto más puro que el día de un pueblo que destroza sus prisiones.
El inmenso vocerío de las fuerzas nos alienta. Esta energía convertida en nuestra nueva ley y el espíritu humano transformándose a través de todas las luchas. El amor está en los cuerpos deteriorados por el hambre. ¡Nos han cobrado caro el alquiler de un mundo que es nuestro!
La tormenta busca la hora suprema. No tenemos miedo. Que un movimiento poderoso rompa todos los límites. Cada instante una oleada del sueño que brota para aumentar la sed, que se opone a la realidad adversa y derriba a la muerte.
Un sol inmortal nos saluda con sus millones de hojas. Retorna el aroma del sueño primigenio a los cimientos. Aguarda el futuro bajo los párpados. Fluye hacia nosotros la pensativa sed de antiguas multitudes, el despertar fraterno de todas las fuerzas de una especie singular.
En las arenas del viento, luchamos en medio de un rumor de antepasados. Muchos han sufrido tanto que ya no tienen cuerpo. Pero aunque estén muertos, de sus huecos resecos brotará la primavera.
Asistimos a la agitación del flujo descomunal de la corriente. Ruge la tierra, el océano abre sus alas, en la rebelión del viento. El sueño ardiente nos refresca y agitamos su bandera sobre la línea del horizonte. La vida canta en los labios de un amor dulce.
Luchamos sin tristeza de partir antes de tiempo. Queremos en sustancia ser un pueblo liberado. Nos negamos a seguir siendo esclavos y empuñamos el relámpago.
Mi pueblo, eres el futuro, el gallo que canta al final de una noche sombría, el hondo resumen de las causas: ¿quién erigió todas las grandes y pequeñas construcciones de la historia, quién sembró todos los campos del mañana, quién se sobrepuso a todas las derrotas y será el gran vencedor del mediodía?
Las revueltas antiguas bullen en los continentes. Porque ninguna patria ha sido nuestra, queremos ser dueños de nuestra propia historia, en una patria de todos los humanos, el país de todos los tiempos, con alas, ebrio y ya despierto para siempre en nuestra sangre.
-Escuchen bien: ya llegan los cambios hondos. No sigan solitarios el camino. Pondremos fin a todas las matanzas. Donde impere la opresión hablaremos del destino. Bailaremos sin cesar la fiesta de la noche. El verdor habrá crecido sin fronteras. Las colinas estarán llenas de victoria sobrehumana. Las fábricas y los campos cultivados resplandecerán. Un sol de salmón se servirá a la mesa. -No teman, los días son de todos. No están solos en este mundo inmenso.
Tendremos palabras nuevas para una nueva justicia, nos uniremos al sol en el renacimiento del mundo. Volveremos sobre la hierba a entonar el coro del alba.
Habitaremos el territorio donde mana el secreto río de un sueño profundamente humano. Tendremos al fin la estatura de la tierra que nos creó y la contemplación de su sonrisa nos hará sabios. Un tiempo grande se abrirá generoso para todos entre la densa luz.
Hermanos de los siglos combativos, seremos de nuevo un fuego encendido contra la noche oscura. Nuestros actos se despertarán. Crear será bastante, en el éxtasis de la alegría cotidiana.
La poesía será la redistribución de la energía. La vida nos ha hecho a todos responsables del estado del mundo, de la humanidad y de la tierra. ¡Cuánto trabajo tendremos!
Nuestra primera tarea será conocernos y hacer que emerja en nosotros el lenguaje universal. Después de tantos desastres habrá sobrevivido la palabra. La tierra no volverá a perderse de nuevo. Este lenguaje encarnará el vigor de la inteligencia y los sentidos, el pensamiento se aferrará a la fuente sensorial y halará de ella, con una brida.
¡Si supiéramos cuánta poesía podrá levantar decisivamente la voluntad de nuestra época, hacia la abolición de los sufrimientos y el esplendor del laurel en la frente de todos los trabajadores...!
Las mañanas serán de todos, el mar, el meteoro, que no morirán ni envejecerán nunca. La piedra desencadenada será de nuevo luz. En los grandes tiempos nuevos, nuestros serán el pulso de la primavera y el de la estrella más lejana. Nuestras puertas se abrirán a todas las canciones. Soles se derramarán sobre todos como sobre un campo de millones de espigas.
Este y todos los mundos serán de todos. No es la cabeza de un dios, es la cabeza de un pueblo la que emergerá triunfal después de una agonía de siglos. Una sonrisa flotará de un lado a otro del planeta. Resplandecerá la hora de la vida nueva. Seremos la tierra y el universo. El triunfo de la vida sobre la muerte.
Medellín, 2006.