El Festival de Poesía de Medellín, Colombia.
Por: Stefan Hertmans
El siguiente artículo de prensa fue escrito por el poeta belga Stefan Hertmans, invitado al XIV Festival Internacional de Poesía de Medellín y publicado en el diario belga Der Standaard el pasado 22 de julio de 2004.
El poeta Hertmans gentilmente envió a la Revista PROMETEO la traducción del mismo, que a continuación se incluye en nuestra web.
El snackbar se llama Al Pan-Pan. Por Stefan Hertmans "Sí, es cierto, esto es una oda a lo que se llama la ciudad más peligrosa del mundo". Stefan Hertmans se fue para la ciudad colombiana de Medellín para participar en un festival internacional de poesía y se quedó perplejo viendo el gran entusiasmo con el que el público recibía a los poetas. "Medellín es una embriaguez".
Mientras caminamos por las asoleadas y vivas calles de la ciudad, una periodista rusa me cuenta sonriendo que antes de viajar redactó su testamento. Nunca se sabe cuando uno viene a Medellín, la capital de las drogas, la violencia y el secuestro. Sin embargo, después de ya dos días de estancia, paseamos tranquilamente por la ciudad, charlamos con la gente en los bares al aire libre a lo largo de las grandes avenidas, caminamos por un mercado caótico o nos sentamos en las escalones del gran Museo Botero.
La paradoja de Medellín: en Bélgica todo el mundo te dice que estás loco por querer venir hasta aquí, y aquí todos te dicen que estás loco si crees todas esas bobadas de la prensa. También será en gran parte una ofensiva encantadora, pero el caso es que en ningún lugar de Colombia me he sentido realmente amenazado. Al contrario, el gran festival internacional de poesía de Medellín es probablemente una de las experiencias más fascinantes que uno puede vivir. Tanto la noche de inauguración como la de clausura son una gran sensación: unas cuatro mil personas en una arena abierta - junto al sonido de las chicharras y del murmullo en la cálida oscuridad- vitorean, alborotan, aplauden, fuman cigarrillo en grupo, cantan, saludan y dan voces de aliento a los poetas. Un gran "concierto de rock" con poetas. La experiencia en Europa se fue conociendo un poco desde que Hans Magnus Enzensberger le dedicó un amplio artículo, raramente entusiástico por su actitud crítica. No se puede negar: Medellín es una embriaguez. Tal vez también justamente por ese toquecillo de riesgo, por la pimienta en la sangre cuando uno ya tarde en la noche escucha en los bares de ron a un viejo hombre negro cantar una canción de esclavos o ve a alguien sacar un bandoneón mientras que una chica con rasgos indígenas de repente se levanta, empieza a bailar salsa y vuelve a sentarse riéndose, después de lo cual otra mujer empieza a cantar una canción melancólica y todo el mundo la acompaña. Esto es otra forma de vivir, la de la gente que no está amargada por la prosperidad, que no está aburrida a nivel cultural, que no tiene que justificar nada y es generosa y desenvuelta en todo.
He estado especulando, junto con unos poetas -estamos amontonados durante diez días en el Gran Hotel con unos sesenta poetas de todos los rincones del mundo- sobre una explicación: ¿de dónde viene este entusiasmo inverosímil? ¿Este calor de la gente que después de nuestros coloquios viene a abrazarnos, nos trae regalos, nos lleva a sus sitios preferidos?
En primer lugar, el estatus que tiene un poeta en el mundo hispanohablante es totalmente diferente al que tenemos aquí. Así por ejemplo hasta la persona de la aduana en el aeropuerto de Bogotá, una marimacho, levanta un momento la mirada cuando verifica mi pasaporte antes de mi regreso a Bélgica. A causa de las estrictas medidas de control impuestas por el Presidente Uribe, todo ya ha sido introducido minuciosamente en el computador y esta mujer ya sabe prácticamente todo después de unos "clics" con el ratón. De repente me mira y dice en su español matraqueador: "haha, un poeta! Recítame un poema!' Improviso algo en neerlandés sobre aduaneros tocando techo, y me da las gracias inclinándose largamente. De repente la marimacho parece una niña feliz. Nosotros no estamos acostumbrados a este tipo de cosas. Pero el hecho es que el mundo hispanohablante presenta un respeto para la literatura, a nuestro juicio anticuado, que uno sólo llega a entender realmente cuando escucha a sus grandes poetas. El mundo literario hispanohablante es un océano que parece más grande y más fuerte que el anglosajón una vez que te sumerges en el.
En segundo lugar el pueblo colombiano tiene algo que justificar: después de la muerte, hace unos años, de Pablo Escobar, el narcotraficante más famoso del cartel de Medellín, esta ciudad claramente quiere pasar la página. Teniendo por un lado a un presidente autoritario y el otro una guerrilla aun activa, la gente del centro del campo intenta perfilarse por su carácter nacional: generoso, abierto, dejándose llevar espontáneamente por la esperanza y la emoción.
Eso, los poetas aquí presentes, lo sentimos como una invitación muy tentadora. El hecho de que somos tan numerosos es para esta gente la prueba de que el mundo aun no les da la espalda, que también cuentan, que les damos una oportunidad para ser percibidos y apreciados por los demás. Es por eso que sus ovaciones tienen algo de gratitud.
En el centro del campo, así me cuenta Mónica Vivas en la ciudad sureña de Cali donde unos días después voy a dar lecturas, también hay los movimientos, los movimientos políticos alternativos. Pero las manifestaciones literarias ya son un movimiento de por sí, un movimiento de gente que quiere luchar por la democracia sin la política, puramente desde los valores humanos que representa la literatura. Por la noche me arrastra por el barrio más antiguo, desde donde tenemos una impresionante vista sobre esta ciudad, no muy lejos del ecuador. Aquí me siento lo más alejado, este es para mi el lugar más exótico. Cali está apenas a doscientos kilómetros del Pacífico. A través del calor nocturno, se siente la brisa, el viento típico que viene soplando desde la costa. Durante toda la noche, se escucha salsa y los gritos excitantes de gente bailando. Sobre las cuatro de la madrugada ya tengo que irme para estar a tiempo en el aeropuerto para mi vuelo de vuelta a Medellín. Por eso me quedo despierto, incitado por una energía de la cual en estos días desconozco el origen. No hay tiempo para dormir. Ya dormiremos cuando estemos en casa, dice el poeta ruso Damian Kudriatsev, uno de los mejores poetas que habré escuchado en este festival. Lee entre otros un largo poema sobre Lebed, que significa cisne en ruso. Por supuesto se trata del extravagante político ruso con el mismo nombre, pero él sitúa el tema fácilmente en un contexto universal. Después lee un poema sobre Heine que en cuanto a nivel puede aguantar tranquilamente la comparación con los mejores poemas de Josep Brodsky. Tiene treinta y tres años, poéticamente ya parece maduro, un poco un chico conflictivo que por alguna razón no quiere regresar a Rusia y por eso reside en Londres.
Pero también hay sorpresas colombianas, como la poeta Lucía Estrada, de sólo veinticuatro años, preciosa y matraqueando sobre William Blake, Yeats y Borges. Escribe un tipo de prosa poética poco común, fuerte y exótico a la vez. El organizador e inspirador de este festival, Fernando Rendón, es un típico ejemplo de la generación de mayo 68: mechudo y vestido descuidado, siempre amablemente stoned. Al leer el manifiesto de esta 14 edición, levanta el puño y el público se vuelve loco. Pero al mismo tiempo la organización del festival es de una eficacia raramente vista sin que nadie en ningún momento parezca estresado. Ningún taxi o autobús se retrasa, nada falla, todo transcurre perfectamente, aunque algunos colaboradores a veces se quedan sin aliento a causa de una improvisación de última hora. Otro aspecto especial de este festival es que todos los colaboradores también tienen que ser poetas o poetas aspirantes, me cuenta Rafael Patiño. Esta mano derecha de Rendón, uno de los pocos que domina el inglés, subraya que de esta manera el festival también tiene un significado artístico para el desarrollo personal de los colaboradores. De ahí que las mismas personas con quienes sales hasta tarde en los bares, el día siguiente en la piscina mantienen una conversación contigo sobre la traducción al español de Paul Celan.
El lazo que se crea de esta manera es algo que me aturde, nos hemos creado un planeta dentro del planeta. Uno donde no tienes que explicar por qué es importante leer poesía, donde no te tienes que defender porque lees libros, sino donde todo es natural y rebosa del entendimiento mutuo. Sí, es cierto, esto es una oda a lo que se llama la ciudad más peligrosa del mundo.
Una mañana recibo un mensaje preocupado en el celular porque la prensa flamenca ha vuelto a publicar un artículo sobre Colombia como el "campeón del secuestro". Me dicen de quedarme en el hotel y nunca salir solo a la calle. Lo cuento aquí y enseguida se ríen de ello. Es verdad, aun puedo pasar, dicen aquí, pero Colombia está acelerando su proceso de democratización. Sólo queda la pregunta abierta de qué pasará después del Presidente Uribe. Todos los ciudadanos esperan una rápida transición a una sociedad realmente abierta, y descontando a los movimientos guerrilleros (que se encuentran en la parte rural de Colombia) esto parece factible. Sin embargo, se escucha a menudo: Nosotros en Colombia, somos así. Llevamos la violencia dentro. También hay mujeres que lo dicen. Bajan los ojos. Un momento de silencio, y no sabes si tienes que seguir preguntando.
Pero entretanto, la única huella de violencia que yo mismo he podido constatar en Medellín ha sido el nombre del snackbar a la vuelta de la esquina: Al Pan-Pan ("pang-pang" de la palabra española "pan"). Y el único secuestrado que he visto es una gorda Europa del escultor Botero en la plaza del museo. Quien no juega al turista ingenuo agitando cámaras costosas o haciendo alarde con relojes de oro o con gafas caras, aquí no será excluido. En un país con graves problemas económicos, con una economía que no consigue una verdadera reconversión (por supuesto que el cultivo de maíz no es tan rentable como la venta de coca), alguien quien juega al rico turista es visto como una provocación, lo cual se puede entender.
Pregunto a Rafael Patiño cómo este festival puede sobrevivir. En cuanto al aspecto económico hay en primer lugar una colaboración con entes en el mundo entero. Así por ejemplo mis gastos de viaje han sido cobrados por el Fondo Flamenco para las Letras; en los carteles oficiales veo que una treintena de organizaciones similares en todo el mundo se han encargado de los gastos. A parte de eso, la administración pública colombiana se pone difícil en cuanto a su propia contribución económica, porque sabe que este festival tiene una tendencia izquierdista. Pero después de todos estos años el estatus lo ha convertido un poco en intocable. En realidad, no se le pone la menor traba al festival, porque saben que esto se está convirtiendo en el artículo de publicidad más importante del país. Casos de censura son raros y en cuanto a la elección de poetas no sentimos ninguna resistencia, dice Patiño. De vez en cuando sí se trasluce la Colombia antigua. Hace unos años Fernando Rendón fue amenazado porque hacía un llamamiento a la paz: a ninguna de las partes en contienda el pacifismo les parecía una posición justificable. Pero desde que un alcalde más progresista asumió sus funciones, la ciudad de Medellín otorga considerablemente más dinero, actualmente unos 300 millones de pesos, convertidos en euros no son más que unos cien mil, pero considerables para los gastos nacionales (un alcalde que además también asistirá en el ayuntamiento a una lectura del poeta amablemente encantador Chirikure Chirikure de Zimbabwe, al cual aplaudirá entusiastamente). En estos días la prensa escrita le dedicará al festival una cantidad llamativa de espacio y atención. No pasa ni un día sin que se pueda leer en algún sitio un amplio y buen documentado informe. Sobre todo la presencia de poetas como la palestina Nidaa Khoury, que lee una poesía muy combativa y siempre recibe ovaciones de pie, no pasa desapercibida. Está claro que también la prensa intenta utilizar esta manifestación literaria como un alegato a favor de la sinceridad y la tolerancia. Las lecturas son interpretadas como una especie de salvas a través de la ciudad entera. Cada día, en una decena de lugares, con siempre la misma fórmula: cuatro poetas en una línea, cada uno veinte minutos, a cada vez combinaciones distintas. Al público en los barrios populares, en el jardín botánico, en las bibliotecas, en las escuelas y los teatros no se le puede hartar. Veo algunas personas reaparecer hasta tres o cuatro veces, a cada ocasión traen un regalito y la última vez te abrazan, ya te recitan de memoria uno de tus poemas en español y nos preguntan cuándo vamos a volver. Bueno, ¿cómo se puede explicar esto en Bélgica sin que nuestra sociedad escéptica te tome por ingenuo?
Aquí a veces se debate sobre literatura comprometida. En Medellín he visto lo que realmente significa: es que incluye a un público que radicalmente cree en el significado vital de la poesía en su propia sociedad, gente que bebe poemas con una sed y un amor que a nadie le puede dejar indiferente. Una experiencia gratificante.
Vas a regresar? Me preguntó Fernando Rendón. Vete presentando una solicitud, le contesté. El abrazo que me dio a continuación fue el único momento en que mi vida habrá estado en peligro. Por cierto: en el televisor en el aeropuerto de Bogotá alcancé ver que una fuerte bomba había explotado en una calle de Cali. Justamente donde se encontraba el hotel donde no había ido a dormir.