Presente y futuro del Festival de Poesía de Medellín
“La poesía es la sociedad renovada”
Ives Bonnefoy
Después de veintisiete capítulos luminosos, gestados y construidos año tras año, de manera conjunta con una población que ha dispuesto su espíritu, su conciencia y lo mejor de su creatividad e imaginación para auto-transformarse, a través de la experiencia poética como uno de los ejes de su voluntad de cambio, y después de adquirir los méritos que han transformado a la ciudad de Medellín en un centro radiante de convergencia pluricultural de la poesía mundial, surge un ánimo renovado, una actitud oxigenada para darle continuidad a esta práctica que cada año consolida, de manera más consistente, un devenir encaminado a lograr el ascenso espiritual y cultural que esta sociedad requiere para desarrollarse acorde a sus sueños, acorde a su dignidad como humanos, a la altura de un siglo que presenta grandes retos a la especie humana.
Son muchas las adversidades que se han superado, como población expuesta a la turbulencia de los conflictos sociales, y el Festival ha marcado la pauta, tanto en la ciudad como en el país y el mundo, respecto a la intervención pública, convocando a las personas con los argumentos de la sensibilidad espiritual, impulsada e irradiada socialmente, a través de la poesía, el arte, la creatividad y la imaginación como pilares de un alto pensamiento que conduce a la construcción de un discurso civilizado, en el corazón de una población que ha estado en los abismos de la barbarie. Con esta práctica celebratoria, pedagógica y congregacional se ha logrado arrebatarle a la muerte el espíritu cautivo, propenso a marchitarse, promovido en la encrucijada de una historia fratricida, que aún no termina.
Para el Festival Internacional de Poesía de Medellín, como proyecto en la perspectiva temporal relativa al desarrollo de una ciudad, sus primeros veinte años constituyen una fase inicial de un proceso que ha arrojado luz en amplias zonas del espíritu humano, oscurecidas por la sombra de los conflictos y la degradación social que de ellos se derivan. Con el vigésimo Festival se alcanzó una cumbre desde la cual ha sido posible visualizar, dentro de la senda elegida, un panorama que se abre a nuevas propuestas enriquecedoras de la dinámica del evento y por lo tanto de su proyección en la sociedad, en beneficio de una población que ha sido la protagonista de su propio progreso espiritual, cultural y poético.
Son muchas las tareas por realizar desde las perspectivas que el Festival abre en su proyección social, tanto local como nacional y mundial. Se ha avanzado considerablemente en ese sentido de fortificar el espíritu y elevar la dignidad humana, en una ciudad que en 1991 parecía un campo de batalla y la población experimentaba un deterioro muy notable en su condición espiritual y humana, a tal punto que había una epidemia de agresividad interpersonal y la salud emocional de la población estaba seriamente afectada. Hasta el momento, después de veinte años, se experimenta un fervor acrecentado de manera auténtica, por la solidaridad social y espiritual, lúcida y amorosa; por la fraternidad expresada como movimiento cultural, y hacia los poetas, que se desplazan desde todos los puntos cardinales del orbe, para cumplir con un llamado de la condición humana global, gestado desde una localidad que se hace visible por la fuerza concurrente de la poesía.
El Festival Internacional de Poesía de Medellín se manifiesta como parte de un movimiento planetario, defensor de lo viviente, como resultante de un tiempo en borde peligroso para la especie humana y en general para todo lo existente; de ahí que la experiencia del Festival ha inspirado otros Festivales tanto a nivel continental como mundial. El Festival es un ejercicio del espíritu que ha fortalecido la dimensión sagrada de la palabra, con el retorno de los símbolos que se revelan en la voz de los poetas, del público, de la palabra que recobra su esplendor.
Con el Festival se hace palpable esa fuerza de cohesión que nos protege de la disgregación absoluta, de la abrupta separación que nos condenaría al ostracismo. Esa ha sido, y es, la esencia de esta conjunción soberana de voces, culturas y artes poéticas. Esta práctica está al cruce de los caminos del arte, la poesía, los mitos, lo sagrado, la memoria y lo cotidiano. En ella recordamos que somos parte de una misma alma (como expresara William Blake). Es el sueño de la humanidad representado por poetas de los cinco continentes. La ciudad es poblada y consagrada a la experiencia poética, con el canto en muchas lenguas, gracias a los poetas que vienen cada año a realizar un encuentro vivificante y esperanzador. El Festival Internacional de Poesía de Medellín se manifiesta como un acto esencial, que ahonda en el alma humana, exalta la condición celebratoria del ser y lo inscribe en un ámbito de ejercicio de la libertad, a partir de las potestades de la poesía. Su luz incide en la conciencia, en las percepciones de un público para quien prospera el espíritu, resistiendo las afrentas de una realidad saturada de violencia y degradación. A la altura de sus sueños el Festival se visualiza como un centro ceremonial en el que la poesía se convierte en puente que nos conecta con lo sagrado, con las fuerzas emancipadoras del ser, con su raíz más pura en la poesía, para la vida y para la transformación del mundo interior de quienes acceden a su influjo. Esta celebración nos sitúa en una órbita transhistórica, de culturas que interactúan a través de sus representantes, los poetas provenientes de los cinco continentes.
La dinámica del Festival genera una ola exultante de conciencia en movimiento, de lenguaje que activa todos los sentidos y afina las emociones y percepciones. En su plenitud humana y existencial, el Festival Internacional de Poesía de Medellín se nos revela como una irrupción del espíritu libertario, como un signo universal que señala la necesidad de integrar todos los pedazos en que se ha fragmentado el ser, sometido a la devastación, a la sobre-explotación y al abuso del poder.
Otro aspecto esencial que justifica la permanencia del Festival y, por lo tanto, la realización de su versión número veintiuno, es su carácter formativo, por su natural proyección pedagógica, ya que la ciudad se revela como un ámbito plural de convergencia y apropiación de saberes que se manifiestan y se comparten en el contexto de las diversas actividades inherentes a su programación.
Las adquisiciones cognitivas que el Festival ha propiciado se reflejan en una población más dotada de referentes poéticos y que sabe discernir acerca de cómo está la expresión poética a nivel mundial. Porque el conocimiento que se obtiene a partir de la experiencia poética proviene de una fuente íntimamente ligada al inconsciente colectivo, asociada a los ritmos de la palabra, desencadenante de nuevas maneras de percibir el mundo mediante una expansión de la conciencia que se abre a captar los mensajes de la actualidad y los arquetipos universales. Así, la ciudad entra en una dinámica de aprendizaje, auto-descubriendo su potencial creativo, que libera a través de la palabra elevada a los niveles del canto, de la expresión verbal que dignifica y abre caminos de luz a la conciencia.
Las acciones del Festival configuran una paideia, una pedagogía contemporánea en la que los protagonistas son los habitantes de la urbe, en este caso Medellín, una ciudad de dos millones y medio de habitantes y que requiere de estas actividades formativas, forjadoras de una nueva conciencia y una nueva actitud frente a lo viviente, en pro de la coexistencia pacífica, del crecimiento espiritual y cultural.
Esta experiencia, permite proyectar una nueva fase del desarrollo del Festival Internacional de Poesía de Medellín como actor proactivo y propositivo hacia una sociedad camino de su plenitud existencial, espiritual y cultural. En la medida en que ese propósito se cumpla estaremos hablando de transformaciones más profundas que preparan el terreno nutricio donde germine la semilla de una humanidad más libre, acorde a sus sueños, acorde a su dignidad puesta en entredicho por las contingencias de una historia de afrentas y de atentados al espíritu.