Ataque a la raíz de un árbol
Por: Fernando Rendón
El imposible realizado: memoria de una batalla de la poesía
El fuego que descendió del sol se hizo piedra, la piedra albergó al océano y el océano arrojó un pez humano a sus orillas. En tiempos arcaicos los hombres y los animales hablaron el mismo lenguaje, e intercambiaron sus formas. Por la fuerza de la palabra ardiente y de sus actos el hombre puede transformarse y transformar el mundo. El viaje es el arte de las transformaciones. Las transformaciones se suceden en el curso de la ascensión. La piedra volverá a ser sol.
Tuve un sueño de oro, tras permanecer durante horas en duermevela. Era el sueño más revelador de mi vida, más real que toda mi vida anterior. Yo vivía en la antigüedad remota, antes de la historia. Me hallaba ante un árbol Aido Pai. Su raíz se extendía por kilómetros, en todas direcciones. No podía divisar su copa. Su ramaje era tan espeso -con hojas espiraladas de un verde, que yo nunca había visto- que no dejaba ver los rayos del sol. Y sin embargo su alucinante raíz brillaba. Era una raíz de varios cientos de miles de años, aunque podía ver que algunos rizomas habían brotado poco antes. Era imposible calcular su altura, no tenía tamaño, tenía edad, pero ese prodigio poseía algo de todas las alturas, de todos los tiempos, de todas las especies y de todos los tamaños.
La raíz estaba herida, muchas de sus ramificaciones tenían profundos cortes y de ellos brotaba savia roja. Su enorme tronco cilíndrico sangraba con incalculables incisiones. Pero este árbol vivía, respiraba, amaba y daba sentido a toda vida sobre la Tierra. Un árbol imperecedero, cuya naturaleza no podía describirse, que era él mismo una selva, celebración de la existencia, que había sobrevivido a la indigente historia humana de guerras y matanzas. Una plaga asesina destruía sus frutos. Es todo lo que recuerdo.
Y desperté. El día anterior había leído un documento inédito, cedido por Manipiniktikinia, en el que el pueblo originario de los Kunas describía la llegada de los invasores españoles a sus tierras en 1510, en las orillas del Golfo de Urabá, encabezados por Martín Fernández de Enciso:
“Por ese tiempo, nuestros abuelos habían visto llegar a los hombres barbados, que traían fuego, cuchillos largos brillantes, perros cazadores de hombres. Nuestros abuelos fueron decapitados sobre esta madretierra. Nuestras ancianas fueron violadas por los hombres barbados. Nuestros sembrados fueron robados, muchas de nuestras chozas fueron quemadas. Pero nos cuentan que nuestros abuelos también se defendieron. Un día, nuestros abuelos descubrieron que los españoles cruzaban el río apoyados en una soga muy gruesa. Eso sucedía por los afluentes de Tuile’uala, por Ukupnega. Nuestros ancianos se adelantaron a los españoles y dejaron la soga medio cortada por el centro. Nuestra gente se distribuyó entre los matorrales esperando la llegada de los extranjeros, con las flechas, los arcos y los palos bien preparados. No tardaron mucho, los hombres barbados cruzaron el río. Ellos cayeron a tierra, y nuestros ancianos saltaron sobre ellos y mataron a muchos”.
El mismo año, Vasco Núñez de Balboa fundaría a Santa María la Antigua del Darién, primera villa española en territorio de Abya Yala. Se la designó capital de Castilla de Oro, y aprovisionó la fundación de otras villas. Fue incendiada 14 años después por los Kunas.
Antes de la antigüedad todos éramos uno, pero la tierra se abrió, y entre nosotros y la tierra ensangrentada, durante siglos inacabables ajena, pasó victorioso el enemigo matando, inquisitivo, impositivo y aplastante, con el rayo en sus manos. Alias Terror.
El desarrollo en la tecnología de destrucción de los españoles, cristianos y civilizados, la mayoría presidiarios y criminales armados por la corona española, hizo la diferencia. Según cifras del Banco de la República, en 1535 la población indígena colombiana ascendía a cuatro millones de habitantes. Y en 1560, según cifras oficiales de los ocupantes, había sido brutalmente disminuída a 1.260.000 aborígenes. En apenas 25 años, la política genocida de los reyes de España había exterminado a 2.740.000 nativos, despojándolos de su oro y de sus tierras, destruyendo sus tradiciones y cultos, e introduciendo una despiadada política de terror, saqueo y esclavitud. Todo ese horror yuxtapuesto, en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, contraviniendo las tablas de su ley y las insondables previsiones del dulce Cristo.
Transcurridos más de tres siglos de coloniaje, el libertador Simón Bolívar, militar y político visionario, impregnado de una profunda sensibilidad poética, libró una victoriosa serie de batallas contra los españoles, que culminó en 1819, trazando el camino a la formación de la Gran Colombia.
Pudo más la ambición del oportunista y pérfido Francisco de Paula Santander, aliado de William Tudor, cónsul norteamericano en Lima. Santander, que amaba el dinero y el poder, ordenó cuatro atentados contra Bolívar. Bolívar le perdonó la vida. Santander cercó moral y físicamente al Libertador, quien murió en 1830, aparentemente envenenado. Su amigo leal, Antonio José de Sucre, fue asesinado en Berruecos por orden de Santander. Su compañera Manuela Sáenz; su maestro Simón Rodríguez: generales de su confianza como Rafael Urdaneta, y muchos de sus partidarios, fueron desterrados por los santanderistas, que aniquilaron el proyecto de unidad política y geográfica latinoamericana. Los enfrentamientos entre bolivarianos y santanderistas continuarían durante décadas.
Tras la desaparición física del Padre de la Patria, Colombia padeció prolongados períodos de violencia extrema bajo gobiernos totalitarios, entre ellos 45 guerras civiles nacionales y regionales durante 114 años, en menos de dos siglos años de vida republicana. Se alternaron numerosos regímenes conservadores, a veces dictaduras, o en alianza con liberales reaccionarios, que no permitieron nunca constituir gobiernos de raigambre democrática y popular, como ha sucedido en otros países latinoamericanos.
Sostenidos en su hambre de conflagración, bendecidos por la Iglesia Católica y sostenidos por fuerzas retardatarias de criollos latifundistas, los conservadores mantuvieron con puño de acero una hegemonía dictatorial durante 44 años, desde 1886 hasta 1930. Los liberales fueron derrotados en varias guerras civiles, incluyendo la Guerra de los Mil Días (1889-1902), donde murieron 320.000 colombianos, cuando Colombia tenía apenas tres millones de habitantes. Un tratado de paz se firmó entre las fuerzas enemigas, a bordo del acorazado estadounidense US Wisconsin, atracado en la bahía de Panamá. I took Panama.
No hablemos más del árbol. Una plaga arrasadora destruye sus frutos. El célebre pintor Paul Gauguin, incitado a viajar a Panamá por su cuñado colombiano Juan Uribe, escribió en una de sus cartas: “No deseo ir a trabajar al Canal de Panamá, como me lo han propuesto, porque los colombianos son de un talante tal que, al menor descuido, te dan un balazo por la espalda”.
La tendencia histórica retrógrada de ejecutar grandes matanzas como solución a los conflictos políticos se impuso. “La política en Colombia, ha sido la continuación de la guerra por otros medios; de cómo en Colombia; a pesar de las formas democráticas de su régimen político, ha habido una incapacidad manifiesta de renunciar a la violencia para el ejercicio de la política”, escribió al respecto el estudioso Jairo Estrada. Los sicarios matan y oran. Herir, matar y rematar, son sus divisas. La mano de la muerte es larga. Los tratados de paz duran muy poco. Las mismas luchas, los mismos métodos para exterminar las luchas. Guerras, treguas, pactos, asesinato de dirigentes rebeldes y de dirigentes civiles opositores, tras los acuerdos que han puesto punto final a las guerras. La mano que firmó el papel derribó una ciudad.
No escuchamos las últimas palabras de Bolívar cuando esperaba que su muerte contribuyera al cese de los partidos y a la consolidación de la unión. Y es por ello que transcurre la guerra infinita en nuestro país, la sumatoria de enfrentamientos de un conflicto no resuelto nunca entre fuerzas antagónicas, las guerras que juntas son una sola, entre fuerzas santanderistas, aferradas a los privilegios individualistas y mezquinos, y a las formas autocráticas del poder, heredadas de la monarquía católica; y fuerzas bolivarianas, partidarias de la libertad y de la unidad, para detener el cruento ataque a la raíz, al tronco, a las flores del árbol, que está llevando a la destrucción perpetua de sus frutos.
El Imposible Realizado no es un riguroso texto de historia de la ciudad o del país. Es un libro abierto, inmerso en la poesía de nuestra historia reciente, una memoria plural, personal y colectiva, la narración de acontecimientos poéticos que acaecieron en el último cuarto de siglo en Medellín, que no ha albergado el propósito de realizar un análisis del contexto político. No obstante, en esta memoria, la circunstancia política se inmiscuiría poco a poco en nuestras vidas. Omnipresente, ella aparecería gradualmente, a medida que la fuerza de nuestros actos se haría más visible en la ciudad. La política se evidencia, inevitable, en estas páginas, a pesar de que no somos politólogos, porque tampoco somos ciegos. De esta manera, para desasosiego de nuestros adversarios, aunque se ha instado a los poetas y a los artistas a que no se mezclen en política, ella se ha mezclado con nosotros, de tal manera, que resulta imposible no nombrarla ni dejar de señalar los nombres de algunos de los artífices de la ruina ”de la patria”.
Lamento decepcionar a quienes querían leer un tratado. Tampoco será una cerrada memoria abarcante. Dejo a la imaginación lectora el trabajo de completarla. A muchas voces acudí para edificarla. Apelaré al tiempo futuro para completarla, con la contribución de quienes puedan y quieran hacerlo, teniendo este libro en sus manos. Tampoco encontrarán en las fotografías que ilustran estas páginas, a todos los poetas que escuchamos durante un cuarto de siglo en esta ciudad, cuyos poemas aprendimos a amar: estas páginas son insuficientes para ello.