Apertura 19º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Por: Fernando Rendón
Inauguración del XIX Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotos Fredy Amariles
En un instante quedó petrificado el espejismo. Como cuatro hombres juntos, pesaba en su ataúd el hombre fulminado por el último rayo de la tarde. Pesó en nosotros como la tierra el sueño de una especie sometida por sí misma, hendida por sus tinieblas.
La ley de gravedad que nos aplasta bajo el sol de mediodía es el anverso de la proscrita leyenda que nadie creyó jamás poder recobrar. Pero otras piedras flotaron bajo este mismo cielo a las voces de un ermitaño milesio.
Hablaremos con una provisoria voz de agua cuando un mar antiguo en su reflujo se hace playa, entonces un volátil elemento se seca sobre la arena, se hace carne y sueño líquido de una fibrosa vida en mutación.
Este universo de arcilla perpetua que muere y renace, desencarna en líquido o entra en su horno porque no sabe o no puede resistir siempre el embate de un tiempo inexpugnable. Ya que no es fácil sufrir cien años cuando el mal perdura.
Las palabras están hechas de aire y de un amasijo de tierra negra y fuego, ellas son granos de arena imantada por el viento o terrones de una arcilla inenarrable, que no irrumpe aún en el horno de la muerte. Las palabras son también recias como peñascos que se congregan o como el polvo que se compacta en la tierra memoriosa.
Pero debemos hablar también con una voz de piedra que un día será de nuevo luz. El porvenir está escrito sobre la piedra antigua. Pues renacer es retornar desde la piedra a nuestra naturaleza radiada.
En un impasible propósito nos organizamos bajo un radiante proyecto del mundo ulterior. Poseemos las claves de la vida nueva en construcción. Cualquier cosa puede acaecer pero está prohibido temer.
No es lo tuyo, es lo nuestro una constante. Acuérdate de los bisontes. Sólo se aparta de la manada un animal enfermo. Estás parpadeando, ojo. Estás hablando demasiado, boca. Sólo la poesía puede palparse. Por tanto cuídate del dogma. Guárdate de la jerga en los bares. Hablaremos sólo cuando sea necesario.
Es necesario renovarse, pero no a la vista de todos. No adelantes a los otros mucho ni poco. Cuídate del desfallecimiento del sueño. No hables a solas. Mientras más sepas y menos sepas de todo este dulce asunto, mejor.
En una escena irracional nos observamos mutuamente. Amamos y comprendemos este absurdo risueño en que dialogamos sin entendernos plenamente. En que la medusa puede petrificarnos por una palabra que dijimos, por una palabra que no dijimos.
Un poema no es un juego de azar donde un corazón tahúr se juega una apuesta sin sentido. Tampoco se juega su existencia el poema en una carrera de lebreles. La poesía es la cifra del espíritu, el vestigio de una metamorfosis sobrehumana.
El fuego destinado a desencadenarnos se oculta en la imaginación que pugna, en el corazón resplandecido de la piedra, en las sibilinas plantas y en los libros que la inquisición prohibió bajo pena de confinamiento, en los cantos y en los mitos que nutrieron la infancia de los pueblos que escalan la sustancia de la tierra, enraizados en una incandescente cognición.
El poema resuelve el acertijo. ¿Cuál es el río presuroso, la risueña verdad siempre cambiante que nos niega, expresada a lo largo de una mutación inenarrable, cuyo cauce sólo puede ser alterado por el sueño?
En la poesía, en la crucial escritura del poema, todos nos jugamos sin ambages esta historia mortal, en esta hora axiomática.