Olivier DOMERG
Textos inéditos para PROMETEO
Afuera
Bajo el viejo cerezo, en medio del jardín, sentados o estirados, ellos parlotean de todo y de nada, y sobre todo de la felicidad pagana de este jardín baldío que los primeros calores de mayo despiertan.
Estaba decidido, escribirá frases. La decisión de "frases" interviene después de un tiempo sin escribir. Escribirá sobre el sitio, sobre el motivo, delante o sobre eso que lo motiva, sin marca precisa del tiempo (buscando evitar caer en la trampa - noción controvertida de "poesía-diario"), lo más próximo del hecho, en el momento en que eso pasa. ¡Verá bien adónde lo llevará eso! ¡Verás bien adónde lo llevará!
Punto focal : los largos vidrios de la cochera, rotos, agujereados, dejando ver un gran desorden a pesar de la oscuridad (¿es un basurero?). La madera de la puerta y los ladrillos del muro, comidos por un arriate de plantas verdes lujuriantes.
Fijar, varias veces seguidas los vidrios rotos, ponerlos con abandono, después volver al jardín vacío que diversos volátiles atraviesan, compañeros de M.
A eso lo llama "frases", pero sin incidencias sobre el hecho mismo de escribir. Una palabra soplada por D. al teléfono, que emplea, a falta de otra mejor, y que borrará tan pronto como encuentre otra para reemplazarla...
Fuera, es lo que caracteriza esta frase. La frase está fuera. Fuera del campo, fuera del yo, afuera. Del otro lado de la frase está la cuesta resbaladiza de la escritura. En la frase el peligro de lo real : eso que sucede en el momento en que: la frase.
Fuera, es concentrarse sobre ese punto, ese punto fuera (en tenis, el plan del golpe, centraje de la bola sobre la malla), lo que sucede en el campo abierto de la atención: de los sentidos. Es decir, el impacto, o el rastro de lo real, o del deseo de realidad, o de la imposibilidad de comprender - luego, de escribir.
Intentar la frase, fuera del punto de vista de la literatura. Y por tanto, de la poesía. En el afuera del canto; allí donde la poesía manifiestamente desencanta frente a lo extraño de la experiencia. ¡Fuera, sucede, hay, una resistencia! El resto es un señuelo.
De aquí, el jardín de Jean en Montargis, decir su desbarajuste, enumerar lo que uno encuentra, no es suficiente : esencias, especies, baldíos, pasajes de pájaros, de insectos (abejorro), tintes, cielo, color de cielo, cantidad de cenizas, macizos, rosas trepadoras, lilas, glicinas, perfumes obstinados, moscas, abejas mosquitas, mosquitos, muros de piedra, pintura escamada de los postigos y de la puerta, vidrios rotos desde la postura, etc... Mejor no decir nada. Nada más que el susurro de la lengua, nada más que el tartamudeo del escritor...
En la pequeña casa (por aquí se le llama cabaña) al fondo del jardín. El desorden es aún más inverosímil. Colgados a los muros, cerrados los unos contra los otros, los lienzos de J., bajo un amontonamiento heteróclito de objetos, de muebles, participando del desorden latente. La obra está ahí, sepultada, relegada al rango de un baratillo revelador de la humildad del pintor o de su renunciamiento.
Colina de Saint-Cyriaque: Cedros y pinos. La casa de un solo nivel, desierta en este instante (sucede raramente). Sobre la terraza, mesa de planchas rústicas, cuadernos y libros encima. El, ejercitándose en tomar lo que puede ser tomado - una brisa ligera lo atraviesa (el sentido del viento, de derecha a izquierda para él, atravesando la terraza). La vegetación más densa, hacia el pinar y las rocas. El sembrado de uvas más claro (la tierra entre las hileras de las cepas).
Precisar los primeros instantes de una estación que comienza. Decir y repetir que ese departamento es verde. Más verde que aquél en el cual vive, de paisajes pelados y rocosos. Se da cuenta cada vez que se detiene sobre esta terraza afectuosa, familiar, abierta, donde pasa en definitiva tan poco.
D. insiste. Encuentra bien estas frases. Aún anteayer al teléfono... ¡No, no y no! ¡No es suficiente, suficientemente incisivo! Se debería reducir la distancia. Dejar decantar aún, que veamos la materia, que la tengamos en las manos, en la boca. ¡Que babeemos! ¡Que la comamos! ¡Que no perdamos ni una miga! ¡Que seamos golpeados de estupor, como frente a la desnudez!
Carro, encontrar la bahía, tal cual. El agua serena o rasa hasta el paso, la pequeña playa de arena y guijarros, las rocas de ambos lados de la ribera.
Probar la totalidad de lo que resurge: frescura del agua sobre el cuerpo, ritmo del nado, firmeza de los músculos de los muslos, brazada apacible derecho hacia el mar, propulsión sorprendente de las aletas, o volver a decir el bienestar del baño.
El vuelve sobre el motivo. Quiere montar a pelo (sobre el motivo, ¡a pelo!), sentir la exasperación de lo real (sentir la duda, la dureza de la piedra de talla). Retomar el trabajo (la zapa lenta y cotidiana). No más descripción/datación del lugar o del momento, sino la inscripción de lo acaecido, lo más próximo, en el instante en que eso sucede.
Siguen algunas páginas saturadas de referencias que suprimirá en el montaje...
En Fontettes, mirando el manto de pasto para las vacas estirarse sobre tres o cuatrocientos metros, hasta el lindero donde comienza un abetal cerrado que cubre el Signon hasta su techo. El tiempo para él de registrar el contraste entre esos prados frondosos y el verde triunfante de los pinos, notando de paso que la diferencia de tonos debe ser en función de la edad del árbol.
¡De pronto, en el paisaje otra cosa se desprende! Otra vía se afirma, latente a toda observación poco seria. Otro "ver", evidente, natural, como esta imagen desplazada de un animal africano.
A fuerza de ser y de vivir allá, los ojos en el paisaje, algo cae o se rompe -cortina o vidrio-descubriendo eso que ahora escapa, aunque presente en la mirada, tan visible que te ciega.
Es necesario un poco de tiempo, acostumbrarse, para observar este fenómeno, ¡ser el involuntario sujeto! Dejar "infundir" o "decantar", la primera evidencia vuelve a comerte la vista. De nuevo verte precipitar al afuera, en el enigma de lo sensible.
De pie desde el alba, sentarse en la terraza o en el jardín empapado por el nubarrón. Ganarle a las cosas y a su vaho, el calor creciente de agosto, la capa sonora y sorda de las cigarras. Afuera, en fin, ¡convenir con los cedros y los pinos, con el cielo lavado por la lluvia y con el casi silencio del jardín!
Este breve momento de silencio donde el paisaje parece retroceder, antes de que los ruidos de la naturaleza lo revivan; y que grillos, saltamontes, pájaros y muy pronto cigarras tomen progresivamente posesión.
Un olor de humedad lo lleva a la tierra, visible a través de los claros de las matas de hierba (¡oh, difunta grama!). Ella presenta al pie una textura elástica, a veces pegajosa, de color café-naranja. Un sendero pasa por el lindero; un murito en parte recubierto de una vegetación de las más densas.
Dar, no una foto del paisaje, no una naturaleza muerta, sino su presencia violenta, obstinada. ¡Escribir y no describir! ¡Pintar y no calcar! Hay que dar el sentimiento, o más bien la sensación, de la presencia efectiva de lo real. Hacer de suerte que haya acción sobre el lector, que resienta directamente y sin ambigüedad posible los efectos de una escritura - ¡que diría el paisaje en marcha, su profundidad temblante y fija!
Llegar al dibujo de un puro condensado de realidad: ¡un precipitado!
Sale, ante en el paisaje, trepando la colina hacia la cima de rocas donde le espera el vacío de ver.
Traducción : Elkin Grimaldos.
Textes inédits pour l'Anthologie de la revue PROMETEO.
Dehors
Sous le vieux cerisier, au centre du jardin, assis ou allongés, ils devisent de tout et de rien, et surtout du bonheur païen de ce jardin en friche, que les premières chaleurs de mai réveillent. C'est décidé, il écrira des phrases. La décision des "phrases" intervient après quelques temps passés sans écrire. Il écrira des phrases in situ, sur le motif, devant ou dans ce qui les motive, sans marquage précis du temps (cherchant à éviter de tomber sous le coup du genre - notion controversée de "poésie-journal"), au plus près de ce qui se passe, au moment où cela se passe. Il verra bien où cela le mènera! Vous verrez bien où elles le mèneront!
Point focal: les longues vitres de la remise, brisées, trouées, laissent voir un grand désordre malgré l'obscurité (est-ce là un débarras?). Le bois de la porte et la brique du mur, mangés par un parterre de plantes vertes luxuriantes.
Fixer, plusieurs fois de suite, les vitres cassées, la remise à l'abandon, puis revenir sur le jardin en friche, que traversent divers volatiles, compagnons de M.
Il appelle cela "phrases" mais c'est sans incidences sur le fait même d'écrire. Un mot soufflé par D. au téléphone, qu'il emploie, faute de mieux, et qu'il effacera sitôt qu'il aura trouvé à le remplacer...
Hors, est ce qui caractérise cette phrase. La phrase est hors. Hors-champ, hors je, dehors. De l'autre côté de la phrase, il y a la pente savonneuse de l'écriture. Dans la phrase le risque du réel: ce qui se passe au moment où: la phrase.
Hors, c'est se concentrer sur ce point là, ce point hors (en tennis, le plan de frappe, centrage de la balle sur le tamis), ce qui se passe, dans le champ ouvert de l'attention; des sens. Soit l'impact, ou la trace du réel, ou du désir de réalité, ou de l'impossibilité de comprendre - et donc, d'écrire. Tenter la phrase, hors du point de vue de la littérature. Donc, de la poésie. Dans le hors chant; là où, manifestement, la poésie déchante face à l'étrangeté de l'expérience. Hors, il se passe, il y a, une résistance! Le reste est un leurre.
De là, le jardin de Jean à Montargis, dire son fouillis, énumérer ce qu'on y rencontre, ne suffit plus: essences, espèces, friche, passages d'oiseaux, d'insectes (bourdon), teintes, ciel, couleur du ciel, tas de cendres, massifs, rosiers grimpants, lilas, glycines, parfums entêtants, mouches, abeilles, moucherons, moustiques, murs de pierres, peinture écaillée des volets et de la porte, vitres brisées de la remise, etc... Autant dire rien. Rien que le bruissement de la langue, rien que le bégaiement du scripteur...
Dans la petite maison (par ici, on appelle ça un cabanon) au fond du jardin, le fouillis est encore plus invraisemblable. Accrochées aux murs, serrées les unes contre les autres, ou entassées pêle-mêle, enchâssées les unes dans les autres, les toiles de J., sous un amoncellement hétéroclite d'objets, de meubles, participent du désordre latent. L'uvre est là, ensevelie, reléguée au rang d'un bric-à-brac révélateur de l'humilité du peintre ou de son renoncement.
Colline de Saint-Cyriaque: Chênes et pins. La maison de plain-pied, déserte à cet instant (ce qui n'arrive que rarement). Sur la terrasse, table de planches rustiques, cahiers et livres posés dessus. Lui, s'exerçant à saisir ce qui peut l'être - légère brise par le travers (le sens du vent, de droite à gauche pour lui, traversant la terrasse). La végétation plus dense, vers la pinède et les rochers. Le champ de vigne plus clair (la terre entre les rangées de ceps).
Préciser les premiers instants d'une saison qui commence. Dire et répéter que ce département est vert, bien plus vert que celui dans lequel il vit, aux paysages pelés et rocailleux. Il s'en rend compte chaque fois qu'il s'arrête sur cette terrasse conviviale, familiale, ouverte, où il séjourne en définitive si peu.
D. insiste. Il les trouve bien ces phrases. Encore avant hier, au téléphone... Non, non et non! Ce n'est pas suffisant, suffisamment incisif! Il faudrait réduire encore la distance. Laisser encore décanter, qu'on voit la matière, qu'on en ait sur les mains, dans la bouche. Qu'elle bave! Qu'on en bouffe! Qu'on n'en perdre pas une miette! Qu'on en soit frappé de stupeur, comme devant la nudité! Carro, retrouver la crique, telle quelle. L'eau plate ou rase jusqu'à la passe, la petite plage de sable et de cailloux, les rochers de part et d'autre du rivage.
Éprouver la totalité de ce qui resurgit: Fraîcheur de l'eau sur le corps, rythme de la nage, dureté des muscles des cuisses, brasse paisible droit vers le large, propulsion étonnante des palmes, ou redire le bien-être du bain.
Il revient sur le motif. Il veut monter à cru (sur le motif, à cru!), sentir l'exaspération du réel (sentir le doute, la dureté de la pierre de taille). Reprendre le travail (la sape lente et quotidienne). Non plus une description/datation du lieu ou du moment, mais l'inscription de ce qui se passe, au plus proche, dans l'instant où cela se fait.
S'ensuivent quelques pages saturées de références qu'il supprimera au montage... Aux Fontettes, regardant le plaid des prés à vaches s'étirer sur trois à quatre cent mètres, jusqu'à la lisière où commence une sapinière serrée qui couvre le Signon jusqu'à son faîte. Le temps pour lui d'enregistrer le contraste entre ces prés jaunissants et le vert triomphant des sapins, notant au passage que la différence des tons doit être fonction de l'âge de l'arbre.
Soudain, dans le paysage, autre chose se dégage! Une autre voie s'affirme, latente à toute observation un tant soit peu sérieuse. Un autre "voir", évident, naturel, comme cette image déplacée d'un animal africain.
A force d'être et de vivre là, les yeux dans le paysage, quelque chose tombe ou se casse - rideau ou vitre -, découvrant ce qui, pour l'heure, échappe; bien que que présent au regard, tellement visible que cela vous aveugle.
Suffit d'un peu de temps, d'accoutumance, pour observer ce phénomène, en être l'involontaire sujet! Laisser "infuser" ou "décanter", et l'évidence première revient vous manger la vue. A nouveau, voir vous précipite au dehors, dans l'énigme du sensible.
Debout dès l'aube, s'asseoir sur la terrasse ou dans le jardin détrempé par l'orage. Prendre de vitesse les choses et leur buée, la chaleur montante d'août, la chape bruissante et sourde des cigales. Hors, enfin, s'accorder aux chênes et aux pins, au ciel lavé par la pluie et au quasi silence du jardin!
Ce bref moment de silence où le paysage semble reculer, avant que les bruits de la nature ne la ravivent; et que grillons, criquets, oiseaux et bientôt cigales, n'en prennent progressivement possession.
Une odeur de mouillée le ramène à la terre, visible à travers les touffes d'herbe clairesemée (ô défunte pelouse!). Elle présente au pied une texture souple, parfois collante, de couleur brun-orangé. Un sentier passe sur la limite cadastrale; un muret en partie recouvert d'une végétation des plus denses.
Rendre, non une photo du paysage, non une nature morte, mais sa présence violente, entêtante. Écrire et non pas décrire! Peindre et non pas dépeindre! Il y a à donner le sentiment, ou plutôt la sensation, de la présence effective du réel. Faire en sorte qu'il y ait action sur le lecteur, qu'il ressente directement et sans ambiguïté possible, les effets d'une écriture - qui dirait le paysage en marche, sa profondeur tremblée et fixe!
Parvenir à l'épure d'un pur condensé de réalité: un précipité!
Il sort, plus avant dans le paysage, gravissant la colline vers la cime de roche où l'attend le vide de voir.