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Editorial No 49

Editorial

¿Quién habla a través de aquel a quien la poesía se le revela como una visitación?

Se dice que es El Otro. Pero queda un vacío, por no decir un enigma acrecentado, al situarnos frente a esa manifestación : El Otro. El mensajero, es decir, el irradiador de signos y ciframientos. Es el poeta. Subyace. El novelista Bruno Schultz le llamaba "El Sepultado". Tal vez ser poeta es dejar que el Otro invada, suplante, en ese instante soberano al Yo convencional, al Yo formal. Tal vez estar en trance poético es dejar que el sepultado flote en la superficie de nuestro campo visual. Por eso el rito, nuestra capacidad simbolizante, la danza, la adivinación, el exorcismo, el conjuro; también el conocimiento, sea científico o no. El sepultado es la memoria ancestral. Es la conciencia autónoma de la sangre. El sepultado es el que tiene el habla de la tribu.

Ese Otro es una conciencia vigilante. Un alquimista. Un ser que realiza las operaciones más enigmáticas desde las profundidades del lenguaje, caudaloso río que nos atraviesa como un torrente de soles, mensajeros de los códigos que impulsan lo viviente. Tal vez la inspiración sea ese paraje en que el sepultado logre imponerse, se apodera de nuestra mirada y danza. El sepultado danza. El sepultado es la poesía misma, que ante todo es danza.

Así, el oscuro del que brota la poesía es un campo de gravitación cuyos imanes atraen a la metáfora como motor de la imago. El poeta es un ser escindido porque su vida está en un borde que separa dos abismos : su condición de terráquea normal, cuerdo, y su otra parte, su estar vigilante, atento, a los soplos del sepultado.

Última actualización: 28/06/2018