Arturo Corcuera, Perú
Por: Arturo Corcuera
(Inéditos)
En el Cedar´s Hospital
¿Y si a los taitantos años de mi edad
los resultados del examen clínico resultaran preocupantes?
No se cohiba, doctor, en decírmelo
aún si fueran mortales.
Que si hay necesidad de cambiar el filtro a los riñones... (en buena hora)
que si el colesterol vuela alto... (aterrizaremos juntos)
que si el corazón se fatiga... (el precio de tanto amor)
que si el hígado está chiflado... (qué le vamos a hacer)
que si existe amenaza de embotellamiento en las arterias, (sería una catástrofe)
que si el azúcar... (y uno es tan dulce hasta en las amarguras)
que si el páncreas... (no olvidar que el páncreas mató a mi madre)
que si una sombra en los pulmones,
que si la próstata...
Dígame, doctor, los resultados
aunque los días que me aguardaran no fueran numerosos.
Comprenda que todo tiene su fin de fiesta
y uno debe dejar sus papeles en orden,
reunir y dar los últimos toques
a unos versos a mediohacer, desaliñados,
empaquetar sus chibas,
mudarse lejos, muy lejos,
irse con su música a otra parte.
Fábula del cuervo oriundo de Ginebra
A Patricia Zamora y a Carmine Amen
Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo,
invito al cuervo. Lo siento junto a mí en el tablero
de la mesa.
Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos
amigos. ¡Tan simpático el cuervo con su pico curvo,
su traje negro, recién untado con los betunes de la noche,
en el que relucen filamentos dorados!
Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier
postura y a cualquier amo.
Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo
las uvas y desorbitadas ruedan sobre el plato de postre.
Él me observa con avidez, se le hace agua la boca.
Lo adquirí en el mercado de pulgas de Plainpalais de
Ginebra, que se puebla miércoles y sábados de
mercaderes y mercachifles.
El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador,
muy campante, cruzado de piernas. Tenía la misma
gracia, el mismo aire de distinción.
Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos
antiguos, era maese cuervo el que daba la hora.
Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y
venires de las cosas, el comercio incesante de la vida.
Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio
percibo un hálito de ternura, pero yo sé que en el
fondo lamenta su naturaleza de madera.
Él preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el
momento propicio para sacarme los ojos.
Fábula de la cocina y el diablo
De la chimenea de una cocina antigua aparece el diablo,
echa óxido y humo por pelos y oídos,
sus ojos son brasas sazonadas en el infierno;
le alza, el condenado blasfemo, la mano a Dios;
sus cuernos tenebrosos no cesan de provocar tormentas,
habla el mismo idioma de ajos, truenos, rayos y cebollas;
mete la cola en todas partes, desencadena entuertos,
con trinches persigue a los chanchitos de tierra,
marchita las azucenas con tufo de aguardiente,
pinta de negro las hornillas, derrama la sal,
en el caldo servido echa bocanadas de azufre;
a mares hace llorar a la cebolla, enfurece al ají,
le saca filo a las espina oculta en el pescado,
sobre el mantel vuelca el aceite hirviendo,
mantiene en el plato de sopa el puchero caliente,
intenta achicharrar la boca de los ángeles;
después, por la noche, en su aposento en llamas,
llora tan humano, contrito y triste, y se arrepiente.
Corona para el Rey de los agapantos
Se parece al Sol con sus bucles incendiando el día,
es de mármol blanco, sosegado, con su cara de bueno.
Inmóvil y enmudecido se erige de guardián en el jardín.
A nadie asusta y menos a las mitonias y al nervioso colibrí,
sus zarpazos duermen el sueño de los justos,
igual que su cola amable, que iluminan los astros.
Por más que lo intenta,
a su melena en reposo no la puede despertar el viento.
En medio de las mareas de la noche
semeja un solitario puma recién llegado del Polo Norte
o a un oso andino arropado por la luna.
Durante las tormentas de verano
mientras cae sobre él mojándolo la gota gorda
pareciera que su corazón entrase en cólera
y resonaron en el horizonte sus olvidados rugidos de león.
Antigua fábula del colibrí
(Según las crónicas del padre Cobo)
Zumbador pájaro-mosca, ¡zunzuuún!, picaflor, pájaro
resucitado, el colibrí.
Ejecuta proezas acrobáticas: se zambulle, se columpia.
ama y pernocta, si le place, en el aire ¡Tente-en-el-aire!
Fanático de las golosinas. Su larguirucho pico filudo
chupetea las dulzuras de la cucarda y otros manjares.
Clavado de pico duerme en el invierno de un tallo
joven, y en primavera remonta prodigioso los cielos:
¡Que me fui y estoy aquí!
Damas caritativas resucitan al besaflor entibiándolo en
su seno.
¡Oh, corazón, cómo fueras colibrí!
Arturo Corcuera (nació en Salaverry, 30 de septiembre de 1935 - falleció en Lima, el 21 de agosto de 2017). Publicó, entre otros títulos, Noé delirante (1963), Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976), Poesía de clase (1968), La Gran jugada o crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima (1979), Puente de los suspiros (1982), Corea Monte de diamante (1984), Los amantes (1978). De Noé delirante, se han hecho seis ediciones, tres de ellas con ilustraciones de la pintora Tilsa Tsuchiya. La más reciente (1990) tuvo alcance popular con una tirada de cuarenta mil ejemplares del diario Página Libre. En 1972 representó al Perú en la Bienal de Poesía de Knokke, Bélgica. En 1974 integró el jurado del concurso Casa de las Américas, y en 1984 presidió la sesión de poesía en el Congreso Mundial de Escritores ("La Paz, Esperanza del Planeta"), realizado en Sofía, Bulgaria. Dirigió la revista de poesía Transparencia.