Fernando Echevarría, Portugal
Por:
Fernando Echevarría
Traductor:
Carlos leonliquete
La máscara de los muertos es vestigio
de haberse dentro
apaciguado el amor antiguo.
Y la luz. Y aún el viento.
Y es relieve críptico del olvido.
O avestruz de miedo
que se fue, hondo, hacia su destino,
a la superficie, ciego.
*
Del otro lado de sí mismos, cantan.
Su voz nos llega desde otra orilla,
imperceptiblemente levantada
a esa tensión en que el cristal es cima.
Cómo esa orilla se está excediendo. Qué alta
se cumple la melodía
donde la inteligencia fundó haber montañas
de las que no llega más que la nostalgia.
Que las voces que, al otro lado de sí mismas, cantan
dejan que se propaguen ecos a la santa
altura de disciplina.
(de Treguas para o amor -1958-)
LOS RÍOS
Torrencial arquitectura
de silencio. Desciende el río
terrible de la hermosura
hasta tus piernas. Y el río
imposibilidad dual
no desbarata su caudal.
Sube de la tierra troncos
robustos de castidad
y va a fecundarte los broncos
abismos de la virginidad.
ESTRELLA
Tú. Tú de luz. Agresivo
cerebro del amor. Rompelabios
celeste. Y nadie sabe tus
límites. Que viva
arrastras lejos hasta el presente
con tal pasión que se siente
aquí calor de corazón.
Corazón que los besos muerden
con tal viento de desorden
que los labios ya llegan a ti.
(de Sobre as horas -1963-)
Llegará sin palabras, como nieve
en nombre de una paz desconocida.
Apenas un silencio blanco y breve
que dé ritmo de presencia a la vida.
Ritmo de estar en pie, amanecida
entre una luz tristísima que debe
del agua haber nacido en la medida
correcta que la hará volverse nieve.
Ritmo que llevará flechas de frío
a los labios. Y piernas escarnece
de lenta encarnadura, álgido río.
Y el terror a pasar, que ya decrece
dejando el corazón grande y vacío
que todo lo quemara y amanece.
*
Verte doraba
de pupilas el cuerpo
la sombra. Y las estatuas
por donde vino viña
animal. Y pasaba
redondo en la retina.
*
Que azul donde se vive en paz. El peso
es superficie
un nosotros sin tiempo.
Y la brisa el justo límite
que situa los objetos.
*
Dentro de nuestra sombra
caeremos
y quedará un vacío
terror. Un tiempo
de nada haber si no
la sombra de otros viviendo.
Y cuando los pies de los amantes
nos pisen el silencio
estancado. Para siempre
serán puros, y serios.
*
Cerraremos la concha. Sobre nosotros
pasará el movimiento.
Y no seremos más
que ojos abiertos.
Abiertos. O -antes diré-
volverá blanco invierno
y pasarán como la noche
grande misma íntimamente.
(de A base e o timbre -1974-)
Esperamos la sombra.
La clara sombra y el lugar debido
a tus manos alcanzándonos la copa
de dulce vino.
Después el serio movimiento alarga
ese haberse oído
tras ti extraviada.
La sombra esperamos, amplia y larga
como pensar beber último vino.
(de Media vita -1979-)
La muerte en la muerte se termina.
Y amamos en la esperanza que la alimenta,
no la transparente herramienta
sino el alma que para y se ilumina.
Porque estarnos en la muerte nos designa
y estar en la muerte sigue a su destino
al saber que en esta muerte se resigna
e ír a la muerte es leernos en el signo
que se desvela solo, repentino
cuando leernos es leído, en obra y gracia.
(de Introduçao â filosofia -1981-)
Que a sí solo diga
el timbre del poema.
Suba. Module la intriga
de luz y azul del tema
y resolviendo montaraz
el eco de alegría
entre en el mundo en que
solo sabe a nostalgia.
Y tras ello cuanto
ley quiera o quisiera.
Fluctue. Vibre. Sacuda
el manto. Y cada estela
sea dintel del llanto
izquierda a la ceguera.
(de Fenomenologia -1984-)
La transparencia cristaliza el timbre
a la medida en que envejece
la luz fundamental. Que nos exige
y deja dentro
de ese ír a nuestra propia efigie
de penumbra. O la dora el pensamiento
cuando pensar exige
que solo halle razón de estar atento.
Entonces las sustancias tristes
de esa tristeza que deslumbra al ír
surgiendo la cima de envejecer.
Todo, a nuestro alrededor, gravita. Y libre
siguiendo a aquello que, íntimamente,
lo rige. Y a medida en que la atención subsiste
va la materia de atención creciendo
de forma, dentro de nuestra propia efigie.
Somos solo el timbre con el que vemos.
*
O sería frescura tener el nombre
atravesado de ondas del verano.
Todo quedaba eternamente lejos
y todo tan
corriente en la memoria que de fuerte
se escucha en soledad.
Y sobretodo su crecimiento. Y dónde
se extiende también ese calor, de soldadura
escaldada casi al esplendor, si el nombre
no refresca la tienda de melones.
*
Árbol, y fruto; y cicatriz, y llama,
de tierra apareces compañera.
Consolación y, muchas veces, alma.
Otras, rampa espiral de turbulencias.
Y siempre signo posible de alianza
que transpone la duración, que intenta
el tiempo, cuando la extensión se alarga
para la edad nos vamos a iluminar la empresa
del ver. Y el ver olvida en la mano
el fruto sagrado de la tristeza.
Fernando Echevarria. Nació en 1929 en Portugal. Hijo de padre portugués y madre española, ha vivido en varios períodos de su vida en aquel país lo mismo que en Portugal, en Argelia y en Francia. Escribiendo siempre en portugués (solo ocasionalmente utilizará la lengua castellana o francesa), colaboró en varias revistas como Graal, Eros, Coloquio/Letras, y Limiar. Su primer libro, Entre Dos Angeles, fue publicado en 1956; le siguieron Treguas Para el Amor (1958), Sobre las Horas (1963), Ritmo Real (1971) -que se presenta como un libro de arte con la colaboración plástica de Flor Campino-, La Base y el Timbre (1994). Esta primera fase de su poesía quedó reunida en un único volumen : Poesía 1956 - 1979 (1989). Considerando este volumen en su efectiva unidad, reafirmamos que Fernando Echevarría anticipa, de cierto modo una tendencia que en los años 60 se ha de afirmar, por el modo como opta por la concentración verbal, por la valoración de la imagen de una sintaxis a veces elíptica que conduce a un mayor o menor aislamiento del vocablo.