Guillermo Fernández (Costa Rica)
Por: Guillermo Fernández
(Del libro inédito Danzas)
Sismo
Tiembla:
Las plataformas se abrazan por siete largos segundos.
Lava contra lava y piedra contra piedra.
Se hunden en sus grietas los ríos maduros del petróleo,
el aliento amoroso del azufre,
los mosaicos donde el fósil espera la impresión de una vida futura.
Entregadas a sus besos las placas continentales,
se atenazan mutuamente las moles,
adorándose como en el tiempo de los gigantes terrestres.
Dos o tres veces miramos a los cielos.
Y seguimos por los caminos tocados por nuevas savias.
Seguimos sin saber que el amor abajo es tan intenso como arriba.
Y que solo de pasión se caen los edificios.
Nocturno por un silfo
¿Qué extraño aire viene a henchir de signos a esta tu soledad que hiere como un remordimiento incurable? ¿En qué momento la rosa desnuda el sentido del incendio, abandonándote, a la buena de Dios, en esta boca de lobos que no dice la palabra que te invento?
Dime, hermano invisible, el nombre del camino en que extravías tu rastro.
Dime cuál es el cuerpo de mi sombra, la fidelidad antigua que te ciñe en todos los rincones de esta noche —huérfana rama de pájaros—; el asedio sin fin a la orilla de esta luz que no se toca con el pensamiento y aventura la huella de tu nomadía.
Dime la espiga que se guarda el agobiante cuidado senil de la madre que invierte ensueños y ternuras en el unigénito atardecido entre sus manos.
Dime el santo y seña con que aprehenda la estatura nocturna de tus besos, la deslumbrante geografía que he visto en el floreal mapamundi del sueño.
Seré el color que abra la puerta de tu laberinto en primavera, la nota que enhebraba el suceso de los juegos más tiernos y remotos.
Seré el calendario que vaya nominando, escaño a escaño y sin tregua, la escala inexplorada de tu sangre.
Oigo tu paso perdido entre la noche.
Mi voz no tiene más patria que tu oído.
De Visitaciones
Palinodia
Flota en la memoria la sombreada humedad que penetra las cosas sin olvidar un sólo espacio virgen, contagiándolas de un peso desconocido.
Se piensa que las flores caen de sus pequeños campanarios de colores cuando el viento las derriba con arietes invisibles, o que las piedras, fingiendo un retiro sagrado, rompen la quietud de sus estancias al impulso de una señal indescifrable y demoniaca, que viene de la tierra a derretir la parálisis difícilmente duradera.
En la encumbrada soledad del aire incompartible alguien se orilla a nuestro oído a secretear que no hay nada más cercano que aquello que pensamos desconocido. Se aviva el gesto del sueño vigilante en nuestras manos, disolviendo las islas de la realidad anémica, y se desata una corriente en el cuerpo de todo lo que habrá de venir a gritar desconocidas evidencias, a fundar en espacios descubiertos el ala más callada que abre su vuelo en la entraña de lo existente.
(Acudiría la calle provinciana si el olvido descuidara el ritual oficio de su celo. Volverían a urdir los enrejados las sombras cedularias; el ventanerío insomne, velado por blancuras sospechosas, defendiéndose de la luz como de una ofensa que tarde o temprano debía de ser padecida. Irías en ella como por un río de riberas hostiles, adivinando miradas enemigas, acechos rencorosos y el hurto a sovoz de una libertad sedentaria y engañosa. Ahondaría en tu paso la aceleración que precede al salto del aullido repetirse en la sombra; escucharías el rumor del lentísimo desgaste de la alfombra bajo unos pies en fuga perpetuamente fracasada. Encontrarías tu nombre en un jarrón coronado de epitafios; la esbeltez de los aromas marchitos en un pañuelo secretamente guardado. Sabrías la duración de tus ausencias si bajaras a los círculos de sombra labrados por el llanto y ardores solitarios de las doncellas agostadas por el infierno virginal; sabrías la detenida madurez floreal en los bordados de las almohadas estérilmente blancas, devoradas por una frialdad incurable.)
Nada queda de ello sino el albor fiel de una posibilidad de olvido remoto…
Ahora sabes que todo regresa a decir la existencia de una desaparición inconforme que se adhiere a la piel y reseca la voz con avaricia. Sabiente de que nada ocupa el sitial de lo último, reconquista escondrijos usurpados que reclaman sus destinos, para siempre.
La palabra se reenciende en la tibia humildad de los rescoldos, llena las sienes, anubla el paso por venir y se difunde por los hondos laberintos de la sangre, alimentando la resurrección de lo que no muere nunca del todo.
Aquí está —aparentemente petrificada en los caminos del tiempo—, humedeciendo la osamenta quebradiza del primer encuentro, reedificando el muro de la hora palmo a palmo y extendiendo una alfombra de piedra en la herida fresca de la calle que escapa a un horizonte de colinas coloreadas por la lejanía.
Todo sobrevive igual en la pobreza.
Escalarás el viento hasta aquel alto nido de palomas y sentirás de nuevo en tu pecho el relámpago azul que descendía entre los rebaños promisorios del verano;
irás cobijando bajo el puño el mismo sueño, que no fue al viento, porque no hubo un viento a su medida;
llamarás por su nombre a cada una de las piedras que amaste como a tu propia vida y les preguntarás de lo acaecido durante tantos siglos de ausencia.
Sabrás —al fin— si aún es posible llevar una vida pasada entre los brazos, como si fuera un ramo de amapolas.
De Visitaciones
Fugacidad
Aquella última burbuja, la que vive de tu aliento limpio y suave ¿adónde irá?
Venial y liviana, un soplo apenas de tu irisado abril, obedece la voluntad del viento, inconsciente de su hermosura y de su perfecta humildad. Un instinto sabio la conduce entre tantos rencores implacables, eludiendo aleros, muros, umbrales surtidores de la entraña enemiga y secreta.
Mil asechanzas la miran pasar, cumplir la eternidad relativa de todo lo que es hermoso, y tan leve, que una mirada impura la destruirá.
Aire, vivirá en el aire lo que el aire quiera. Dejará de ser tan pronto y silenciosamente.
Ese aliento tuyo, la existencia en su forma perfecta, la transparencia de su pensamiento y de sus actos ¿adónde irán? ¿Y por qué?
Simple en su verdad ¿qué mortal extrañeza invadirá su vida intocable al diluirse en ese otro mundo que no vemos sino a través del dolor, que nos aplasta y persigue a donde vamos? ¿Con cuáles ojos mirará su desamparo?
Algo de ti desaparecerá con ella. Algo en lo más hondo de mí se rompe y abre un vacío que ya nada habitará.
De Visitaciones
Guillermo Fernández nació en San José de Costa Rica en 1962, es poeta, profesos y cuentista. Realizó Estudios superiores en Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Ha publicado los libros de poesía: La mar entre las islas (1983), Atrios (1994), Estocada final (1997), Para días posibles (1997); Danzas, 2002; Hojas de ceniza, 2017. Libros de cuento: Efecto invernadero, 2001; Hagamos un ángel, 2002; Tu nombre será borrado del mundo, 2013; Camino de estelas. Antología de cuento, 2018. Libros de novela: Babelia, 2006; Nebulosa.com, 2007; Ojos de muertos, 2012; Te busco en las tinieblas, 2015; El ojo del mundo, 2019.