Hans Magnus Enzensberger, Alemania
Por: Hans Magnus Enzensberger
(Del libro Pura Música)
Música del porvenir
Que no podemos esperar,
nos lo enseña.
Brilla, es incierta, lejana.
Que dejamos venir hacia nosotros,
no nos espera,
no nos toca,
no nos suena,
está por ver.
No nos pertenece,
no pregunta por nosotros,
no quiere saber nada de nosotros,
no nos dice nada,
es pura música.
No estuvo,
no está ahí para nosotros,
nunca ha estado ahí,
nunca está ahí,
nunca está.
El iceberg
El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.
Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
“A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.”
“Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.”
Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.
“Ese espectáculo aguza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.”
El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.
Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero “cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece”.
En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
Perfectamente.
Canto XVII
Nos hundimos sin hacer ruido. Como en una bañera
el agua está quieta en los alumbrados salones de palmeras,
en las canchas de tenis, en los vestíbulos reflejados en los espejos.
Transcurren minutos oscuros que cuajan como gelatina.
No hay riñas, ni disputas. Diálogos a media voz.
Usted primero, señor. Saludos a los niños.
Cuídese del catarro. En los botes se oye el crujir de los cables
y se ven sobre el remo fosforescentes gotas de agua
que como a cámara lenta del mar emergen y al mar vuelven.
Sólo cuando se acerque el fin ─ la proa oscura levantada
perpendicularmente desde la profundidad cual absurda torre,
apagada la última luz, nadie pregunta la hora─
entonces un sonido jamás oído quebrará la calma de cristal:
“Fue un estruendo, o más bien un chacoloteo, un fragor o más bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pesadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida.”
A partir de este momento, ya el barco no existía.
Después sólo se oyeron los gritos.
Canto V
Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¡qué esperáis? Éste es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.
Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.
¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.
Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):
Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.
Canto XIV
No es como una matanza, ni como una bomba;
no hay sangre, nadie es mutilado;
es simplemente una inundación, un aumento gradual
por doquier. La humedad se filtra.
Se forman diminutas perlas, regueros.
Lo que ocurre es que se te humedecen las suelas,
los puños de las camisas se te empapan, el cuello se torna
pegajoso en la nuca, se te empañan las gafas;
las cajas fuertes exudan, y se han manchado
las rosetas de yeso en el techo. Lo que ocurre es
que todo huele a su olor sin olor,
que gotea, se derrama, chorrea, se vierte;
no alternativamente, sino todo a la vez,
ciegamente, coincidentemente, promiscuamente,
humedeciendo el bizcocho, el sombrero de paño, los calzoncillos,
lamiendo sudorosamente las llantas de las sillas de rueda,
estancando el salobre en los urinarios, filtrándose
hacia los hornos; y ahí está otra vez,
horizontal, húmeda, oscura, callada, inmóvil, simplemente
elevándose, lentamente, lentamente levantando pequeños objetos,
objetos de valor, botellas llenas de líquidos nauseabundos,
llevándoselas descuidadamente hasta que se vacían,
cosas de goma, cosas rotas y muertas; y esto continúa
hasta que tú mismo lo sientes en el esternón,
obstruyendo urgentemente, salobremente, pacientemente,
algo frío y pacífico que te sube, llegándote primero
a las rodillas, luego a las caderas, a los pezones,
a las clavículas; hasta que te toca el cuello, hasta que lo bebes,
hasta que sientes el agua sedienta
buscándote la entraña, la tráquea, el útero,
la boca; y sabes entonces lo que se propone: se propone
llenarlo todo, tragar y que la traguen.
Declaración de pérdidas
Perder el pelo, perder la calma,
¿me explico?, perder el tiempo,
librar una batalla perdida,
perder peso y esplendor, perdón, no importa,
perder puntos, déjame terminar de una vez,
perder la sangre, perder al padre y a la madre,
perder el corazón, hace tiempo perdido
en Heidelberg, y ahora otra vez,
sin parpadear, el encanto de la
novedad, olvídalo, perder los
derechos civiles, me doy cuenta,
perder la cabeza, por favor,
si no puede evitarse,
perder el Paraíso Perdido, y qué más,
el empleo, al Hijo Pródigo,
perder la cara, que le vaya bien.
dos Guerras Mundiales, una muela,
tres kilos de sobrepeso,
perder, perder, y volver a perder, hasta
las ilusiones perdidas hace tanto tiempo,
y qué, no desperdiciemos una palabra más
en la tarea perdida del amor, digo que no,
perder de vista la vista perdida,
la virginidad, qué lastima, las llaves,
qué lástima, perderse en la multitud,
perderse en las ideas, déjame terminar,
perder la mente, el último céntimo,
no importa, termino en su momento,
las causas perdidas, toda sensación de bochorno,
todo, golpe a golpe,
¡ay!, hasta el hilo del relato,
el carnet de conducir, las ganas.
La maravilla de Medellín artículo publicado en Du Magazine
Hans Magnus Enzensberger nació en Kaufbeuren, Alemania, el 11 de noviembre de 1929. Además de ser uno de los grandes poetas y ensayistas europeos, ha incursionado en el cine, el teatro, la ópera, las piezas radiales, los reportajes y la traducción. Es considerado como uno de los representantes más importantes del pensamiento alemán de la posguerra. Su vasta obra, traducida a más de cuarenta lenguas, incluye, en español, títulos como: Política y delito (1968), Detalles (1969), Poesía para los que no leen poesía (1972), Para una crítica de la ecología política (1974), El corto verano dela anarquía. Vida y muerte de Buenaventura Durruti (1975), Mausoleo (1979), El Filántropo (1985), El hundimiento del Titanic (1986), Fray Bartolomé de las Casas. Una retrospectiva al futuro (1987), ¡Europa, Europa! (1989), Mediocridad y Delirio (1991), La gran migración. Treinta y tres anotaciones (1992), Perspectivas de guerra civil (1994), Las máscaras de la razón (1995); El diablo de los números. Un libro para quienes temen a las matemáticas (1997) y Zig-Zag (1998).
Ha recibido los premios: Hugo Jacobi, 1956; Georg Büchner, 1963; Heinrich Böll, 1985; Erich Maria Remarque, 1993; Heinrich Heine, 1998; Pasolini, 1998; Ludwig Börne, 2002; Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2002; Premio Sonning, 2010.