Eduardo Mitre (Bolivia)
Por: Eduardo Mitre
De Líneas de otoño
Prólogo al presente
Abre los ojos. Despierta.
El Paraíso está aquí,
de vuelta.
Con todos y todo
en la luz pasajera.
Es (no hay otro) esta tierra:
mesa de encuentros,
cuna de ausencias.
El Paraíso está aquí,
a la espera. Abre tus ojos
que abren sus puertas.
Despierta. Está aquí.
No es la dicha.
Es la presencia.
Para un adiós
Un abrazo y palabras entrecortadas
habrán dicho el adiós increíble.
Y entre tu cuerpo y el mío
manará sin cesar la distancia.
Como se apela a una hierba mágica
para sanar del mal de ausencia,
escribiré entonces estas líneas.
Y si el tiempo que une y que separa,
lo entrega un día a tu mirada,
léelo, mas no vuelvas la cara.
Hermosa y feliz en tu presente,
no cometas el error de Eurídice;
que yo, al recordar tu dulce voz,
cuidaré que me aten como Ulises.
Los amantes
Oh noche amable más que la alborada
San Juan de la Cruz
Amable más que el alba:
la noche en la ventana.
En el cuarto la penumbra
como un ave que no acaba
de posarse o alzar vuelo.
Y ellos
sobre la sábana
en feroz y dulce duelo
buscando el centro
de su ceguera iluminada.
Ellos: dos cuerpos en uno
en jadeante ascenso
al vértigo mutuo
que los completa y desgarra.
Luego el sueño que los acoge
y guarda sus miradas
hasta que la espada del día
los arroja de nuevo
a calles repletas
de caras vacías
y niños hambrientos.
Y la luz que los ve alejarse
parpadea en el viento.
* * *
Alta decidora de presencias.
Cría por los pasillos
orejas que súbitamente vuelan.
La soledad transparenta su verde corazón.
Se estremece en el viento
como nosotros en el temor.
Como nosotros, es una frontera
(pues entre vida y muerte, odio y amor,
¿qué somos nosotros sino una frontera?).
Sí y no, como nosotros: la puerta.
* * *
No echa raíces como el armario
la silla que sólo se posa corno los pájaros.
La silla era un ave de ala portátil
y vuelo escaso (sobre los hombros en fiesta
pasaba la silla como una cigüeña).
Con viento y papeles es ya palomar.
En los velorios nadie alivia más que la silla.
Encapucha con una camisa
amanece la silla.
Tarántula erguida en la penumbra la silla.
La silla espirita junto a la mesa.
Como el poema, la silla es un atado de líneas.
La silla sostiene al que escribe estas líneas.
* * *
A mis hermanos
La mesa bajo el poema sobre la mesa.
No se encabrita como la silla
que a veces cocea.
Mansa como la oveja la mesa.
En la mesa se encuentran el higo y el pez.
Como al principio sus senos
la madre después la mesa.
Dos veces al día doblaban las voces
llamando a la mesa.
El pan, el caldo, el choclo,
se recibía en la mesa.
Crecer fue faltar poco a poco a la mesa.
Y se fue, como un astro, apagando la mesa.
* * *
Igualita que la nuca del bebé que se bautiza
bajo el agua de la pila: la lechuga.
En el pecho, más tranquila que el conejo, se acurruca.
En la mesa se reparte como en besos al final la bailarina.
Si trituran a la papa, a la lechuga descuartizan.
Un bostezo indica exactamente por dónde se fue la lechuga.
Más que a Dios, gracias a la G, la lechuga no es lechuza.
* * *
Sin los caprichos del agua
ni la brusquedad de la sangre
fluye el vino.
Líquido escapulario contra el desánimo
el vino es algo que nos sucede:
Una ¿lanza de palabras o una danza,
un estar entrañablemente compartido.
Con el vino la noche es un alcázar
y charlar una antigua felicidad.
Maternal es la leche, y el vino: fraternal.
* * *
No cuatro patas como el camello sino
cuatro patas como el gamo tiene el perro.
Y una sola cabeza
y no dos o tres caras como su amo
(el Cancerbero es una típica
deformación humana del perro).
Por el bosque salta el perro
persiguiendo mariposas, el poema motivando.
A su nombre, arrojado como un hueso, se detiene
y, culebreándole la cola,
la confianza le establece paz en las orejas.
Conducidos por el perro, el amo y el poema sobre el perro
se internan sabiamente en el silencio.
* * *
Ondulante como el lomo de silencio
que la flauta ahora mismo ondula.
Recorrido -más que visto- largo oscuro
y al final: dos faros amarillos.
Familiar como el perro
pero siempre extraño.
Ausente de público mármol
-no épico como el caballo-
orquestó sin embargo los delirios
del huérfano de Baltimore.
Vaporoso a la memoria y fatal a la botella
al pasar por el armario.
Y en la mesa ahora (¿desde cuándo?)
silencioso como luna: el gato.
Inéditos
El peregrino
Sé que nada plantaron
mis actos ni mis palabras.
Mi patria fue el tiempo,
la errancia mi casa.
Mi memoria es ahora
una lista interminable
-abrumadora casi-
de dones y donantes:
Un pliego de cargo
que levanta el camino
por lo mucho recibido
y lo poco que di a cambio.
Ojalá sea la gratitud
semilla de un árbol,
y que la mía dé frutos
en la tierra de otras manos.
Eduardo Mitre nació en Oruro, Bolivia, en 1943. Ha publicado los libros de poesía: Morada, 1975; Ferviente humo, 1976; Mirabilia, 1979; Desde tu cuerpo, 1984; El peregrino y la ausencia, 1988, La luz del regreso, 1990; Líneas de otoño, 1993; Camino de cualquier parte, 1998, Razón ardiente; Ferviente humo; Elegía a una muchacha. Como antólogo publicó El árbol y la piedra referente a la poesía boliviana contemporánea. Como ensayista ha escrito Huidobro, hambre de espacio y sed de cielo (texto medular del curso dictado en la 4º Escuela de Poesía de Medellín) y la antología El árbol y la piedra: poetas contemporáneos de Bolivia.