Ken Smith, Inglaterra
Por:
Ken Smith
Traductor:
Diego de Jesús
(Inéditos en español)
Tomado de Wildroot
El robo
Soy un ladrón y este es mi robo,
aquí en la sala de incunables en Toledo
hurgando las obras de catedráticos muertos,
examinando sus efectos personales.
Viene a ser esto: una sólida caja de cartón
en la cual el cenicero, la toga,
sello oficial, inscripción de los rotarios,
pipa, trofeo de golf y guillotina de puros
del difunto decano.
Amén.
Ausente
La otra mitad de la conversación
se la llevó lejos el avión
al país de su propia lengua.
Y quizá ella ha de volver
o quizá no o quizá toda ella fue un sueño
que tuve en el jardín azul al anochecer.
En casa la TV se mira a sí misma
y el estéreo se escucha a sí mismo
y la nevera con su comentario incesante.
Ella está allá afuera. Y yo aquí
entre las palomillas y la última luz,
el mirlo en su rito vespertino.
Al oriente de aquí, al poniente de aquí
Los días son los grandes llanos,
gran arco de la curva de la tierra
desvaneciéndose en todos los puntos cardinales.
Y lo que la luz ofrece: un granero, un árbol,
una chica en un huerto, una anciana
pelando manzanas, vislumbrados a tu paso.
Las noches son las montañas,
atravesadas por la luz de los faros
al este del río o al oeste de la cuenca:
Lo mismo: el discurso de lo básico
que tiene sentido: el pan y la sal
como bienvenida, un vaso de vino, la despedida,
algún lugar dónde echarme a dormir
al ritmo del reloj sobre la cabecera,
hasta que se desgaste la batería.
La imagen
de un hombre apuntando con su dedo
sobre un mapa: aquí, vivo aquí,
un lugar como cualquier otro, un cruce de calles
con un semáforo que no funciona,
una tienda que apenas vende
y una gasolinera cerrada,
pensamos que ningún sitio en particular
es el centro del universo:
Tanatitán se llamaba antes de las guerras,
desde entonces Amnesza.
Tras los cambios la cerveza es mejor.
pero sigue siendo intragable. Las cosas
no están bien pero no hay desesperanza.
Aquí tenemos lo mejor de todo
pero nada te pertenece.
Las llanuras
Este es otro lugar que no habré de recordar
en algún sitio de las grandes llanuras
de enormes aljibes y cielo
donde he viajado velozmente
con ese brillo lejano sobre el camino
y el viento sobre mi cabeza, de noche los autos
con sus luces trémulas en la carretera
como si las estrellas pasasen a través nuestro.
Momentos como fogonazos, monedas depositadas
en la escudilla de un pordiosero,
un hombre con una sola pierna
en bicicleta con un paraguas roto
espera en el cruce de caminos
que son siempre lugares desafortunados,
donde están sepultados los viajeros perdidos y las víctimas,
junto al epitafio ilegible
devorado por el liquen y la lluvia.
A la hora del blues
El sábado la tormenta. Ella se fue temprano,
con sus zapatos rosados saltando por la calle
Había soñado con algodón de azúcar, rosas,
los crisantemos silvestres de su madre.
Hora de pasear y de mirar a nada.
Hora del té y de roscones calientitos con mantequilla,
una vuelta o dos entre la ventisca del jardín
percibiendo lavanda, tomillo, angélica.
Es la hora del blues en los rápidos cambios de la estación,
anunciados una vez por el primer anciano,
primero por la primera estrella azul de la borraja,
un recado a las dedaleras y a las margaritas:
solsticio y la mitad del verano,
la cosecha luego el invierno,
cuando el alfabeto se habrá quedado sin letras,
y el año que está ya a medio terminar
continúa sin sentido. Y el banco nunca espera.
Cuentas
La soga aprieta. ¿Cuánto por cada trozo de cuerda,
cada pulgada de cuello, y el ataúd de madera,
quién pagó el almuerzo y el trago fue bebido,
y cuánto salario pagar al verdugo?
Señor: mi negocio no iba bien, mis monedas
eran pocas, mi crédito se agotó hace tiempo,
mi único producto en estas palabras que me alumbró
tenuemente en la oscuridad no tenía mucha demanda.
Y no soy diestro en nada más. Palabras, cifras: frías,
intocables y abstractas, recibos, pagos,
compra y venta de bienes, sumas restas. Debo haber sido
contable en alguna lejana estación comercial,
Reykjavik se llamará, cuarenta años
tiritando sin chistar al servicio
de Los Hombres del Norte, anotando y concordando,
y eso por haber sido un chico que escribía.
Mientras tanto por otro lado, tarde, bajo la luz del norte
Escribo la trama que más tarde habrá de llamarse Hamlet:
el veneno de un hermano y la traición de una esposa,
el dilema de un hijo, la venganza, la justicia, el silencio,
y el último acto siempre una matanza sangrienta.
Luego vuelta a la ganancia y a la pérdida
de viajes, sueños, encuentros casuales
con otros desconocidos, hasta que todas las palabras
que se maravillaron ante el mundo vienen a ser esto:
últimos reclamos del Departamento de los Buenos Deseos,
el balance final, la suma exacta ahora vencida
no puedo pagar.
Ken Smith nació el 4 de diciembre de 1938 en Rudston, al este del condado de York, Inglaterra, y fue hijo de un trabajador itinerante de fincas, falleció el 27 de junio de 2003. Trabajó en Bretaña y América como profesor, escritor independiente, barman, editor de revista y otros oficios. Recibió el Premio Literario Lannan de Poesía en 1977. Desde 1967 publicó una veintena de libros y folletos de poesía y prosa, entre ellos: La compasión, Fox Running, The Poet Reclining, Burned Books, Wormwood, The heart, the border, Tender to the Queen of Spain, Wild Root. Bloodaxe Books. 1998; Wire Through The Heart. Ister. 2001; Shed: poems, 1980-2001. Bloodaxe. 2002; You again: last poems & other words. Bloodaxe. 2004. También recibió el Premio Gregory por La lástima, 1964; Premio Cholmondeley, 1998.