Gabriel Jaime Franco (Colombia)
Gabriel Jaime Franco
Dos
I
A la infancia siguieron las grandes escisiones
La cercanía de la muerte
el brutal hallazgo del amor
la aparición de nuevos miedos y de nuevas distancias
El alejamiento de los dioses
la herida indeleble en su vacío
porque a la infancia de las grandes protecciones y confianzas
de las grandes dimensiones míticas
siguió la de un país en manos de la muerte
pues excepto el miedo a morir con el alma oscurecida
no fue la muerte una invitada de la infancia
un dulce misterio que nos otorgara aliento
III
Y fue que un día supimos,
mientras íbamos a la búsqueda de dioses más benévolos,
que también nosotros éramos hijos de la guerra,
que nuestros padres habían escapado de la muerte
en una noche oscura,
extensa de pájaros de sombra,
que su duro aprendizaje fue la huida,
el aplazamiento y el desplazamiento de la esperanza.
Supimos que habían huido protegiendo a sus cachorros,
abandonando sus cotos de caza,
los campos roturados,
con el corazón a punto de estallar
y el vientre oprimido por el miedo,
sin porvenir,
desolados
sin tiempo y persguidos por la muerte.
Y vimos las cruces anónimas,
las decapitaciones
los empalamientos,
las migraciones,
las aguas míticas enlodadas de muertos,
los campos en los que habría transcurrido nuestra infanmcia cultivados por la muerte.> Y los oscuros pactos.
VII
Teníamos no obstante la sensación ilusio de avanzar,
exaltados, bullentes, erguidos y ebrios,
definiéndonos un poco en cada sitio, pues
era rica también y vasta nuetra herencia
e íbamos de fuego en fuego,
provisionales,
buscando nuestro sitio,
perplejos pero altivos
«el bien, queríamos el bien,
enderezar el mundo».>
Debíamos olvidar los dioses luctuosos y profundos,
inventarnos una voz, construirla.
Y Dioses que pudieron ser bellos iban de regreso al polvo
Y nos dimos a breves dioses catalépticos.
XI
Todos buscábamos un sitio.
Hubo quienes cayeran sobre si mismos,
confiando en que la realidad no era más que interior,
que el mundo era una enfermedad del ojo.
Hubo quienes se juzgaran tránsito sin fruto,
accidental forma de lo vivo,
quien creyera que la muerte justificaba toda acción,
todo olvido y toda traición,
que no existía más que el presente
con un a sombra paulatinamente ensanchándose en su vientre.
Y otros fueron a provisionales puestos de avanzada,
a campos apenas roturados,
febriles,
llenos de esperanza
donde la esperanza de un continente hervíade un triunfo insular.
Todos buscábamos un sitio.
XII
Y el sitio fue la mudanza,
la escisión de cada voz posible,
la fragmentación de un cuerpo apenas formándose,
el pobre hallazgo del si mismo.
Nos faltó altura y nos sobraron pelos.
No hubo lugar aplacado, ni sitio de reunión.