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Eduardo Escobar (Colombia)

Fotografía tomada de El Tiempo

Por: Eduardo Escobar

 

Inéditos

La flecha inmóvil

Desde estas alturas de la vida,
Rumbo a la sexta década,
con terror explicable
Cargado de sombras, briznas de recuerdos queridos, imágenes de amigos
muertos, memorias de días de llanto y de ruidos de gloria y de sables y ecos de
canciones que poco a poco se me han ido olvidando y conservan la memoria en
harapos

A veces me parece escuchar detrás de mí los ruidos del camino que debí seguir,
sus ocios y sus oficios y sus fiestas
Podría ver, delante de mí, si me volviera, lejos y extraño aquel que rehusé
ser hace tiempos de quien me apartaron los azares o la desconfianza si
volviera el rostro de ahora Tal vez si me volviera vería la otra senda La vía
de otros sueños y de otros propósitos
Pero no puedo demorarme Ni siquiera para contemplar su luz el fulgor
apagado de aquellas cosas a las que renuncié por necesidad o por capricho
Por desdén o por imprevisión
Es demasiado tarde Queda poco tiempo para la nostalgia
Para esos vanos
ejercicios del corazón
En estos ventarrones de ahora por donde me extravío hace tanto tiempo que
terminé por acostumbrarme a andar a tientas
Bajo estos cielos volubles relámpagos y silencios de incógnitas y equis vacías y
burlas veleidosas
En estas cumbres pedregosas
Sin yerbas ni lagartos sedientos en las grietas lilas de las piedras
Sin una estrella en el horizonte como una flor en un cielo en descomposición

Podría ver, si me volviera, allá, donde nunca iré, los interiores tranquilos, las
penumbras amables, los jardines llenos de perfumes rutinarios y la monotonía
tranquilizante de las fuentes.
Hogares más o menos felices o en todo caso de felicidades digeribles Y
seguras Ni demasiado atribulados ni demasiado satisfechos
Oigo en mí el ladrido de sus perros guardianes Los graznidos de sus loros en las estacas
Podría escuchar, si quisiera, las risas felices de las campanas de sus adoratorios
Y el murmullo de sus tabernas Y el trepidar de sus industrias
Los hijos robustos que no tuve o me fueron dejando solo o que abandoné por
fastidio Si no son los sobrinos de mi imaginación

Detrás de mí, siento la presencia del camino que no tomé
su plenitud biológica
El ritmo tranquilizador de sus relojes
El susurro acuático de sus normas
Pero los arrepentimientos son pura pérdida de tiempo
En el desorden frenético de esta forma del mundo que elegí
No queda más remedio, querida sombra, que seguir andando
Por esta senda incierta Por nuestros caminos de perdidos
Detrás de la verdad oscura e improbable del mundo

Regresar sería la muerte para ambos
Sin nada confiable más que las alegres tinieblas
y este palpable no saber
Insaboro y metálico que se ha convertido en nuestro único tesoro
Olvidemos lo otro Los afectos renunciados Y lo demás Las certezas
abolidas y las alegrías intocadas que jamás tuvieron apariencia para nosotros Y
sigamos andando mientras anochece
A lo mejor, al fin del extravío, alguien aún espera

 

En los pozos -donde la rosa del crepúsculo se da vuelta en un lecho de
piedras-
que deja la lluvia de la luna nueva en los cráteres del pavimento
he visto a mi gemelo animalmente bocarriba
beberse los reflejos del cielo: los azules hondos del abismo en el lecho de
piedras y musgos
Mi sombra es un residuo
Un gemelo incoloro y superfluo
Que se encoge y alarga
La minucia vil del rescoldo que dejo
Es un secreto pálido que exhibo a la fuerza por donde voy
Y me rodea Y baila delante de mí
Y trepa por los muros
Llamando mi atención con sus señas de mona

 


Eduardo Escobar nació en Envigado, Colombia, en 1943. Ha publicado los libros de poemas Invención de la uva (1966), Monólogo de Noé (1967), Segunda Persona (1969), Del embrión a la embriaguez (1969), Cuac (1970), Buenos días, noche (1973), Confesión mínima -selección de sus poemas- (1975), Cantar sin motivo (1976), Antología poética (1978), y Escribano del agua (1986). Recopiló la correspondencia de los nadaístas.

Última actualización: 05/11/2021