Por:
Saúl Ibargoyen
Inéditos
El cantante negro
(Para Fela, cantor popular de Nigeria, in memoriam)
-Llevo la muerte en mis bolsillos-
¿Quién podrá matarme? ¿Con qué pistolas
|
con qué cuchilladas o bombas? |
Porque ellos no tienen la música
que nos escuchará en los tiempos del nuevo futuro
cuando nuestras muertas orejas bien comidas ya
por buitres ratas zopilotes arañas
ni el último eructo de la última molécula
de la masa desquiciada que tuvimos puesta
como un sombrero de pelos y neuronas
en la punta más alta de la cabeza.
No pregunten ahora quiénes son ellos:
está sacando más criaturas de baba y de lumbre
de la panza de mi guitarra-
Respóndanse para cada uno de ustedes o vosotros:
quién es cada uno de ti
de su tiniebla de sus pedazos fecales
de las resequísimas tiras del ombligo
de las faldas desnudadas de la memoria reprimida
de aquellos límpidos calzones martirizados
del omóplato sin descanso
de los paladares atrapados
de los pulmones calcinándose-
-No sean ustedes o vosotros
los enemigos de cada quien que anda por la Tierra
fabricando un solo cántico
-Yo no estoy ni adentro ni afuera de mis nombres:
no hay sitio en mí para la muerte.
donde todos sabrosamente comen
y lejanos de sí duermen
|
con los jabones de este día |
y cuelgan sus sábanas
Yo soy el cantante en mí
|
porque hay voces de otros |
que me enseñan a escucharme
sin sebo y sin cartílago-
-Tengo manchas de muerte creciéndome
en los abajos de las uñas
en medio de los dos dolidos pétalos
de un trabajado corazón
|
adentro de los gritos gemidores |
que salieron en estos años de tanto respirarme
sin olvidar de nacer-
|
al mirar su sudor fermentando |
-Tampoco ahora pregunten quiénes son ellos.
Ahora que la muerte se ha puesto
ahora que golpea con ruidos de espuma marina
ahora que la casa de muchos se va de mi cuerpo
como los días de papel se marchitan
Respondan aquellos y estos todos otros que escuchan
lo que este cantador está cantando:
ni un trozo de algo entre dos letras:
porque cantar es oir y deshablar y silenciarse-
al beber de sus incontables voces ensangrentándose
-Porque no existe frontera alguna o ninguna marca
entre el dolor de las jóvenes tetas arrancadas
y la sombra de la mano del juez que confirma la sentencia.
No hay distancia entre los párpados reventados
y el mandato de cumplir las órdenes no escritas.
No hay lindes ni límites entre los pies quebrantados
y la babosa verbalidad de los señores
holgándose en el poder y en la podredumbre-
desde sus encías masacradas el igual
-¿Quién podrá matarme
|
si una incendiada bandera |
son la respuesta para que los vientos
|
de la Tierra no puedan descansar?- |
dijo o quiso decir
|
metido de una vez con su guitarra |
en los atentos bolsillos de la muerte
Un no sueño
Esto no es un sueño:
Porque soñarse no es apalabrarse.
|
Porque la tinta del sueño |
|
se prepara con punzantes sudores y desenterradas lágrimas. |
|
Porque un sueño es el comienzo de algo |
|
ha sido contemplado a través de un líquido vivo |
|
Porque las palabras no caben en el sueño |
|
de hablar: no cantan no explican no tienen silencio |
|
ni gritos ni dolor. Esto no es ningún sueño: |
|
bajo las leyes de una luz carnal. Y un mal sabor de ojos nos quema |
|
de los párpados. Y la persona o el hombre al soñarse no comprende que debe salir con violencia |
donde todo es mudo como un pájaro que jamás podrá nacer. Y los ojos los iguales ojos que repiten sus palpitaciones a cada lado de una frontera sin aroma y sin color
|
para tocarse entre imágenes ciegas: |
Antes que las palabras escriban:
Antes que las palabras:
De Pasión para una sombra, 1959
Retrato
No soy optimista.
He crecido de golpe
subiendo a saltos
los peldaños del alma.
No soy demasiado alegre
ni demasiado expansivo.
Todavía no tengo pasado:
Hablo con los demás,
camino por los parques,
escribo de veinte
maneras diferentes,
me gusta el futbol,
leo los diarios,
visito a los amigos,
comento algunos libros,
vigilo mis pasiones,
termino mi trabajo.
Soy sencillo, tengo
veintiocho años y, es claro,
sombras y errores,
culpas que me duran meses.
No quiero tener razón,
ni saber si estos versos
son cortos o largos,
ni tampoco, en verdad,
tejer un laurel
o hacer mi retrato:
soy tan parecido a todos,
tan igual
a lo que canto.
Por eso no importa
que me olviden,
que sepan tan sólo de mi cara,
de mi sobrenombre
o de mis años.
Debo decir algo todavía,
con cierto sabor testamentario:
nada estará
por debajo de mis actos,
y no daré nunca las espaldas
a la última cosa
que pueda caber en mis palabras
Arte poetica
Recojo largas
notas de tango
que suelen caer de los balcones,
y el hambre de tantos perros
que surcan su olvido
de calles y nombres.
Estoy atento al desempeño
que entiendo corresponde
a mi esperanza
que aunque la nombre apenas,
como al paso,
es quien me empuja
y me distrae
del sopor, del humo,
del sucio latido de la vida.
Tomo nota, además, de mi cuerpo:
invento un río
que entre mi piel y hueso
va creciendo,
e incluyo estos instantes
en que el mundo
declina su pasión
y me alimenta.
De El libro de sangre, 1959.
Palabra sola
Es Saúl, tu hijo,
el que habla,
el que ahora ve
esa línea
que tan recta de lejos
nos parece.
Mi mano no es la mano
del niño que escribía
aquellas frases con su cuota
de banderas y colinas.
Ni mi boca es la boca
que inventaba
fórmulas extrañas
donde acostar los sueños.
Mi boca, padre,
es solo un par
de duros y oprimidos
labios que piensan.
El momento es éste,
de saber
dónde está
el sol antiguo de las cosas,
el sol profundo, el mismo
de las tardes y los años,
el calor dorado que no siempre
poníamos en todo.
Pienso que hablábamos
muy poco
que debí retener
por más tiempo
tu mano,
que gritaste hacia la noche
y que estabas solo.
Pienso que no supe tener
mi corazón atento
que no he sido lo bastante ágil
para ir detrás tuyo
y detenerte
¿Qué podría decirte ahora,
si estuvieras
levantando tu guitarra
ese árbol claro,
sostenido con silencios,
con pájaros que esperan
tus mágicas señales?
Pienso
que para qué seguir
pensando,
que es la hora
de la fruta,
no del llanto;
la hora de empezar
el trabajo con tu barro,
no del llanto.
Pienso
que es la hora sencilla
del alma o de la carne,
que viene vestida
con tu único traje.
La hora, padre, en que no sé
cómo estar triste,
porque nunca
antes
te hablé de esta manera.
De Este mundo, 1963.
Advenimiento
Viniste,
no sé cómo has llegado.
En hombros te trajeron:
tu agilidad dormía
como el vientre de las piedras.
A tu llegada
no asistieron los sueños,
no se molestaron
los sabios
ni se incomodaron
los necios.
Los hombres del mundo
estaban ocupados,
pero tranquilos:
destruyéndose.
Llegaste sin luces,
sin himnos,
sin coronas,
sin frutos salvajes
cayendo de los labios.
Solo una sonrisa
llegó
por aire o por recuerdo,
adelantada.
Alguien pudo recibirte
abriendo las manos
y colocando en ellas,
el reconstruido signo
de la ausencia.
Pero quién pudo
reconocerte,
si eras la fuerza,
si venías de los ruidos incansables
de la sangre,
si el silencio del mar
te perseguía,
si el sabor de las palabras
era barro,
si naciste al llegar,
como un pájaro
que en la noche sigue
escuchando su canto.
Llegaste al fin,
Porque nunca he sabido esperarte.
(La soledad se aprende
estando solo,
como se aprende la muerte
estando en vida).
Llegaste,
y esto es suficiente.
Quizás como la lluvia
que moja la cara
y cae a la tierra,
que sólo por eso
en otra tierra
de carne, de grito y de fuego,
se ve convertida.
La miel del verano
a Alfredo Zitarroza
Amigos, compañeros,
que tanto caminaron
los pasos de la infancia.
Quiero traerlos ahora
a mis palabras:
no le está permitido
al hombre
olvidar.
Con los años se recogen
objetos imprevistos
y el viento nos acerca
el viejo sabor del aire respirado.
Muchas cosas comunes nos unían los ojos,
mientras la calle
como una espuma silenciosa
navegaba a nuestro lado:
las muchachas tenían en la boca
el jugo del verano
y en la sangre nos dejaban
ese latido que siempre recordamos.
La vida era un milagro
interrumpido cada noche:
cuánta urgencia en el deseo
de los frutos aún lejanos;
qué costumbre distinta de soñar
sin que el tiempo pudiera causar daño.
Todo era explicado,
todo estaba claro:
imaginábamos ser sabios
y la verdad se posaba,
como un pájaro dócil,
en una u otra mano;
nos creíamos héroes
y tímidas princesas miraban el combate
desde un alto castillo
rodeado de lagos.
Amigos, camaradas:
algunos ni siquiera
sus nombres me entregaron;
otros nacen cada vez al ser nombrados,
y otros tienen apenas
un silencio solitario.
Quise traerlos hasta mis palabras,
que caminaran nuevamente
mis pasos de la infancia.
No mencioné sus domingos de barro,
ni sus noches de miedo,
ni su falta de calor
y de esperanza.
Sólo busqué mi presencia entre sus actos;
entre sus rostros, tocarme la cara.
Son el frío y la ausencia, sin embargo,
los que dejan en mi boca
esta miel un poco triste
del verano.
Saúl Ibargoyen nació en Montevideo, Uruguay, el 26 de marzo de 1930 - murío el 9 de enero de 2019. Fue un poeta, narrador, crítico, traductor y ensayista uruguayo, nacionalizado mexicano. Publicó más de 50 libros, incluyendo antologías de la poesía latinoamericana, en colaboración con el escritor argentino Jorge Boccanera. En su obra destacan Palabra por palabra (Antología poética); Cuento a cuento (relatos completos); Soñar la muerte; La sangre interminable y Noche de espadas (Novelas); Habana 3000; Poeta poeta; Exilios; Fantoche; Basura y más poemas; Amor de todos; El llamado; Poeta en México City; Versos de poco amor, entre otros. Recibió el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer, por su libro El escriba de pie (2002); el Premio del Ayuntamiento de Montevideo; el Premio del Ministerio de Instrucción Pública, en Uruguay; y el Premio Nacional XXXIV Juegos Flores de San Juan del Río, Querétaro, 2004 por ¿Palabras? Tradujo a numerosos escritores portugueses, brasileros y franceses. Fue editor de la Revista Mexicana de Literatura Contemporánea. Se desempeñó también como coordinador de talleres literarios.