Celedonio Orjuela (Colombia)
Por: Celedonio Orjuela
(Inéditos)
Noche urbana
Ciudad de negras noches, desconocida casi siempre. El hombre que habita apenas gesticula. El hampa desde los clubes y el extramuro inventa la muerte. Hay calles que muestran su avaricia. Goliardos de la noche se pasean como oriflamas de gestas pesadas y presentes cuyos cuerpos ondean cerca de la muerte. Los llevan ambulancias de la noche y desaparecen en silencio. La noche prepara cadáveres al pie de una colt para la foto. Este paisaje de luces mortecinas bañadas de lluvias permanentes, pide nombrarla desde los trenes nocturnos de otras guerras. Urge decirle a los más nuevos a los que llevan un cadáver en silencio que descorran la penumbra. Urge habitarla en la hora final en que se cierran los bares y queda un silabario de augurios en la sombra.
La casa
Mi casa está en el patio de los otros,
En el sigilo de la huida,
en el agua que se oye en los grifos del vecino.
Al borde de la acera
Muy cerca de la risa.
Mi casa no está en la infancia
Y la infancia está llena de temblores
En una casa de icopor que se lleva el viento.
Mi casa la pueblan voces sin lenguaje,
Voces que silencia el abandono.
Mi casa una mujer agrietada por el tiempo.
Compañía
Para Otto Agustín, mi hijo
Con el tiempo olerás en mis poros el vaho de maltrechas posadas.
Pero ven siempre. Déjame besar tu frente, tu ardida frente.
Deja mis besos mis verdaderos besos para siempre.
Déjame quedarme en tu inocencia.
Camina con mis brazos este prado y este viento que te asusta y te intimida.
Déjame seguirte.
Déjame seguirte desde el nacimiento del día en que oigo tus gorjeos.
Entonces no hay abismos,
Entonces todo es muy alto.
Me elevo en los globos de saliva que vienen de tus labios
y veo un espacio de la tierra que te aguarda.
Llegan las palabras y los juegos en la cama.
Irrumpes en mi estómago y lo transformas en caballos que corretean en el
aire o aviones o coches que se estrellan en un tope en mi cabeza.
Como un primer aviso del herrumbroso mundo
asalto tus sueños de palabras nuevas,
de risas de lo no risible,
no la de un vodevil,
no la risa razonable.
La risa primigenia.
El herrero
Para Polito. In memoriam
La fragua, templo cotidiano.
Golpes de metal. Monólogos.
Hay un olor a establo a sudores
a llagas en los lomos de las bestias
inquietas en el corral.
En la hornilla blandos objetos de ayer.
A la memoria llega el fuego, siempre el fuego
y una mancha gris del carbón mineral.
Con macizos brazos
atenazaba el hierro que urgía el tiempo de la forma...
Y la voz del herrero.
Que ordenaba el castigo
a potros cerreros y calmaba
los cascos inquietos en el corral.
La mano que golpeaba el yunque
Los vencía como vencía el metal.
Solté amarras.
En Chagallianos caballos galopé
a la ciudad.