Armando Orozco (Colombia)
Por: Armando Orozco Tovar
Inéditos
Lectura
Leí desde el vientre de mi madre
dónde cabían el viento y el verano,
el agua de tantos ríos de ternura.
Allí, observé peces fosforescentes
cayendo del cielo de sus ojos
grandes como la noche.
Por sus pupilas viajaban
veloces las estrellas
y las galaxias enormes del amor.
Yo aprendí a leer
en el vientre de mi madre
también el odio, las injusticias
y el hambre.
¡Ah, el hambre!
Luego los signos del dolor y las caídas
el olvido del recuerdo por su sangre
las caricias de la estación de la nieve
y el trigo.
Aprendí a leer en el rostro del aire.
En el vientre de mi madre estaba el universo,
con símbolos ritmos y metáforas
los imaginarios del mundo en su corazón.
El vientre de mi madre era un satélite del sol.
Ascenso a la laguna
(A Jorge E. Cruz)
Ascendió con los ojos sobre la tierra
aspirando un aire otoñal
casi perfecto.
Ascendió con la ilusión
de ver dioses desnudos
teñidos de oro
untados con resinas
de árboles sagrados
y mieles de abejas.
Ascendió preguntándose
quién era
y cuál el destino
de tantos días y noches.
Ascendió para encontrar
al azar
olvidados por otro Dios distraído
pedazos de sol
incrustados en la arena.
También para descubrir
los reflejos de las avellanedas
amarillas
rielando sobre el agua verdinegra.
Descendió de la montaña
viendo en el fondo
de la luna llena
una antigua gota de sangre.
(Laguna de Guatavita, 1 de enero 2000)
Cruxificción
Que no es de Nazaret este madero
donde me he dejado colgar
por mis reclamos.
¿Qué tengo yo que ver con todo esto?
Quizá el dolor y la befa
de un Dios indiferente
amigo de cambistas como les decían
en tiempos de milagros,
cuando Él también los azotó
y prendió fuego a sus tenderetes.
Ahora estoy clavado de pies y manos
en este sucio poste
como cualquier cordero de sacrificio.
Porque, ¿quién vive diez meses sin salario?
Presentimientos
Tengo miedo de los amigos
perdidos
entre el humo y el sueño.
Tengo miedo de los labios
que dejan en el aire
silbando el filo de un cuchillo.
Tengo miedo del paisaje
donde ya nadie habita
el desnudo río del recuerdo.
Tengo miedo del minuto
que nos hunde
en la oscura memoria de los sueños.
A María Mercedes Carranza
El viaje
Todos vamos con cuidado desapareciendo.
Estamos aquí,
nos ven y nos saludan,
hasta que un día nadie nos vuelve a ver
y dicen:
“Entró a un monasterio, está en la cárcel,
se casó. Le dieron empleo en Nueva York,
está viviendo en Camerún. Cría conejos.
es zombi en Haití, conspirador, negrero.
dejó el ocio, puso negocio.
Se fue para las selvas del Chocó,
quemó sus libros. Se le vio rezando en Popayán.
adquirió la sífilis, era maldito.”
O por el contrario nadie nos recuerda,
nadie dice nada,
a uno fácilmente los amigos lo olvidan.
Fue tan discreta la fuga, la partida, el viaje,
que sólo los más íntimos preguntan:
¿dónde está ahora?
A Armando Cuervo Romero
Desencuentro
Ya es hora de que pregunte por mí,
que me vaya con los ausentes,
que regrese con la lluvia.
Debo salir pronto a caminar,
pero no encuentro la calle
los escalones de mis piernas.
Sé que debo irme en los trenes,
amarillos del barro,
subirme en el polvo de mi corazón.
Miguel Hernández
Hoy he cargado a Miguel
en mi cabeza,
que está por reventar
como en otro tiempo,
camino de Orihuela.
Hoy he cargado
sus cabras y proezas
sus pantalones
de rudo ruiseñor.
La risa de su barro
que lanza relámpagos
de amor,
por sus ventanas.
Hoy he cargado
su celda todo el día
como hijo futuro de su muerte.
Gustos
De la vida me gusta la música
de Mozart
pero también el vallenato.
Caminar y escribir un poema,
leer a Roque Dalton
recordar a La Habana
los bares donde nos sentábamos
Rafael, Reynaldo y Luisa
en aquellos días
de la gran zafra y las toronjas.
Ver los rostros
a través de la ventana,
Salir para sentir la lluvia.
Me gusta abril, Isabel y su ternura,
nuestro hijo, “Arreglando para mañana
mis pistolas”. La risa de Alejandra
y de María Fernanda el llanto.
Volver a la infancia con sus nísperos
solares donde nos peleábamos
con los amigos muertos.
Mi cama donde repaso el amor,
donde envejezco la tristeza,
las cartas sin herirnos, las palabras.
Me gustan los puertos,
Con árboles, pájaros y gatos.
En fin, me gusta la vida con su muerte.
La cometa
Una cometa es la paloma
que vuela de la infancia
al cielo.
Sostenida tan sólo
por la ilusión
Que nos ató a la tierra.
Es la niñez
que se elevó en color
hacia la nube
en traje de papel.
Para imitar fugaz al ave
que pasó
un día por el cielo.
Señal de olvido
Uno es una lámpara que mira
camina,
moja otra piel
otras orillas.
Puede ser la noche
el mar
“un pájaro que cruza”.
Uno puede ser
y estar dormido.
A uno lo acosan los segundos,
las hormigas,
el camino.
Suben por sus minutos
hasta los ojos o bajan
dentro de un barco único
sin regreso
donde dicen que está la soledad.
Uno atraviesa las horas
los puentes,
las escaleras hacia ninguna parte
el agua de algún río regresando.
Uno es su cara
al revés se mira con los ojos cerrados.
Es el ruido sin duda del olvido.
Armando Orozco Tovar nació en Bogotá en 1943, murió el 25 de enero de 2017 en esa misma ciudad. Fue Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, Cuba. Recibió el Primer premio en la Bienal de Poesía Novel de la Provincia de La Habana, Cuba, en 1974. Obras publicadas: Asumir el tiempo (1980); Las cosas en su sitio (1983); Eso es todo (1986); En lo alto del instante (1990); Para llamar a las sombras (1994) y Visiones (1999). También se ha desempeñado como pintor, catedrático de humanidades, literatura y filosofía, periodista, conferencista y coordinador de los Talleres de Poesía de la Casa de Poesía Silva. Desde 1993, coordinó el Taller de Cuento de la Universidad Externado de Colombia.