Martín Prieto (Argentina)
Por: Martín Prieto
Inéditos en español
Preludios
1- Después de varios años dedicados a la minucia, al enfermante relevamiento de los detalles, decidí abocarme a los temas de peso: el amor, la política, la trascendencia, la gloria. Finalmente convencido de que el mundo era más amplio que mi departamento, compré una pila de tarjetas magnéticas y salí a recorrer la ciudad en colectivo, atento al paisaje y al rumor sordo en el que se convertía la parla simultánea de mis contemporáneos. La bruma gris que se levanta en los barrios de la quema y la otra, prístina, que emerge, rosa, del agua del río león, envolvían mis paseos en un aura de ensueño y todo se aparecía corrido de la justa dimensión de lo real. Vi epopeya donde debí ver miseria y degradación donde había renunciamiento. Niños vi: pero eran viejos. Y vi dioses que eran perros. ¿Sol? No: pintura fresca. Y oro en lugar de arena.
*
2- El agua no sino la sal disuelta en el agua sostenía mi cuerpo sobre la superficie del mar y yo miraba el cielo atravesado por pelícanos que traían noticias de una zoología monstruosa. Pensé que esa era la hora justa para pensar en las cosas en las que me había olvidado de pensar: la familia, el trabajo. Pero esa idea me distrajo de su objeto y ya no pude pensar sino en cómo era que el agua o que el agua y la sal mantenían a flote el cuerpo pesado de un hombre de cuarenta años, con una preocupación por hueso cómo, sobre todo, hacía el cuerpo para sostenerse a flote por qué toda la presión del universo, no me hundía de una vez y para siempre.
8- Era tirar la línea al agua y sacarla con un golpe de muñeca para que el balde se fuera llenando de mojarras; después, era ingresar en la modesta mitología de lo exagerado: 87, 153, 350. Pero antes, entre una cosa y la otra, era la poderosa sensación de que un ser desprovisto de conciencia, insensible al dolor, había, flap, mordido la lombriz que vos como un tejedor experto, habías enhebrado en la agujita doblada. Allá, una, embarazada como un corcho de champagne, tomaba sol con los pies en el agua y otro contaba cuánto cobraba el cura del pueblo por celebrar una boda. Cuerdas pulsadas por nadie y para nadie, en una tarde de calor.
*
10- El relámpago de la juventud se apagó justo cuando te escribía una carta que no te mandé. La carta era imperial: hablaba de un tanque australiano donde nos habíamos bañado un verano y de las flores blancas y amarillas de unos nenúfares que se enredaban en tu pelo y volaban como si fuesen marionetas de mariposas cada vez que vos movías la cabeza para sacártelas de encima y no se iban. ¿Por qué te escribí? ¿Por qué terminó la tormenta que parecía que iba a durar para siempre? ¿Por qué una cosa sucedió mientras sucedía la otra? Envejecí escribiéndote una carta cuya único objeto era retratarte como fuiste una vez y por cada célula tuya que lograba inmortalizar se moría una mía, una mía se moría, se moría.
*
11- Compro velas para mi santuario personal para, cada mañana, rezar porque mi vida sea, no una felicidad de más, sino un desastre de menos. La chica que vende velas se llama Laura Sandoval. Dice que nunca comió con velas y yo no sé si me lo dice porque me está dando una información de la que yo puedo prescindir en los próximos 50 años, o porque quiere que la invite a cenar a las luz de las velas. Algo de ella me dice que lo primero es la verdad; algo mío me dice que lo segundo es más verdad. Prendo una vela por Laura Sandoval, porque ella ha activado el motor oxidado de la duda.
Martín Prieto nació en Rosario, Argentina, en 1961. Es profesor de Letras de la Universidad Nacional de Rosario. Tiene publicados los libros de poesía Verde y Blanco (Ediciones Libros de Tierra Firme, 1988), y La música antes (1995), entre otros. Publicó poemas en volúmenes colectivos Poesía de Cuarta (1980) y Con uno basta (1982). Tiene escritas, además, dos novelas, aún inéditas. Pertenece al consejo de redacción de Diario de Poesía en Buenos Aires.