Jorge Arbeleche (Uruguay)
Por: Jorge Arbeleche
(rosa)
Desde el ojo oracular de la pradera emerge
única
la rosa
más allá del límite de todos los colores.
la inmutable redondez de su corola
esconde
la cifra callada del círculo y el centro.
Todo en su sitio. Todo esmero.
Enhiesto el tallo desafiante
los apretados pétalos en coro
las hojas custodiando el circuito
de la lluvia la savia la humedad.
(Y las espinas)
Cervicales
Diagnóstico primario: cervicales.
Contractura severa de las vértebras
debida al desgaste del disco, la humedad,
las horas viejas. Síntomas:
el giro delirante de la cabeza en espiral
hacia el lado de atrás
el del revés el ciego el lado
desplomado del arrabal del sueño
manoteo de ahogado en pozo seco
donde todo parece morirse de silencio.
Diagnóstico final: la sumatoria
de achaques temblequeo mirada quieta
del ojo de la niebla,
la cañada que silbando iba al monte
por las siestas de enero
cuando los horas jóvenes
el flameante penacho de ese cardenal
aquella ceniza ese rescoldo este brasero
y el pendular murmullo del rocío
sobre la hierba
nueva.
Pronóstico probable: proceso degradado de lumbares.
En tanto, enciende el aire
el cardenal de pie sobre su
canto.
Seca
Cruje el pastizal.
Desde su grieta la tierra reclama
el aguacero. Un resuello reseco raja
el aire. Brama el horizonte
tapiado por la sed. Un bufido desnuca
humeante el yerbazal. Crepita el sembradío.
Los dioses se amontonan
más allá de los ruegos.
(Alguien
escriba |
diga |
cante) |
Sobre toda garganta en seca
el agua se derrame
navegue el río del sueño
la cuenca arenosa del insomnio
y humedezca la esponja del silencio.
Correntada de signos y sonidos desemboque
en el delta final de las preguntas.
Un solo cauce para dos vertientes:
la de la ola que tal vez responda
la de la roca que seguro calle.
Amanezca rumor de acequia en la hendidura.
Carta a Borges
Ya no seré feliz, tal vez no importe,
nos dice usted en admirable verso.
Lo admiro mucho, Borges, pero lo quiero poco.
Usted de mí no sabe nada, y poco importa.
Yo soy ese su poeta menor de antología
el que no diera nunca al sueño
la sublime sonata que soñara Darío.
Y yo a usted no le creo cuando
dice que tal vez ser feliz importe poco.
Porque a mí sí me importa y
a todos los hombres nos importa.
Hemos amado
y a veces también nos han amado
(cumplida fue la ley de oferta y de demanda).
Pero el amor se gasta, Borges,
y no lo rescatan cartas ni retratos. Triste, ¿verdad?
Inútil es dar vueltas al asunto.
También se vuelve a amar de nuevo, ¿es cierto?
Pero no alcanza, Borges, porque la felicidad
es más que un rostro una presencia un nombre
es todo eso
y el aire que los cubre
y el cielo que los mira
y el suelo donde pisan
presencia rostro y nombre.
Y es eso y otra cosa y no sabemos
y puede también tener otros colores
acaso el de la infancia, cuando la Nochebuena era
la noche de la magia.
El oficiante
Para Enrique Ruiz Corbo
Intenta arrancar las palabras del silencio
a golpe a veces del martillo o punta de punzón
bloque feroz o muro de clausura
otras de cincel estéril labranza de la piedra
extirpa alternada esquirlas de sonido
polvareda aislada de sílabas o letras
ofrendadas en altares no se sabe
a qué dioses en secreta oración
plegaria minuciosa desplegada
sobre un eco venido de no se sabe
donde lo desprendido sobrevuela
retorna entonces el reino original
se ve aquello que se escucha
se palpa se huele cada voz
se saborea ya no la piel
si la semilla se aprende a pelar
cada vocablo de su cáscara
como devotamente se pela cada fruta
se desprende la envoltura sedosa del durazno
hasta alcanzar toda la arruga del carozo
una a una regresan las palabras al silencio
cumplido fuera del oficio de los nombres
lo que no se nombró dormita en la antesala
de la ausencia aguarda el oficiante
la clausura del círculo del rito
la sinfonía frutal se calla reposa
resplandece.
El bosque de las cosas
A Leonardo Garet y a Selva Casal
Nunca están todas las cosas en su sitio.
Ni antes ni después de la tormenta. Siempre
hay un desborde una arruga un pliegue
fuera de lugar. Una vez sola –a veces–
se juntan la aguja del reloj que da la hora
con el eje del minutero y del segundo.
Pero una sola vez. Y no se advierte.
Porque aquel aire que fue primero brisa
luego ventisca o ráfaga o tornado
no vuelve más al aire. Y el ventarrón
arranca la careta feliz de la sonrisa y muestra
la mueca del dolor y el disimulo
la raja de la angustia electrizada
ka que se esconde la que no se nombra
la que se calla la que no se escribe
–pudor vergüenza miedo rebeldía–
la que aparece cuando el verso llega
sin llamarlo y pretende oficiar de bálsamo
o consuelo en tanto el escudero que lo blande
no lo quiere ni blando ni manso ni sereno
porque en combate singular será feroz
torrentoso en combatida antemural filoso
como punta de flecha como lanza venablo
daga sable puñal tijera espada
que destripe el torpe remiendo de la máscara
para mostrar al descubierto al descampado
a cara limpia sin afeites ni adorno
Jorge Arbeleche nació en Montevideo, Uruguay, en 1943. Poeta, ensayista y profesor de Literatura . Es miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas Sangre de la luz (1968); Los instantes (1970); Las Vísperas (1974); Los ángeles oscuros (1976); Alta noche (1979); La casa de la piedra negra (1983); El aire sosegado (1989); Ejercicio de Amar (1991); Ágape (1993); Alfa y Omega (1996); El bosque de las cosas. Antología 1968-2006 (Montevideo: Librería Linardi y Risso - Colección La Hoja Que Piensa No. 11, 2006); Canto y contracanto [antología personal], Editorial Nido de Cuervos - Colección El Junco Susurrante No. 13, marzo de 2012; Parecido a la noche (2013) Ediciones Vitruvio. Madrid; Mito (1968-2014) (2014) Ediciones Vitruvio. Madrid. Premios y reconocimientos: 2000, Primer Premio del Ministerio de Educación y Cultura por Para hacer una pradera; 2018, Premio Escarcela Uruguay; Premio Legión del Libro; En 1999 recibió el Premio Nacional de Literatura de Uruguay.