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Jorge Luis Arcos (Cuba)

Fotografía tomada de Revistaelestornudo.com

Por: Jorge Luis Arcos

Hay algo podrido

Hay algo podrido en el reino de Dinamarca
Dijo Horacio al dulce príncipe (al poeta, al pobre, al forastero)
Hamlet, tú sabías muy bien que todo hombre es un pordiosero
Y tenías que matar, matar
La belleza, algo sucio... Y la noche devastándolo todo
Por eso Lezama gritaba: "¡No se puede matar, no se puede matar!"
Pero siempre el manotazo de plomo
¿Y Ofelia? Una figura danzante en el fondo del lago
No hay estancias, no hay esplendor (¡Ah las playas de oro!)
Pobre Casal, pobre Raúl, pobre hombrecito del abrigo enorme
Pobre Zenea, pobre Virgilio, pobre Friol
Y lezama gritaba, por eso
¿Dónde está mi isla, mi patria pre-natal?
¿En los bordes, en las lindes furiosas de intolerable resplandor?
Patria, ¿eres tan imposible como una profecía?
¿Dónde está la huesa, lo real?
Figuraciones en el polvo, espejismos. ¿Y el tedio?
Ah el tedio de la mano que atraviesa ese espejo de agua,
Esas lindes, esas sienes que deliran, y una alegría inexplicable
Esos labios sudando, ¡no me mires más!
¡No quiero más certidumbres, cajas de ceniza, política!
Solo el bonzo perdido, el bonzo ciego de Kwaidan
Aguardando, algo tonto, y entonando, más dulce, la eterna melodía!

1994

 

De los ínferos (Fragmento)

I

Madre, hay un país donde ya no se sufre
Un país transparente, de un olvido indecible
Un país donde el nombre, la memoria no existen Un país perdurable, donde ya no se sufre

II

Pobres hojitas
secas, retiradas, del clamor de las frondas
del fragor. Ahora son nuestras.
Dulces almitas. Ellas nos salven
de todo helor.

Pero ahora aquí estamos, encendiendo
pobres velitas de resurrección.
Y nos miramos, sonriendo
tristes y alegres, como en comunión.

VI

Pero dejadme aquí, en mi infierno más alto
con el alma perdida, la luz que se retira
mis sienes que deliran, en mi infierno más alto.

XII

Hay que creer, amigo, en los cielos que arden.
Y, cielo tras cielo, iremos, encendidos
como cirios vivientes, a la región del aire
donde el fuego se acuesta, donde el aire es más leve
como la luz, dormida, en la entraña de un cielo.
¡Ah qué orilla naciente, ah qué extraña frontera
la de la luz, rendida, mis sienes que deliran y la visión, radiante, del corazón inmenso como una aurora intacta, en la entraña de un cielo!

XV

Niña,
tienes el miedo del aire, de sus vientos oscuros
ráfagas cegadoras como sombras de luz.
Tienes miedo del yelo de tu propio corazón.
El helor que amenaza, la intemperie infinita.
Y todo, allá en el fondo, temblando, como un dios.

 

Sombras chinescas o el imperio de terracota


Los aposentos púrpuras de la geisha Apolonia
Sombras chinescas en imperio de terracota
Como flecos, lencería, medusas
(mezcla de art noveau y cachivaches orientales)

Las máscaras de la impiedad

Pero nada como cuando Apolonia se desnuda
entre lacas y sedas, entre biombos y espejos
y es la hora de tomar el te con displicencia
para esperar a Sidonia


(Suicide girl y
flaca, secreta y rocallosa
o núbil, delicada y puerca
apuntaría el nicaragüense)

que reta y domina con ásperas correas
la piel de nácar de la oblicua Apolonia
quien se orina muy rápido para humillar a Sidonia

Con una mano lánguida dentro del sexo de Apolonia
Sidonia, cual chinita sonámbula
enciende un cigarrillo con una vela
mientras recuerda su ínsula perdida

y escucha una canción de María Teresa Vera


La escena aburre un poco hasta que llega Pancrátor
con su cuerpo tatuado y su pene furioso
mientras Sidonia danza desvaído bolero
y Pancrátor eyacula en el rostro de Apolonia


¿Qué puede hacer Pancrátor con su fláccido estigma
sino inclinarse roto, melancólicamente
para que Sidonia hurgue con sus dedos tan finos
en la gruta rosada en busca de su almendra?


¿Qué puede hacer Pancrátor sino erguirse de nuevo
y ofrecer a Apolonia su pene tumefacto
que ella esconde con perversa avidez en su boca manchada
mientras Sidonia abreva en su vulva morada, en su clítoris ámbar
sus labios soñadores en concha nacarada su rostro angelical
y separa sus dunas, sus pétalos caníbales
y disuelve su rostro en su pozo profundo
y recuerda y olvida la imposible canción:


y en el bosque de la China una china se perdió

para la nada, para la francachela…?

Sombras chinescas en imperio de terracota

 


Son de Malasaña

En la isla sin nombre
¿bailan las llamitas frías
los bobos, las damitas cluecas?

Yo quiero entrar al baile
con los espejuelos astillados
tocar un culo (de soslayo)
y venirme de melancolía

Yo quiero entrar al baile
o a la fiesta japonesa
y después (ya cansado)
perseguir un mulata china
por el barrio de Lavapiés
donde oficia Tinito La Calma
un guaguancó subsahariano

Pero en la isla sin nombre
quiero perderme para siempre
donde no me puedas ver
la mano suicida
la almita caníbal
donde no me puedas ver

 

Memoria (o canon) del perdedor

               

                      Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo


Yo siempre quise estar con los vencidos
Perder para ganar una derrota
Que solo la derrota hace más profunda la memoria
Menos limpia, más interesante
Turbia y caótica como una nube cósmica
Con un remordimiento inconfesable
Y un camino desconocido y casi imprevisible
Que eso debería, Sancho, ser la libertad
Como víspera u ocaso
Siempre umbral
Desconfiad de futuros luminosos
De guerreros invencibles o pueblos predestinados
Después de la nieve, el barro
El sol ilumina y a la vez corrompe
Que todo dios es ambiguo
Patético como rey
Y como tirano, histrión

En cierto modo envejecer ya es perder
De repente todo lo joven es hermoso
La esperanza sólo existe en el pasado
No en el presente huidizo y agónico
Que recordar (como diría un bolero)
Es olvidar también

En la víspera de la muerte
En el umbral del viaje sin nombre
El paraíso quedó atrás como la lluvia de Borges
Por eso te apresuraste sobre el fruto prohibido
Para que todo quedara siempre atrás
Y el éxodo no fuera hacia el porvenir
Sino hacia ese principio irrepetible
Donde fuiste vencido por una vocación salvaje
Un oscuro deseo y un arte (toscano) de melancolía

Quisiste que tu futuro fuera Shakespeare
Todo intensidad y pasión y sueño y locura
Mirar con tus ojos tan jóvenes y un cuerpo putrefacto
Los animales de furiosa belleza
En verdad ya desde siempre inalcanzables

Pues toda posesión es fugitiva
Todo poder deleznable
Y solo en la derrota hay plenitud


Jorge Luis Arcos nació en La Habana, Cuba, en 1956. Es poeta y ensayista. Ha publicado: En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1990, Premio UNEAC de Ensayo, Premio de la Crítica); La solución unitiva. Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima (1990, Premio Razón de Ser); Conversación con un rostro nevado (1993, Premio de Poesía Luis Rogelio Nogueras); Orígenes. La pobreza irradiante (1994, Premio de la Crítica). Compiló el libro de María Zambrano, La Cuba secreta y otros ensayos (1997). El libro De los ínferos, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Rafael Pocaterra, en el Ateneo Valencia, Venezuela, 1998.

Última actualización: 05/11/2021