Veroniki Dalakoura, Grecia
Por:
Veroniki Dalakoura
Traductor:
Nina Anghelidis
El desespero de amor
Oh luz de mis ojos, esta noche no dormiré a tu lado, la sombra de tu pelo me oprime. Estoy cansada de analizar el color; tus pinturas fueron bajadas y, como por un milagro, entraron al museo de la tristeza. Tu ternura no me hace falta- tú eres un hombre y comprendes. Cuandoquiera que tu viajas sobre las nubes de los mares, busco el más potente narcótico para mi espíritu. Azur no eres, pero tú mismo te fastidias con mis lágrimas hasta no hablar mas claramente. ¿Por qué necesitas amor? Queriendo vivir, lejos te escondo. Si temes significa que no has comprendido el ilimitado poder de tus ancestros y que de hecho he visto el infierno de los hombres. Ahora no te atormentes tú mismo. La noche se ha alzado, ocultando a la luna.
¿Oh vida de mi vida, qué quedó de nuestro dolor?
¿Por qué no quieres irte lejos, tú que siempre te estas yendo a caminar? Eres líquido, pero morir en tus brazos sería demasiado. Te reclamo por todas tus malas acciones porque en tu presencia, ser malvado, dejas mi goce al desnudo - un goce hecho de brillo de cristales. ¿Y si escribo y hago una Oda Para Todos Los Hombres Que No Tuve? Debiera, y por entonces tu habrías de esfumarte, incapaz como eres de percibir cuánto desespero se esconde en mis besos. Dentro del asombroso soleado de los días, mi rabia, entre tu inmovilidad, se hace árida. Así que no te quedes. La muerte no es suficiente y tu pecho, mi amor, yermo como el mío, hallará la tempestad de colores.
El amor vendrá, y tendrá tu fuerza.
Purgatorio
Me enseñan en el corazón del invierno. Encargándome el transporte de lo celestial, encuentro la inocencia con la vestimenta simple de los que se dedican al amor y el rostro gastado por las alegrías.
¡Oh!, su lengua fina, los estantes de las librerías que ordenaban el destino de las mujeres. Nada faltaba, entonces. Yo creía que alguna medicina desterraría la desesperanza. ¡Tonterías! En la última casa -pocos quedaban allí- conozco al que me convirtió en sabio tocando una música a la que llamó peso terrenal de la Virgen.
Me acerqué para mirar de cerca su rostro.
Me fui.
Nacimiento patético
Copio al poeta Heigs: No me hables más de aguas. Hoy regresé de la granja de mi padre. Di de beber a las vacas. Ayudé a una yegua a parir, castré al cerdo. Me siento lleno de tierra paterna, diría pleno, de gallinas de oro.
“No estudié en todo éste tiempo. Ni pensé en el amor bajo el cielo azul. Regreso a mi trabajo. Cuento mi dolor a Elizabet que disparaba a las nubes. Mucho me gustaría que estuvieses a mi lado, pensé en ti mientras preparaba el desayuno en soledad.
De una virgen ingenua que finalmente ha sido violada para seguir menos pura a la muerte, ha sido concebida la esencia de dios. Lo consubstancial de una tan concreta desunión espolea el dolor de la idea. Como un mítico río el Aos, el Acheloos y el Sperjios atraviesan los valles, inundan las calles de la desierta ciudad en vísperas del Nacimiento Patético.
Las siembras se doblegan por el agua, luego se yerguen de nuevo y los edificios se llenan de agua.
Plegaria
Los muertos con los muertos
La piedra con la piedra
La opinión con la opinión
La infamia con la infamia
La respuesta merecida con la meretriz
Los cimientos con los cimientos
El polvo con el polvo
La boca con la boca
El sueño con el sueño
El hambre con la vieja
La tisis con la sangre
El perro con el perro
-rara vez con el hombre-
La caída con el ruido
La imaginación con la realidad
Los niños dulces con los niños
La dulzura con la lepra
Los contagiados con el símbolo
-O con los contagiados-
La juventud con el deseo
El anhelo con el eco
La fuerza con los ángeles
La igualación con la biología
El fértil con la estéril
La multitud con la multitud
El monólogo con el monólogo
El desarraigo con el corazón
El pasado con el pasado
La luz-
Hemos vivido una hermosa vida
Los muertos con los muertos
¡Que se repita!
Aspecto cósmico
He aquí cómo se aplicó el método del regreso a las provincias todas verdes.
Alguna claridad y un perfecto silencio confirmaron la negación
de los misterios –en evolución en el interior de la columna
pétrea.
Mentiras -¿por qué la repetición? –rumor de agua y vínculos miserables
que anuncian el invierno. Palabras desconectadas: devastación,
Traición,
Pues las muñecas masculinas de la diosa me rozan el cuello.
Sacudida de sueño de la piedra antes de la metamorfosis.
Pasajeros clandestinos
de la lujosa ruina: “Metrópolis.
Pasos que rompieron el tupido césped.
Pasos que rompen el tupido césped.
Tolerancia
Clavemos una madera puntiaguda.
En aquel corazón que habiendo cumplido su destino no le queda ya nada.
Removamos aquí La infidelidad y la devocion enterradas con rostros
humanos son
menos peligrosas que cualquier Física.
Cierren las ventanas. Cocinamos los que resistan los que caminan
cabizbajo.
¡Que manjar! (Hago -dentro de mi- un ejercicio y fracaso).
Iniciación
Ni Gaspara Stampa ni aún una Marina en su forma de abrir los portales de los lupanares, estéril, por escuchar las aclamaciones de la fertilidad. Días de aceite de hachich, noches de pulmón reventado, el hombre contaminado duerme desprevenido al lado de ella. Irrevocablemente, salvo que la propiedad de poeta presuponga una familiaridad con el desorden. Sin embargo
Horroroso, todo aquello incluso después del fin sigue siendo horroroso. Murmullos como “Ruega por mi” tenían lugar de confesión, de participación en el combate sobre las barricadas de la avenida. Él subía las escaleras acezando. En alguna parte se escondía el marido demente tal vez al final de la calle donde él había amado a otra. Invierno, la contaminación debiera anteceder a la corrupción. Pero incluso si ella evitó que se hubiera manchado su alma con su plena voluntad, era necesario por tanto que ella perdiera su cuerpo irremediablemente?
Amiga
El bosque todo blanco era atravesado de punta a punta por un solo rayo de luz, y aquello aumentaba mucho el asombro, ya que la masa del firmamento a medida que la hora pasaba, acusaba más aún las tinieblas.
Aún no aparecía el día. La nieve entorpecía las ramas y había ganado el primer peldaño impidiendo a nuestra puerta abrirse con holgura.
Esta parte del día que debía ser la mañana estaba inmaculada e impregnada de aromas. Un querubín determinado a despertar los insectos repetía: “Amor incesante, cuerpo resplandeciente”.
Yo reconocí la voz de Sonia. En cuanto me le aproximé ella se alejó, pero las huellas que yo distinguía en la nieve, a la vera del bosque, eran las suyas.
Veroniki Dalakoura nació en Atenas, Grecia, en 1952. Estudió Derecho en la Universidad de Atenas y Sociología en Montpellier (Francia). Ha publicado los libros de poesía: Poesía 67-72 (1972); La decadencia del amor (1976); El sueño (1982); Días de placer (1990); Salvaje, angelical Fuego (1997); y los libros de narrativa: El juego del fin (1998), El cuadro Hodler (2001), 26 Poemas, Agra, 2004 y Carnavalista , Kedros, 2011. Ha traducido, entre otros, a Flaubert, Sthendal, Rimbaud, Baudelaire, Desnos, y Dalí. Su obra ha sido incluida en varias antologías en inglés, francés, español, rumano y búlgaro. Trabaja en la Educación Media.