Juan Vicente Piqueras, España
Por: Juan Vicente Piqueras
Del libro La latitud de los caballos
(Mención de Honor en el I Premio Internacional de Poesía en lengua castellana
Festival Internacional de Poesía de Medellín)
Vía
1
La vía son dos líneas paralelas
-hierro aleado a huida- que conviven
en grava y sueño, sed y travesaños.
Toda vía viene del horizonte
y en él se pierde como lo que importa.
Toda vía es violenta,
íntima como un tren que se retrasa.
(Nada que no esté roto,
nadie que no conozca la caída)
La vía es escalera horizontal
de alta ida (paisajes,
espejismos, paréntesis),
líneas paralelas como amantes
que se requieren pero se rechazan,
y sólo en la distancia
hallan su ley, punto de fuga y fuego,
que los podría unir y sin embargo.
2
La espera es espiral, el remolino
de la paz que va a pique aun sin caballos.
La espera es una danza inmóvil y desnuda
como un desierto que echara de menos
sus oasis, su sed, sus espejismos.
Es un planeta exhausto
que gira alrededor de una promesa,
una torre que es faro, minarete,
campanario, atalaya que de pronto
se desmorona con delicadeza.
En la espera los gestos son semillas
de granada, su mosto y su corona,
y tienen vocación de almendra amarga.
La espera es una danza desolada
y minuciosa, patria de espejismos,
casi horizonte póstumo trazado
por la ausencia y sus onzas
(entendiendo por éstas
tanto el peso de especias orientales
como el lince de Persia que caza las gacelas).
3
La danza está en los huesos.
Los agita como a árboles sin fruto.
Andenes, tumbos, años
sin vuelta, arenas, humo de las horas,
caricias, erosión y ley sudada.
La danza está en los huesos
blancos como el desierto o el insomnio,
esqueletos exhaustos, luz sin fe.
Las manos son gaviotas asustadas
y los pies le preguntan a la tierra
la música oxidada y obsesiva
de los que caen buscando su motivo.
La danza está en los huesos, desolada,
sin cuerpo en qué apoyarse, vuelo viudo
sobre el desierto que es tan sólo suelo.
Su densidad es alta y leonada,
onza que husmea el miedo,
asustado sudor de la gacela.
Aliento en fuga, don de arder bailando,
humo en busca del fuego, íntimo incendio,
la danza está en los huesos.
En su médula sabia crece y canta
la luz huérfana, azul, del horizonte.
4
Hay trenes que no acaban de llegar
y trenes como el tiempo
que nunca se detienen.
Hay trenes que son dudas
y trenes que no existen y tomamos.
Trenes entre paréntesis,
guardagujas en medio del desierto.
Hay trenes inventados por la espera
y trenes que atraviesan, vacíos y atrevidos,
los desiertos que somos, piel adentro.
Como ángeles enfermos
gimen su sed los huesos deseando
el agua mineral del horizonte.
Hay trenes blancos como el luto chino,
como el insomnio, música de huellas.
Esqueletos de tren, radiografías
de infancias felizmente fallecidas.
Hay trenes que chirrían en los huesos
y trenes transparentes que atraviesan
el cielo como el tiempo, como aves
que nunca anidan, nunca se detienen.
Juan Vicente Piqueras nació en Los Duques de Requena, Valencia, España, en 1960. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia. Desde 1988 reside en Roma, donde ha sido profesor del Instituto Cervantes. Ha publicado los libros: Tentativas de un héroe derrotado (separata de la revista Cuadernos Hispanoamericano, Madrid, octubre 1985-), Castillos de Aquitania (Edizioni Stelle, Sassuolo, 1987); La palabra cuando (Premio de Poesía José Hierro, 1991) y La latitud de los caballos (III Premio de Poesía Antonio Machado en Baeza, 1999). Ha traducido del italiano La miel de Tonino Guerra (Ediciones La Palma, Madrid, 1994).