Hone Tuwhare, Nueva Zelanda
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 64. Enero de 2003
Hone Tuwhare
Viento del Este
no brames a tus hermanos
para que tengan un áspero despertar.
Silénciame
hasta el árbol en flor de un Martes
y la huerta silvestre
donde la encontraré.
Mímala para que siembre
entre el mudo campo del corazón
palabras más adorables
de las que yo nunca haya hecho chispear desde piedras
tan rojas como griñones.
Mañana del Martes traes
apretar de manos y maravillarse
a la salida del sol.
Y que mío sea ese día
para saludar tan ávidamente:
tanto que ella pueda levantar los ojos entornados,
y olfatear tan delicadamente como la sal
de tu llegada
que últimamente fue del mar, el gemido del mar,
y las festoneadas rocas, O Viento del Este.
Muchacha en el parque
La muchacha en el parque
vio un cielo descomplicado
alzando los hombros entre
un saco de denim azul oscuro.
La muchacha en el parque
no alcanzaba a tocar
los botones de frío acero.
La muchacha en el parque
vio a la luna deslizarse
entre los brazos de un árbol muerto
y sintió a la vasta noche
importunando.
Cuán enorme parece, dijo,
y son grandes los árboles.
Las estrellas la escucharon
y descendieron parapetándose
sobre las copas y ramas
como búhos sin pestañear.
Los árboles solemnes,
tan musculosos como su amante
inclinados oscuramente para captar
la salida de la luna y el desvarío
en sus ojos:
la luna es grande, es muy grande
dijo ella con voz aterciopelada.
Un búho currucuteó.
los árboles chirriaron y se codearon
entre ellos y las estrellas
llevaron lejos a la indefensa luna
que sólo tiene una costilla...
La muchacha en el parque
no se preocupa: su cuerpo se balancea
al canto de oscuros bordes
de las tormentas.
Lluvia
Puedo escucharte
haciendo pequeños orificios
en el silencio
lluvia
Si fuera sordo
los poros de mi piel
abriría para ti
y cerraría
Y yo
podría conocerte
por tu lamedura
si fuera ciego
el especialísimo
olor tuyo
cuando el sol hace galletas
con el suelo
el perseverante
sonoro tamborileo
que haces
cuando gotea el viento
Pero si yo
no te escuchara
oliera o sintiera o viera
tú
tú todavía
me definirías
dispersarías
me lavarías
lluvia
Amigo
¿Recuerdas
esa franja silvestre de tierra
con el árbol solitario vigilando la punta
desde el mar de afilada lengua?
El fuerte que construimos con ramas
arrancadas del árbol ahora es muerta madera.
El aire que era denso con el zumbido de los brotes
del toetoe sucumbe al final ante la
rueda de la gaviota gris.
Las raíces engastadas
del mangle no cosechan una fiesta más fina
de anguilas de vientre de plata y caracoles marinos
cocidos en una vasija oxidada.
Permíteme
reparar los extremos rotos
de días compartidos:
pero quería decir
que el árbol que trepábamos
que dio bebida y alimento
a sueños juveniles ya no existe.
recogidas en los labios sus hojas
de finos extremos silbaban ahora no estampan
sedosos brocados sobre el suelo
de agrietada arcilla.
Amigo,
en este mundo desolado
e insomne, estrecho
tu mano para confirmar al menos
que todas nuestras fantasías enjoyadas fueron
reales y portaban espléndidos atuendos.
Quizás el árbol
otra vez echará frescas raíces:
da suave sombra a un mundo con problemas
y dañado.
Traduciones de Rafael Patiño