Carlos Vásquez (Colombia, 1953)
Por: Carlos Vásquez
La voz De dónde viene. No sé de qué está hecha. Agita el aire su húmeda campana. Reposa en el oído rema acecha. Se abre bajo la sed que la amordaza.
Por qué no suena ahora que la llamo. Estoy hueco sin nombre en la palabra. El poema lo sabe no lo dice.
Lleva inerme la mía hacia su pena.
Hablo me calla. Espero que repita. La voz que me contiene y me dilata. Voy por su eco sin rumbo. Agudo polen. Lento goteo el nombre que me llama.
Es lo que asombra a nadie se confía. La voz se teme
fina impenetrable. Cuando brusca se da sorprende quema. La boca silenciosa la desgrana.
Uno vive sumido en la tensa espera. El ruido puede más cuando se quiebra. De pronto entre el murmullo sigilosa. Llega voraz desborda su marea.
Agradezco que entre y me despierte. Su ronco acento modula mi delirio. No hay nadie a quién pedirle que pronuncie. Lo que la voz no dice por callada.
Me voy poniendo oscuro en el poema. No sé decir con voz la voz que ansío. Enamorado estoy del timbre claro. Me desnudo en oscura resonancia.
A la muerte quizás va si resisto. Uno vive la voz en la que calla. Lentas sílabas traen el silencio. Por el que ruego amor si no la venzo.
Entro. Salgo. La puerta. Las ventanas. La casa arde la voz de lo que temo. La palabra me esconde de la salida. No acierto oír lo que dices lo que aguarda.
Se acerca muda la sigo me abandona; La extrañeza que da no la que espero. Retengo del deseo su hilo trunco. Queda la última voz que no da aviso
Muchos he sido. Dejado. Vuelvo a ello. El trabajo las penas los enojos. Hay uno apenas que oigo no me habla. No sé quién es acaso ni conmigo.
Noche en vela gotea en el silencio. Va por el cuerpo incógnita se rompe. Se abre al corazón en su negrura. Pide al latido la lleve a la garganta.
Su rareza me envuelve a esta hora. En que la casa calla por discreta. Algo tiembla en mi voz que no me deja. Oír lo que me dice alguien afuera.
Me figuro que un día sin aviso. Será una voz quien
venga a reclamarme. Frágil embarcación de los que parten. Seguros de saber que nadie espera.
No sabré responderle si pregunta. Por mí que tanto
digo y poco acierto. Me cierra el paso un silencio que
no abarco. Hacia la oscura voz que me desnuda.
El doble
Callo de pronto cae me penetra. Conmigo aún sin mí
su sombra leve. El que murmura yo cuando le llamo.
Ebrio de aparecer solo discreto.
Si hablo responde. Su eco frío asiente. Es él al fin más hondo vivo atento. Va por mi nombre me sigue letra a letra. Hasta el punto final que me resuelve.
Lo retengo en mis manos tan oscuro. Hace lo suyo no quiere que le suelte. No se detiene a ver si me parezco. Espera que le siga si me pierdo.
Me angustia a veces no siempre me distrae. Nada quiere de mí libre me ignora. Da muestras de vivir sin requerirme. Si afirmo algo irónico desmiente.
Un instante tras otro va quedando. Un día en otro cae se deshace. La lenta sucesión de vivir juntos. Quién sabe si su tiempo en mí se aquiete.
A cada uno el suyo alguien confía. El que repite el ser roba el aliento. Al otro doy el mío que me libre. De tanta parquedad de la conciencia.
Si al fin pudiese justo retenerle. En la apariencia fija
que me dieron. Si supiera dejarle mientras paso. De mi ser a mi sangra sin sosiego.
Doy a otros el mío lo que tengo. Pero es él quien va de
mano en mano. Yo me quedo perplejo en el vacío. Mientras gasta la dote en que consisto.
Los otros se recrean de mis modos. Soy un extraño allí nadie se acuerda. Que uno es el que da lo que no tiene. Y otro quien oculta lo que queda.
Me resta reducir lo que me entrega. A lo que sé no digo por discreto. Que sea todo yo eso que hurta. Indiferente asiste a mi faena.
Quiero que venga en humo me disuelva. De mí se burla si pido que se quede. Estoy hecho de irme al otro lado. Donde no sé llegar ni contenerme.
Le acojo en mis maneras de estar vivo. Le pido me ilumine no me deje. Hay algo en que ser dos es preferible. A estar solo sin eco ni contienda.
Le propongo aprendamos lo que pide. El amar al vivir
que nadie enseña. A cada uno el otro que le asiste. El morir pide dos uno no enciende.
Se vive a solas se muere en compañía. De quién no sé. Acaso ni concuerde. Uno nace apartado de su doble. Entre las dos orillas se entretiene
Lo que no puedo hacer es detenerme. A riesgo de rodar sin asidero. Voy de una orilla a otra ruedo caigo. Lejos
de mí terrible paralela.
***
La oración Pido al polvo me asista a esta hora. En que no sé qué hacer. A quién confiarme. El cuerpo está cercado por la carne. La sangre en el latido se hace breve.
Las manos sigilosas le repiten. Sílabas oscurecen por discretas. Qué misterio se abre a ésta hora. En que no hallo razón ni pido aliento.
Voy cayendo en la espuma presurosa. Abro la mano la lluvia deletrea. Esta alegría honda en que repite.
El cielo en el agua clara mi espejismo
No sé por qué. No alcanzo a retenerlo. Menos aún saber si así se queda. La angustia en el vivir es sólo el eco. De las vagas promesas que me hizo.
Por dios me digo. Qué solo confundido. Abrí la puerta el frío vino entero. Llenó la casa de garras invisibles. Alguien al fondo con arte me ahuyentaba.
Pero nadie responde si le llamo. No siento nada adentro menos fuera. Sólo esta vana línea en que ardo. La frágil envoltura que me asedia.
Qué ansia del final desde el comienzo. El comienza en el fin círculo quieto. De un punto a otro ruedo me confundo. Si la mente no acepta lo que temo.
Hay vidas abundantes llenas llanas. Otras que de vivirlas ni suceden. En libros van quedando las labores. De quien suma el vivir en días huecos.
Me resisto a creer que no haya alguien. De uno y otro lado que responda. Por el que pueda verse confidente. Un rostro que se asome y nos dé aviso.
Quizás lo he visto en sueños parecido. Una dos veces de noche nos visita. Quien no fue destinado al que buscamos. El que en vano nos lleva hasta el espejo.
Imagino las voces tantas veces. Dispuestas a confiarme su secreto. Dichas quedaron repiten al oído. Lo que da gozo quita. Penas deja.
Fui feliz si es eso lo que esperan. Que reconozca acepte o asimile. Que no basta la pena al que asegura. El balance final se inclina al debe.
Si alguien viene a mí por lo que escribo. Pide que le repita lo que he visto. Lo que con tanto afán digo que digo. Que me decida al fin ser su testigo.
Soy el mismo imposible irremediable. Es por eso que solo me revuelvo. En la página amiga por callada. Que nadie leerá si es que me atrevo.
De punto en punto hacia nunca por mi senda. Sin un pequeño dios que me acompañe. La mano sigue fiel el lento trazo. Hacia el punto final en que me ausento.
Carlos Vásquez nació en Medellín, en 1953. Poeta, ensayista, traductor y profesor universitario. Realizó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Antioquia y en la Universidad Javeriana. Ha publicado los libros: Anónimos, 1990 y Eclipse de sol sobre Bataille, -Tesis sobre Bataille-, 1990; El jardín de la sonámbula, 1995, -segundo premio en el concurso de la Casa de Poesía «Fernando Mejía Mejía» de Manizales en 1993-; Sus poemas han sido incluidos en las antologías colectivas Poetas en abril y Disidencia de limbo. Por el libro El oscuro alimento, 1995, recibió el Primer Premio Latinoamericano de Poesía «Ciudad de Medellín» convocado por la Revista Prometeo en 1994. Ha traducido a varios poetas franceses, entre ellos Yves Bonnefoy.