Alfonso Fajardo (El Salvador)
Por: Alfonso Fajardo
Brillante
Y atribulado,
artificial
y hasta un poco sencillo,
guardás el polvo
de las monedas en tu bolsa;
tomás el microbús
y -sin recipiente para el asco-
aguantás
el vómito fosforescente de lo tragado;
tenés sexo
con la mujer de tus sueños
y luego ella misma te despierta;
fumás un cigarro
que no tiene marca
y respirás su azul olor en tus dedos;
caminás por la noche de la ciudad
y en ella te desvanecés
como la sombra en el agua de los ojos;
mandás al diablo al tiempo,
escupís con desprecio el rostro del santo,
maldecís a tu familia,
mordés la mano de tus amigos,
matás al perro de tu vecino,
orinás en la iglesia,
golpeás a las ancianas,
matás a tu papá,
a tu mamá, a tus hermanos;
matás y matás dulcemente
y luego te sentás a ver la televisión,
te preparás una deliciosa tasa de café,
te dormís
y soñás con los angelitos
hasta el nuevo
brillante día que viene.
Marzo y 14 de 2001.
Coronación amante
Como un Nonualco que se corona
entre pavesas de piedra virgen
como un poeta que se adhiere
al abono de luz del calcio
así me yergo ante los pezones verdes
trepidando en antiguas brasas
hasta sangrar de alba mis pasos
Respiro una bruma indescifrable
de astillas y pétalos
su cuerpo moldeable
por los fríos puñales del tiempo
Voy rumiando nuevas alas
tatuadas a la tierra recién reciclada
de tantos recuerdos innombrables
y tanta de llama de odio prendida en éxtasis
Existo en una percepción
donde palpo abismos y negros
y rostros amantes de un estigma
que es el mismo
para todas las voces del pájaro embriagado
de acuerdos rosa y sombreros inéditos
Soy porque digo sal
a cada herida heredada que hoy me corroe el zurdo corazón
Pero no bebo los licores de las banderas
no doy mi canto fúnebre al porcino
ni al cuervo mi diaria muerte
Hoy sólo beatifico toda la sangre
que bulle en mi ventana
porque como el caudillo
hoy me corono de tierra y nada más
Psicografía
Valproato y Fenobarbital. Botella al mar. Bestiario. Iglesia ensangrentada. Tengo sed. Todos los días, la bestia amarilla, se yergue sobre mis hombros. Abandonado, podrido veintiséis veces, el reloj de gelatina, caminas las empedradas escaleras, sus oscuros y dañados espejos. Pantera, la fútil imagen, se desliza frente a mi ventana. Y la ventana, sometida a una lluvia de ceniza escarlata, reducida al último rincón de la casa en ruinas, mira bailar al mundo exangüe. Todo estéril. El vicio con que me engaño, la mujer con que me lavo, la palabra con que me masturbo. ¡Ah mártir de mí mismo!, ¡despreciable niño sarnoso con alma de perro!.
Vano el zapato, el asqueroso tambor. El aire, inyectado de crápulas, navega inmune en mis venas. Pentagrama podrido en el cielo. Estructura, adónde tus zonas erógenas, tus cosquillas pederastas. El tiempo cose su musgo en mi mirada, las calles me maldicen y el poro, el único poro adecuado para mi negra sed, corre hacia lo seguro, a lo común y corriente. Toda pintura, pese a sus fugas de nácar, perecedera. Hombre, sinónimo de muerte. Muerte, espina dorsal del mundo. Mundo, pozo plétora de hombres. Jaurías, asambleas de decapitaciones, cuerdas flojas, aquelarres de payasos, llameantes palabras de sombras, sed de otro mar, flores asesinas y orgásmicos espirales de prolongada sangre. Las veintisiete noches de la noche, en el monólogo de la polvosa y abandonada ventana, han fundado su pequeño, mutante y solitario gusano. Infierno, todos te rodeamos. Miro al mundo, y si horizonte me evade; pregunto a los astros, y guano obtengo. ¿Qué quiere, entonces, la drogadicta pintura de mí?. ¿Que licencioso una vida camine, que eternamente espere la cicatriz de mis sueños, que le sea fiel al perro que muerde mi mano que me identifique con las palabras de mi verdugo, que entierre mis demonios, que vomite mis preguntas y que entre el dulce veneno de la mediocridad y el aletargamiento más hereje- amanezca verde fosforescente frente a la basura del tiempo?. ¡Ah, si la vida tan sólo fuera eso!. Dejadme en paz, cobarde, corrupto dedo acusador. ¡Que todos mueran a mi costado!. Que dios se vaya al diablo, que mis amigos ardan en la lepra del odio, que la esperanza se desgarre las vestiduras de lo imposible y que todos, a la mierda, enfilen su hambre. ¡Dejadme en paz, corrupto, usurero mundo inexistente!. El cáncer del tiempo ha crecido en mis venas. Con todos y conmigo estoy en paz, y mi paz es un azaroso, bello infierno.
El hombre que cruza su segundo
Maldito disfraz. El que permanece en la célula.
Aquí, entre la lluvia de la mierda y los pájaros escarlatas,
un prestidigitador de epitafios en el mínimo país de los sueños.
Me consume, en efecto, esta hambre literal de horizonte que hunde mis ventanas.
El hombre, al mundo, para engañar y ser engañado ha nacido,
es decir, para orgasmos y horas administrativas. Tiene que existir, entonces, otro sol:
uno que, plétora de agua, no queme, carbonice y ahogue, como lo hace el ojo pervertido del sin rostro,
a sus hijos bastardos amantes de la miseria.
Tiene que existir –escupo hacia arriba sin que me caiga en la cara- un astro con más intestinos,
arterias y ventrículos que el perro de mi vecino.
¡Ah mi negra esperma derramándose en los muslos del silencio!
El hambre del hombre, sin mayores profecías que el tiempo,
es el que posee siete cabezas con siete gritos fosforescentes.
Me cansa ensimismarme en el vómito de mi fiebre,
castrarme el alma con los vidrios afilados del espejo roto e inmolarme,
como lo hace el insecto cuando que la púrpura lámpara atrae,
en la luz artificial de la locura. Maldito puente.
Maldito puente. El que, tatuado y relleno de tierra, va del polvo al polvo.
A veces, cuando la noche entra a mi casa, un incendio de grandes proporciones se apodera de sus luces:
ahí sus quemados fusibles, sus sangrientas ventanas, sus erosionados jardines, sus patios ensombrecidos,
sus cielos falsos negros, adormecidos y embotados. Entre una y otra orilla, un parpadeo.
Entre la casa y el sol, un puente. Y tú, lector de espejismos,
estás en esa blanca sala de espera atiborrada de juguetes, sexo y oraciones.
Estás tirando a la basura tus sonrisas, desperdiciando –mientras la nada llamea en las calles-
el parpadeo que el puente utiliza mientras, bajo sus podridas maderas,
corre el agua nocturna con todas sus imágenes. Tiene que existir entonces, otro estadio,
otra naturaleza dispuesta a tragarnos y, en su bello infierno de despojos, llevarnos a su útero de nubes,
a sus dunas de miel. Tengo que masticar este segundo. Mientras tanto,
con todas las posibilidades de la imaginación, del buen humor y la locura, voy consumiendo,
quemando mis signos vitales, mis fusibles. Y vestido de extranjero cruzo el mundo,
y extranjero y mundo soy yo. Maldito disfraz. Maldito puente.
Laberinto
Parto del tiempo, a sus pies me debo.
Bajo el azul de la noche mi palabra pretende
ser neón de algún paraíso furtivo.
La ciudad lanza su violento oleaje de lenta sangre,
su corazón es el templo donde se averigua lo prohibido,
y yo, caminando estas calles de sombras eternas,
le doy paso a las cuerdas de la tristeza hasta que mis ojos,
cansados de vida y no de tiempo, reflejan
el idioma universal de la locura y los diálogos del espiral.
Mi vida es un cigarro expirando
en los salones oscuros del hambre.
¿Dónde el calor de los caminos?,
¿el fuego de los ancestros?,
¿las coronas de espinas?.
Debo confesar la historia de los mares,
sus aguas que asfixian las islas del pecho, debo comentar.
Esta calle me llama la atención, me llama
por mi nombre y me invita a su vientre de luces,
sus focos rojos me recuerdan la belleza del peligro
al que me lanzo. Letras, palabras, códigos parpadeantes
donde se aprende la semiótica del delirio.
Árboles de la fosforescencia, de frutos de fuego atiborrado,
rápidos peces bajo la ebriedad de las flores,
fuentes de la desmesura de la eternidad,
capiteles macilentos donde duerme el orín,
laberintos, hermosos laberintos
donde aprendí a perderme
sin más luz que la anarquía.
Alfonso Fajardo nació en San Salvador, El Salvador, en 1975. Poeta y crítico literario, es miembro fundador del Taller Literario TALEGA. Libros publicados: Novísima Antología, Mazatli, 1999; La Danza de los Días, Editorial Lis, 2001; y Los Fusibles Fosforescentes, Editorial Cultura, Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, 2002. Ha publicado artículos y textos en Suplementos Culturales y Revistas Literarias y participado en congresos y encuentros poéticos en Centroamérica. Ha publicado sus poemas en: Antología de una Década, 1985-1995, recopilación de los ganadores de los Juegos Florales Salvadoreños, Zacatecoluca, CONCULTURA, 1997; Juego Infinito, plaquette antológica del Taller Literario TALEGA, CONCULTURA, 1999; Alba de Otro Milenio, Antología de Poetas Jóvenes de El Salvador, CONCULTURA, 2000; y Diccionario de Autores Salvadoreños, compilado por Carlos Cañas Dinarte, 2003.