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Julián Malatesta (Colombia)

Por: Julián Malatesta

 

Todos los reyes tiemblan

Hace varios siglos viví la deshonra de ver envejecidas a mis concubinas. Mientras paulatinamente perdía el cabello y mis brazos antes robustecidos para la lucha flaqueaban tratando de sostener mi cuerpo junto a las columnas del palacio, mis nobles ancianas alegraban el desayuno con conversaciones antiguas y sus débiles palabras rasgaban el aire con la misma sonoridad con que las excesivas sedas que cubrían sus cuerpos rozaban los muebles y los utensilios de cocina. No sé en que momento un monarca adiestrado en los placeres vive la desdicha de no reconocer en el curso de los años cual es la favorita de sus mujeres. Mis féminas todas se habían igualado en el uso de la cordialidad y eran objeto de mis calculadas atenciones; aunque debo decir que yo había llegado a esa etapa de los días donde el descuido parece ser un síntoma de sabiduría; pero mis concubinas, que habían seguido mi rastro desde joven, atendían con presteza mis caprichos en ese extraño juego con el que los hombres ya sin fuerzas regresamos perversamente a la infancia.

La creencia en la mortalidad tiende un velo en los ojos y nos oculta la cruda verdad del destino que hemos edificado. El futuro es una fortuna de la que sólo pueden gozar los dioses; nosotros simples mortales asistimos a una taimada prolongación del pasado. Quien iba a creer que en este siglo, aturdido por las veloces máquinas y agobiado por la algarabía del mercado y los centros comerciales donde con toda clase de afeites y mixturas se aplaza la edad de los cuerpos, iba yo a encontrar a mis antiguas mujeres, ejerciendo el simulacro de la libertad, envejeciendo en camas ajenas, con amantes perpetuos o efímeros asaltantes de sus lechos, orgullosas de haber perdido sus carnes en las amatorias faenas y con el olvido del donaire de nobles que lucieran en mi reino. Hoy las he visto pasar sin los modales propios de la corte, ufanas en su descenso, gritando en la calle sus triunfos de casa, mientras yo parado en una esquina vuelvo a sentir como flaquean mis brazos y percibo por la vía de la debilidad el giro vertiginoso de la tierra. Mis amigas atienden con cuidado estos extraños mareos y dicen para darme fuerzas de asumir mi pasado:
No te preocupes, todos los reyes tiemblan.

 

Malas artes

Cada vez que te espero
En la esquina donde lava su cabello la lluvia,
En el hangar donde el viejo sol guarda su aeroplano en la tarde,
En el terminal de transporte terrestre
Donde rezongan los motores con un lejano aire de búfalos
Y hay un viento de petróleo con memoria de viaje,
O en la taberna de los jubilados
Donde se pavonea la noche con tacones de tango
Y fintas de milonga.

Cada vez que te espero
Suelo enfrentarme a ladrones y a rufianes
que pueden prenderte en el camino,
Que anhelan asaltar tu coche
Y robarme en el mismo sitio del milagro tu cuerpo.
Tu cuerpo que acaricio con manos de artista primitivo,
Materia de raíces y minerales
Donde dejo mi huella rupestre
Para cuando llegue el día en que no haya luz en mis ojos
Guiarme palpando en tu piel
Mi antiguo recorrido en la caverna.

Hoy he descubierto que los facinerosos
Han logrado invadir mi territorio,
Conviven conmigo, consumen mis alimentos,
Dialogan de asuntos delictivos, perturban la noche,
Y yo no cierro los ojos, aún no son mis confidentes.
Me poseen las malas artes de mis enemigos,
Ahora que te espero, no sé si pueda vencerlos,
Antes de que tú adivines mi miedo.

 


Julián Malatesta nació en Miranda, Cauca, en 1955. Poeta, actor, director de teatro y Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle, donde es profesor titular de la Escuela de Estudios Literarios. Obra publicada: Hojas de Trébol (Haikúes, 1985); Alguien Habita la Memoria (1995); Los Pensadores Vallecaucanos (1995); Poética del Desastre (2000); La cárcel de Babel (2002). En el 2.001 participa en el Segundo Congreso de Poesía en Lengua Española, desde la perspectiva del siglo XXI, convocado por el Instituto Caro y Cuervo y que se realizó en la ciudad de Bogotá.

Última actualización: 22/06/2021