Miodrag Pavlovic
Miodrag Pavlovic
EPITAFIO DEL ANTIGUO POETA ESLAVO
En esta nueva fe
me llamaban apóstata y enemigo
por nuestras viejas canciones.
Como hierba salvaje
arrancaban las viejas rapsodias
para arraigar la iglesia
y me odiaban.
Agonicé en la miseria,
en la oscuridad fui sepultado,
como mago me sueñan,
¡pero no me alzaré de mi tumba!
Ni ahora cuando me despiertan.
¿Es el último juicio o qué?
A través de mis orejas roídas me gritan:
¡Levántate infiel y junta tus huesos!
Dónde encontrarlos, pregunto yo,
¿es fácil, acaso, recordar la forma corpórea
en el ruido que destruye los meandros de mi cráneo?
¡Apartad vuestras trompetas, ángeles,
no piséis mi túmulo con vuestras espuelas
soldados celestiales!
Quedo donde estoy
en la tierra de mi lengua,
no quiero que me juzguen vuestros concilios,
ni me arrojen bajo el celeste
a la fría mejilla de la eternidad.
Que los otros comparezcan ante Dios,
mi hoyo es para mí bueno,
la tierra es como un vellón
y los huesos secretamente con el cantar fecundan.
CORO DE PERROS EN CNOSSOS
Junto a los muros ladraban y ululaban
los hombres como perros furiosos
y éramos cómplices, con la voz,
de aquellos que habían desembarcado.
En el caos cesó el cierre de puertas,
nos cazábamos en los lechos reales,
lamíamos los cuernos de los toros
mientras las serpientes colgaban
en las trancas de las puertas.
Nada teníamos que perder.
Sólo aguardábamos ser conquistados,
no fueran a comernos nuestros dueños.
Golpearon los dorios a la puerta
en el trono vieron a uno de nosotros
y quedaron mudos de estupor.
Su hocico era largo
pues la sombra le caía sobre el rostro.
Pillaron, pero no nos dieron carne,
y buscamos las grandes libertades
y sólo recibimos el cadáver del rey
como burla.
¿Lo devoraríamos?
¿Por qué no
si estuvimos sentados en su trono?
Su carne era fibrosa como un cinto
y su hígado nudoso.
Llevando cadenas llegaron después por nosotros
y nos arrojaron al fresco
para que ladráramos a la luna,
y las serpientes lo pasaron aún peor:
las asaron y deglutieron.
Nosotros estábamos esperanzados
en una vida mejor
con nuestros nuevos dueños.
LA CAZA
Llevé a mi hermano a cazar
en la aurora por los montes,
teníamos buenos caballos
y flechas de pedernal,
el bosque lleno de presas.
Mi callado hermano
entendía el lenguaje de las bestias
los lobos nos hablaban de hermandad,
los osos sobre la justicia,
en el jabalí la voz de los bisabuelos
y en los pájaros la de hermanas
pobres, solteras o jamás nacidas.
Jornadas enteras cazamos
para hallar la verdadera bestia.
Así volvimos a la aldea
con las manos vacías y hambrientos.
Se burlaban de nosotros los aldeanos,
nuestras mujeres infieles nos abandonaron
y llevaron consigo la riqueza,
ante el monasterio los mendigos
no nos dejaban albergarnos y alimentarnos.
Sólo los caballos nos conducían fieles
hacia la gran lejanía
y los pájaros volaban sobre nosotros
despejando las nubes.
COMIENZO DE LA CANCIÓN
Una mujer atravesó conmigo el río
bajo la niebla y el plenilunio
atravesó junto a mí el río
pero no sé quién es.
Fuimos al monte.
Tenía el pelo largo y rubio
y en su caminar las caderas se acercaban.
Abandonamos leyes y parientes,
olvidamos el olor del mantel familiar,
nos abrazamos inesperadamente
pero no sé quién es.
No volveremos a los techos de la ciudad,
en la altiplanicie vivimos entre estrellas,
los soldados no nos encontrarán,
ni las águilas,
un gigante bajará hasta nosotros
y la amará
mientras yo cace jabalíes.
Y en otras canciones
contarán nuestros hijos
el comienzo de esta tribu
reverenciando a fugitivos y dioses
que atravesaron el río.
Traducción Juan Octavio Prenz