Dimitris Houliarakis, Grecia
Por:
Dimitris Houliarakis
Traductor:
desde el inglés de Rafael Patiño para Prometeo
La conducta de la boca
Boca no mires entre la oscuridad
Que gruñe y se abre delante de ti
Boca no enloquezcas en las cumbres
No hagas muescas en tu lengua con cuchilla de rasurar
Boca no escupas tus dientes
No cierres no abras
Pronuncia tu muerta sangre
Pegada a tu paladar.
La caja negra
Quién encontrará la caja negra de nuestras vidas
entre el desdichado escombro humeante
quién la levantará moviéndola afuera suavemente y luego
quién hurgará entre ella solemnemente
para analizar las causas de nuestra tragedia
Empero aun si ello se lleva a cabo cuál es el beneficio
puesto que lo que se sabía que sería llegó a ser
puesto que pálidos buscamos los destrozados
mosaicos de nuestra juventud
y ahora conocemos a nadie
y ahora pedimos nada.
Sí mejor que la caja negra
de nuestras vidas nunca sea encontrada
mejor que se descomponga lejos en algún lado en los campos
mientras en torno la silenciosa hierba prolifera
hasta que se halle bien cubierta
y todo lo que quede sea un
montículo en el suelo.
El estilo de los kamikaze
Ahora que se sume en el peligro nuestra tierra,
qué más noble qué más auténtico,
para todos que seguir
el heroico ejemplo
de esos remotos admirables kamikaze.
así que levántense no lloren y besen
a sus reverenciados y queridos padres
envuelvan alrededor de su cabeza la brillante banda blanca
sigan adelante y tomen sus asientos
en el fuselaje de los aeroplanos
donde sus ojos adviertan el fulgor del estallido del fuego
que purifica.
Cirios de niños
Enciende los cirios de los niños una vez más
con tus cintillas amarradas en torno
enciéndelos y que brillen sobre el polvoriento
baldío e inclinen de cerca sobre el cuerpo
animados cirios que sostuvimos una vez
enciéndelos y que nos entibien un poco
se tú escolta de la fría tierra
de la sombra y la piedra.
Si sólo pudiéramos despertar súbitamente
y que allí en la oscuridad
los cirios quemaran y chorrearan
su cera sobre sonrosadas manos
y nosotros niños con total devoción
en el templo con ojos asombrados
de pie estuviéramos, y mirando adelante esperaríamos.
El vals de los telegrafistas
Con sus cuellos vueltos hasta las orejas
Los telegrafistas prosiguen a través de la neblina
Remotos y amontonados cenan en las estaciones
Y de qué modo aman el boxeo y las carreras.
De noche se apresuran
A los salones de baile de los clubes
Por parejas danzan vals y fox trot
Luego salen en busca de un cigarrillo.
Y cuando encienden el fósforo un segundo
Algo notan una escena
De una pretérita vida olvidada
Sobre el muelle de las relaciones lastimosas
Sus propios cadáveres
Los besan en la frente.
Y entonces sus formas se esfuman
Una vez más en la penumbra.
Superga espera
Perdidos están los jugadores de fútbol
De nuestros años juveniles
Perdidos para la indiferencia general
Ellos van a reunirse con sus amigos quienes
Esperan en Superga
Perdidos estos Ícaros en sus aeroplanos
-apenas por un segundo antes del estrellón
la confusión en sus rostros-
Perdidos nuestros amigos nuestros parientes
Izaron velas hacia secretos mares
Estamos perdidos ay de mí y silentes
No nos olvidamos de los radiantes
Días felices que fueron nuestros
Y lloramos. (1)
1 La colina de Superga está cerca de Turín. En la tarde del 4 de mayo de 1949, entre niebla cerrada, un avión Fiat G-212 que traía el equipo de fútbol de la ciudad, de un encuentro amistoso en Lisboa golpeó la cúspide de la Basílica de Superga y se estrelló, con el resultado de que los treinta y un pasajeros perdieron la vida.
Teme la edad de treinta
Le temo a mi mano mi pobre mano
Que ha jugueteado con un arma por meses ahora
Temo el lazo de la cortina
Incluso el gabinete que se abre silencioso
Pero más que todo le temo al lobo
Que se esconde oscuramente
De noche en mis ojos
Sus garras raspan incesantemente
El cascarón de nuez de mi cerebro
En vano trato de emborracharlo
Con ginebra y vodka
En el banco el bar el cine
El sulfuro de su aliento
Quema mi rostro
Tomo un taxi a casa para esconderme
Y en la media luz fantasmalmente pálida
Veo el detestable hocico
Pintado con sarcasmo
En el espejo del conductor.
A un retrato de El Faiyum
Amado rostro, me miras con miradas difuntas hace tiempo
Tu negro cabello bastante descolorido
Entre la arena tus labios están fríos
Tus mejillas sonrosadas son ahora de un blanco funerario.
Amado rostro quién podrás ser tú
Cuál tu decadencia qué aflicciones te derrumbaron
Cuáles cuerpos saborearon el deleite de tu caricia.
Acariciado rostro nada tengo para ti
Sino tiernas palabras; te me asemejas
Tú solitario en este frío mausoleo de museo
Yo así mismo solitario en el desierto del mundo.
Los templos de la noche
En los templos de la noche
Los años que ya se fueron algunas veces se encienden
Entre las amontonadas bancas vacías
Las figuras de sombras familiares
Los campos crujen y se esfuman
Y el epitafio del recuerdo reviste de blanco
El cuerpo que consintió cantar
Vacías palabras en la oscuridad.
A la entrada del santuario
En el altar entre el despedazado domo
Todo lo que amamos enciende a veces
Cirios desprende perfumes soporíferos y entonces
Nos transporta a su hermosa soledad
Su transluciente serenidad interior.
Dimitris Houliarakis nació en Atenas, Grecia, el 13 de abril de 1957. Estudió en Varsovia y en Lodz. Ha publicado cinco libros de poesía: Pent-up Life (Vida confinada), el más reciente, en 2002. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, castellano, sueco, húngaro y esloveno. Ha traducido a W. B. Yeats, James Joyce, W. H. Auden, Eugene O´Neill, Rudyard Kipling, Bruno Schultz, Wislawa Szymborska, Tadeusz Rozewicz, Zbigniew Herbert, Marek Hlasko, Adan Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Cyprian Kamil Norwid, Jellaledin Rumi, Gunnar Ekelof, Yevgueni Yevstuchenko, Tadeus Micinski, Jan Kochanowski, entre otros. Editor del Suplemento Literario del periódico To Vima. Recibió el Premio de Poesía Diavazo, 2003. Es miembro de la Sociedad Helénica de Autores.