Abdellatif Laâbi, Marruecos
Por:
Abdellatif Laâbi
Traductor:
Rafael Patiño
Dos horas en tren
En dos horas de tren
Repaso el film de mi vida
Dos minutos por año en promedio
Media hora para la infancia
otra más para la prisión
El amor, los libros, la errancia
se reparten el resto
La mano de mi compañera
se funde poco a poco en la mía
y su cabeza sobre mi hombro
es tan ligera como una paloma
A nuestra llegada
yo tendré la cincuentena
y me restará cerca de una hora
por vivir
Ojo junio 67
Fragmento
Y la memoria crece. Noche de los hombres. Noche de la palabra.
Los sueños abortados. Los libros mudos. Los rostros amarillos.
El viento no se levantará más de este eclipse.
Muerte la muerte
Muerte de nosotros
Nuestro dios también ha muerto
De epidemia mecánica
La tierra una ratonera
Trampas infestadas acechando nuestra marcha
Del fondo de un continente huye
La voz desentierra Sus pompas de desamparo
Muerte la muerte
Nuestro exilio de ser
Una hornacina de efluvios reúne el continente. El ejército de las esfinges galopa horizontes tallados. El himno nos llega. Desgarrante de exactitud. Alcanzándonos a ras del cuerpo, trastornando nuestra estatura. Las esfinges no hablan. Pero es como si un vigor las hubiera penetrado desde que nuestros ojos se han abierto a la escalada del siglo. Piafando desde el interior, los ojos de piedra hinchados de impaciencia por nuestra imaginación intempestiva.
Muerte la muerte
Una raza engullida
Entre un magma intacto
Para retomar En el diapasón del himno
¿Pero quién nos escuchará? ¿Quién reconocerá entre nuestras letanías incandescentes la palabra desgarrada de los justos?
Y nuestros pueblos somnolientos, curvados en la periferia de la cólera. Umbrales reenviados a las calendas.
Nuestros brazos vacíos. Nuestros dientes rotos. Nuestros arranques cortados de raíz.
Nuestros pueblos, hormigueros de la insolación. Trogloditas del zinc y del adobe. Nuestras cabezas negras, nuestros pies abreviados, nuestros sofocantes alientos. Cicatrices de brazaletes y de limosnas.
¿Quién saludará entre nuestro reptar recluso la marcha desgarrante de los justos?
Nuestro himno, diluido entre la refriega de la grisalla. Pueblos enterrados entre la angustia del agua y del pan.
No somos una voz todavía. Apenas un clamor.
No un nombre todavía. Un malentendido.
Y todos los idiomas nos estigmatizan con clichés funestos.
Muerte la muerte
Muerte de nosotros
Nuestros pueblos medrando entre las bacinillas. Ataviados con remoquetes.
Nosotros somos apenas un sarcasmo.
En la encrucijada de los pueblos, brújulas reacias trafican nuestro avance.
Despiertos. Encerrándonos por todas partes, el precipicio de la ausencia. El itinerario de narcóticos.
¿Quién reconocerá en el carácter inaudito de nuestras glotis la palabra desgarrante de los justos?
Desierto tu sofocación. Desierto tu tragedia eclipsando aquella de los dioses. Tragedia de un cadáver y de una memoria. Desierto tu frío árido en nuestros tumores. Tempestad inconmensurable del desierto que se debate entre la depresión boquiabierta de nuestras jetas.
¿Cuál siglo agobiamos con nuestros pisoteos? ¿Y cuál planeta?
Nosotros nos tanteamos. Nos verificamos. ¿Nos exclamamos, poseemos lenguas, una cara, pulmones, una carne arrancada de la sangre?
Nosotros nos tanteamos. Nosotros nos miramos. ¿Poseemos dedos, un cerebro, huesos, clavículas a través de la espalda? ¿Cuáles taras? Nuestro catastrófico sexo. Nuestras cuerdas inaudibles.
Inutilizables.
Y éste es el himno que nos enlaza, nos disemina sobre los trazados de los campamentos, la ruta del oro, la geografía del agua, las pasarelas sobre mares y océanos.
En las heces del marasmo, nuestra terrible respiración. El soplo lejano de nuestros recorridos.
¿Pero de dónde viene esta fuerza de lirismo?
La flauta parte de nuevo. Los corazones deslíen negro. Se dilatan. Se dilatan. La diarrea nos prende otra vez. Secamos nuestras lágrimas. Crecemos. Invertimos las fronteras, las armas, los basureros.
Nuestro cadáver ya no tiene límites.
En vano emigro yo
En vano emigro
En cada ciudad veo el mismo café
Y me resigno a la faz cerrada del camarero
Las risas de mis vecinos de mesa
Troquelan la música de la noche
Una mujer pasa por última vez
En vano emigro
Y me aseguro de mi alejamiento
En cada cielo torno a encontrar una creciente lunar
Y el silencio testarudo de las estrellas
Cuando duermo
Hablo una mezcla de lenguas
Y de gritos de animales
En la alcoba donde nací
En vano emigro
El secreto de los pájaros me evade
Como aquel de este imán
Que enloquece en cada etapa
Mi valija
Abdellatif Laâbi nació en Fès, Marruecos, en 1942. Poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, antologista y traductor del árabe al francés de destacados autores, entre ellos Mahmud Darwish y Abdelwahab al-Bayati.
Por sus firmes creencias políticas contra la opresión, estuvo prisionero por ocho años y medio en su país, por el “delito de opinión”, sus escritos en contra del régimen de Hassan II le llevaron a la cárcel varias veces entre 1972 y 1980. Actualmente vive en el exilio en Francia.
Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Le Règne de barbarie (El reino de la barbarie), Seuil, Paris, 1980; La Table rase, Paris, 1980; Histoire des sept crucifiés de l´espoir (Historia de los siete crucificados de la esperanza), 1980; Sous le bâillon le poème (Bajo la mordaza el poema), L´Harmattan, Paris, 1981; Discours sur la colline arabe (Discurso sobre la colina árabe), L´Harmattan, 1985; Tous les déchirements (Todos los desgarramientos), Messidor, Paris, 1990; Le soleil se meurt (El sol se muere), 1992; La Différence, Paris, 1993; L´Etreinte du monde (El abrazo del mundo), 1993; Poemas perecederos, 2000; Los frutos del cuerpo, 2003; Escribe la vida, 2005; Mi querido doble, 2007; Le Spleen de Casablanca (El Spleen de Casablanca), La Différence, 1996.
En 1966 fundó la revista Souffles (Alientos), ampliamente representativa de la cultura magrebí. También fundó las Ediciones Atlantes, en compañía de otros poetas marroquíes. Pertenece a la Academia Mallarmé. Con Abraham Serfaty, fundó la Asociación de Investigación Cultural.