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Aly Pérez (Venezuela)

Fotografía tomada de la web Ailatan

Por: Aly Pérez

Canción lejana

Pasa por mi corazón
la vieja casa materna
cubiertas de malangas
y matices vino tinto
de sus desaparecidos almendrones.
Un olor a granos cocidos
se pierde más allá de la cocina y del peltre azul cobalto
de las ollas y cafetera
la casa de mi madre
es un pájaro
que canta en su nido de helechos
a la sal de los alimentos
la concordia y los olores.
Pequeño hogar
que ahora pasas por mi corazón
silbando trinos lejanos
sólo mi perro blanco
lo entiende.
Madre recorro la casa
pero no la veo
de día un humo gris
tuerce las calles
de noche nubes negras
cubren la luna
al amanecer
ya no está
el cerro de la cruz
todo el piedemonte
es una horrible cortina
de latón y aluminio
derritiendo el verde quemado
que las clama en la distancia.
Madre
ya no está la montaña
se ha perdido como mi perro
junto aquel cachorro de venado
tal real como estas colinas
que me mostraste
a mis cinco siete
u ocho años

  ¿Recuerdas madre recuerdas?

 

 

Jardín oculto

-Fragmento-

Permanecemos tras la calma de la página
en la quietud del amanecer
o del atardecer en el jardín
fluido microcosmos vegetal
en él se confunden
hojas blancas con ocres brillantes
se abren a la levedad del negro invernal
almendronadas y amarillas guardan
secretos de los discursos epicúreos.

Los brotes escarban la calma
en el ojo y el pico de perico
el amargo rito del tejido vascular
se derrama sobre pupilas
que exploran verdes penumbras
alrededor de una mesa de madera.

En la voz arcillosa del jardín
Horacio plantó sus odas
pétalos armónicos
que protegen la herencia de la palabra
ante invasiones de malezas negras
apestadas de miserias.
En sus callejones verbales
crecen berberías capachos crotos
lenguas de helechos atraviesan
el ulular del verano

plumas de perdices levitas
en el vacío del aire.
El grito de las isoras se alarga
como una composición de Jackson Pollock
pudriéndose en matices ocres
y quebradizas melodías
que nadie ve o escucha
cuando la luz agujerea
la gestualidad del chorreado
armando y desarmado tallos
nervaduras florestas pistilos
estambres y polen
se enroscan en las lombrices de tierra.
En la inclemente realidad de la memoria
florece aquella rosa de Mesopotamia
que soñó Georges Schehadé
en el jardín oculto
de un trozo del país
donde la angustia no fuera un muro de guerras
sino un camino de infinita paz
en el que se entrega
la rosa del poema
al desaliento de la distancia.

Cuántas veces Tibisay
recorren los jardines del mundo
el primer día del solsticio invernal
a recoger caléndulas flor escondida
acaricias el estremecimiento de las espinas
con la flor del ceibo en la palabra
quedas como Dafne convertida en laurel por la mirada de Apolo
dios solar que detiene la mañana
para encontrarnos con Esculapio
Higia Minerva y Paracelso
quienes enlazan el viento de los campos
a herbolarios medicinales
que curan el vuelo de las palomas
símbolos del espíritu santo
por llevar en sus picos ramas de laurel
que sanan al planeta del cáncer
haciendo sonreír los ácidos celestes

 

CARTA AL CAFÉ AYACUCHO

 

El café Ayacucho fue
una fábrica  de ocultamientos
donde siempre se dijo la verdad.
Años atrás la tarde entera
esperaba que se abriesen sus puertas
para que entrara
el bullicio de la plaza
con su infatigable intercambio de palabras.

Vuelvo a ese lugar
tal vez atraído por el sopor de la memoria
pero allí no está el lugar
todo el café se ha ido,
sus pequeñas mesas
el espejo en la pared
donde las mujeres se pintaban los labios
deteniéndolos en su fondo azogado
y tantos otros clientes
son ahora fantasmas
de días desvencijados.

También se fue el Cine Ayacucho
con su silbato llamando
a función de las 7:15 pm.
para ver a Buñuel o Fellini
y al igual que el café
se volvió local deleznable
venta de loterías y desperdicios
que trata de sobrevirvir al tiempo
e igualmente nos expulsa
a nosotros de sí mismo.

Desde sus puertas
aún respiran los árboles de la plaza
la estatua de Miranda
es un nidal de excrementos
visitada por palomas
y por la mirada indiscreta
de la autoridad municipal.
Llega la imagen de aquella mujer
vestida de medias lunas
que todas las tardes
se tomaba un café
 y luego su mirada se perdía
en las alas abiertas de un pájaro
que cruzaba la limpieza de este cielo.

Estar de nuevo en este lugar
es desilusionarse
en fronteras de la distancia
es recoger las cuatro esquinas
de la plaza Miranda
como un viejo pañuelo sucio
que luego doblamos en un bolsillo del alma
donde también guardamos
esa música de calesita
abriendo vértigos en el vuelo del recuerdo.

A un costado del café Ayacucho
se  sigue licuando la vainilla
con el anís acanelado de la heladería
junto a la música de las cañafístolas
y el blues rabioso de Janis Joplin.

En la barra leía poemas con un amigo
un  viejo vago asiduo visitante
me hablaba  de Teócrito y sus bucólicas.
Yo le hablaba de Cavafis
De la destrucción de las ciudades
Llegamos un día a esta conclusión:
“definitivamente estamos enfermos de miserias”.
Tal vez en este café
comencé a preocuparme
por el árbol  de la vida
y por los árboles del mundo
al deshojar
sus aguaceros de palabras
en lentos oleajes de nostalgia
y el verde umbroso
que talla la piel de las vocales.

Siento aquellas voces atardecidas
en el aroma del Café Ayacucho
su hervor permanente
vive en el ojo del reposo
al lado de la vieja máquina Gaggia
en sus tazas de porcelana
de esta luz que se recuesta
en lo que ve
y se desplaza lenta
entre sombras sonámbulas
porque lo demás son palabras
que atraviesan este lugar
donde hubo dos o tres mesas
llenas de hospitalidad.

 

De “Rumor de Alameda”
Inédito

 

NOCHE INCINERADA

 

Cae la noche
como  un extraño crucifijo de sombras
sobre montes que corren
hacia vertientes y quebradas.

una luz  ambarina
se funde en lo oscuro
los cerros arden
en bordes anochecidos
el fuego se alza delirante
por pajonales secos.

Crepita y aúlla
Como un gallo negro
En el reñidero
Con su inmensa cresta roja incendiada
Sobre redondeles de ceniza.

Gira la Tierra
en  su noche
sobre el secreto canto de la muerte.

Los cerros
territorios sin rostro
ahora campo santo
donde árboles viejos
son chamizales humeantes
o atalayas desvaídas
en lejanías que se alargan
por cimas de montañas.
soplan por laderas
sombras de hojas quemadas
y el brutal canto del gallo
vuelve con su vagido de fuego
hasta incinerar la luna menguante.

La noche
envuelta en pañuelos de humo
y ascuas encendidas
durante el solsticio de verano
es una pesadilla calcinada
bajo esta región de nubes
que se hace llameante sopor
moviendo cortinas de helechos
frente al escaldado silencio
de vientos idos.

 

PREDICADOR

 

Soy claramente
el  pan y el agua de estas páginas
ese sonido de luz paralela
donde la palabra
es plena presencia
del sudario del verano

Soy el cedro arqueado
que sostiene esta escritura
el que habla en silencio con Francisco de Asís
al escuchar el crujido
de sus ropas rasgadas en los montes
y lava en lluvia
las hojas del trueno

Soy paisaje y fracaso
vida  abierta
a estas palabras
que predico
a prueba de balas

De “Pasión según la casa”
Editado por la secretaría de Cultura del Estado Aragua
Maracay,  1992.
CAVAFIS Y LA PROVINCIA
Estas calles
No son las de  Alejandría
El viento no deja
Sabor a salitre en la boca

Sin embargo tienen el hervor
el  bullicio y la obstinación
de los soles de Grecia

Necesito  una lámpara
para  señalar
a los que hablan
de la provincia
mientras las provincias
crecen a sus espaldas

Déjenme solo recorriendo
las callejuelas del barrio
Sus hoteles cines
billares y cafés
sin la burocracia del placer
de cuando fui joven

Que la provincia
siempre amable
con sus hijos
me guardará un epitafio
y seis pies de tierra
a mi regreso

 

12:30 pm

Camino por el boulevard
de la Pérez Almarza
bajo el calor de agosto

Busco tu rostro
en la multitud

El trópico absoluto
de tu cuerpo

Percibo el aroma brumoso
de tus piernas
en las cajas
de los vendedores
de manzanas

Maracay a las 12:30
es el desorden
o el fracaso.

 

Salmo II

Tú sabes Señor
que no tuve más religión
que un cuerpo de mujer
y por eso la he amado
en tu presencia

No permitas que ella
esta noche
deje la casa
y vaya en busca
de los brazos ingratos
de su esposo

 

Arde una flor

Descálzate camina desnuda
por las vértebras de mi piel

Abriré las ventanas de tu casa

En el centro de tus muslos
arde una flor
le prenderé incienso
mirra y yerbabuena

Te buscaré en las plantas silvestres

En la mesa
de algún bar
o en las calles
donde no se detienen los taxis
que me llevaron a ti

 

Dónde

                  a Roxana Hernández

¿Dónde comienza
y termina la casa?

¿En los muebles de madera
en la mesa con crisantemos
gavetas y ceniceros?

¿O tal vez en el patio
donde las malangas trepan
hacia los muros?

¿O en la sala
donde somos viento
que pasa por las puertas
y ventanas
y caemos como hojas
de otra tarde
o de otro bosque
en la piel desnuda?


Aly Pérez (Villa de Cura, 1955; Cagua, 2005). Poeta, escritor, pintor. Escribió poesía, ensayo, crónicas de libros y crónicas sobre la región en la que vivió. Durante 21 años trabajó en la Universidad de Carabobo como docente en artes plásticas y literatura, en esa Institución creó en el año 1990 la Cátedra de Poesía. Publicó: Según la casa, Cuerpo N° 5 y Nochevieja, Premio Nacional de Literatura Augusto Padrón.

Última actualización: 22/11/2021