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La precariedad de ser romántico

Por: Helmi Salem

 

 

Fragmento

Tus ojos no tienen principio ni fin.
La perfección de tus ojos es un defecto y su defecto, una perfección.

El fuego está al lado del hombro: si tus penas tuvieran una puerta habría empezado, si tuvieran indicadores de mapas habría terminado. ¿cómo es que los poetas egipcios no saben hablar de laberintos?

Aves más cerca del agua, aves más allá de la superficie del agua, dos aves se unieron y, más abajo, se emociona el agua. P: ¿cómo se convierte la mujer en esclava? R: si lee salmos arrodillada y se manifiesta el monstruo de sus uñas al posternarse. P: ¿cómo llega el hombre a ser dios? R: si frota la frente en la palma del pie de una niña y si baila en su lugar y se hace cargo de ella.

Las melodías de las ciudades costeras pesan. ¿Por qué no te quitas los pezones y los mandas por correo a la sección cultural? Así nos habríamos ahorrado los viajes a la clínica de El Muqattam y la silla eléctrica en la que me tuve que sentar en los años de madurez. No pasa nada, vamos a pensar que el correo ha tardado tres años en llegar –esto pasa en Correos- y heme aquí, el expulsado recibiendo el paquete. ¿Por qué, entonces, despiertan tus pezones cada vez que hablamos de Sayed Uways?

Una mujer dejará sus miembros colgados de los techos y acudirá con sus incensarios a unos bienaventurados que ofrecen veneno por jugo de mango. Así lo quiso la vida y así fue.

Quisiera escribir poesía para tus ojos, a condición de que pueda superar su comparación con dos palmerales al alba y de no repetir que les ha traicionado la expresión por eso siguen como son. Sé que lo que quiero me es muy difícil, y hasta si lo logramos, me tacharía de poeta lírico, cosa que evito desde hace diez años. Pongamos que he superado a los grandes que me han precedido (lo cual sería posible, con un poco de optimismo), que he aceptado ser un romántico por unas semanas (que no sería posible si abandonáramos las obligaciones modernistas), entonces tendré que enfrentarme al problema principal: todos los adjetivos que vincule con tus ojos seguirán siendo mera explicación de unos ojos inexplicables. Entonces será mejor poner gotas de yodo en estos ojos, toda una jornada, abrirlos al máximo en el momento de fisión del óvulo y tragar lo que suelten de lo que me resta por vivir. Así hizo Picasso: mordió la manzana entre las mandíbulas dejando al infeliz pintor mezclar el rojo y el azul en un círculo partido en dos.

Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Vigilo el cambio de mi frente, ejercito mi despertar a partir de tu forma de arrastrar los despojos a las entrañas de mis años; y mi despertar asiste a tu tos. Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Los mortales asegurarán tu arado en las tierras del hambre o los enamorados descubrirán tu rudeza. Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Ojalá el necesitado te debiera su pobreza o los mártires tuviesen tu mezquindad. Esculpe en mi espalda los sucesos de nuestra pena y deja la marca en los riñones. Mi sueño es el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti.

De noche, echo de menos los dedos de tus pies arañándome la garganta, el costado izquierdo y las entrañas. En los primeros instantes de la noche, extraño su irregular hacinamiento, su temblor si la mojo con mi sudor o si mis labios la tocan. En los últimos instantes de la noche, echo de menos sus raros movimientos cuando imita a Dik Al-Yin o a la acción de Dios cuando pasa por los gametos y los convierte en creaturas: de mi barro, de mis huesos y de mis piedras. Luego, pisa la alfombra con la levedad de un ciervo recién cazado, al contrario de mis pasos: mis pasos son una mezcla de un ciervo cazado desde la eternidad y el derrame de sus plumas delanteras con mi sangre. Otras veces, se menea en el espacio de la habitación una hora, es cuando las piernas parecen los jardines de Babel, colgando de un hilo invisible, únicamente sostenidas por su rocío que es el mío. Al alba vigilante, se recortan los dedos de tus pies en las paredes, me adueño de ellos, limpio la parte interior de los nudos del sudor de tantas vueltas tras la flauta. Y cuando meto la nariz aspiradora entre el índice y el pulgar, alzo el vuelo dentro del espíritu roto que llevo dentro. Y vuelvo a extrañar en la noche los dedos de tus pies arañándome la garganta, el costado izquierdo y las entrañas. Y en todo momento me torturan las manos.

Exactamente debajo del sello del ombligo, está su desnuda cabeza, sin ningún peinado. Exactamente debajo del vello del pubis, están sus diminutos pies con el tacón como cabeza de alfiler. En el espacio que hay entre el sello y el vello, está la espina dorsal: gelatinosa aunque tan resistente como la espalda del padre. El calor que asola toda la zona es el clima que lo protege en su soledad. En cuanto a la sangre que restaño con la boca cada mes, es el alimento que roba a las cuatro de la mañana, puesto que no le gusta el dulce ni aprecia los huevos.

Una rima dormirá sobre tus piernas. En un sueño señalará: ¡ven, nostalgia de amor! Y yo contestaré nostálgico de amor: ¡a tus pies! Dirá: ¿qué darás a un mojado? Contestaré: ¡espesuras! Ojalá tuviese tus manos, andaría levemente sobre mí, andaría levemente sobre ti.


Helmi Salem nació en Al Rahib, Egipto, el 16 de junio de 1951. Poeta y licenciado en Periodismo de la Universidad de El Cairo, 1974. Entre sus libros publicados, se encuentran: Nostalgia y espera, 1972; Mi amor sembrado en la sangre de la tierra, 1974; Mediterráneo, 1984; Cuentos de Beirut, 1986; El uno a la una, 1997; Aquí hay ciegos, 2002 y Saludos de piedra preciosa, 2003. Participó en movimientos estudiantiles a principios de la década de los 70. Ha escrito artículos para la revista El muro. Trabajó en el Centro Cultural Soviético en el Cairo. Dirigió el periódico Luces del Líbano. Actualmente dirige la revista Arco Iris.

Última actualización: 02/02/2021