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Nguyen Quang Thieu, Vietnam

Por: Nguyen Quang Thieu
Traductor: Rafael Patiño

Una canción de mi aldea natal

Para Chùa, mi aldea natal

Canto una canción de mi aldea natal
Cuando todos están en profundo silencio
Bajo húmedas estrellas, bajo vientos salvajes
Hallando su rumbo a casa.

En algún lado un hombre habla dormido
Junto al manantial del pelo de una mujer;
En algún lado el olor a leche materna
Fluye entre la noche;
En algún lado los senos de jóvenes de quince
Brotan como retoños del suelo.
Y en algún lado las toses de los viejos aldeanos
Caen de las ramas como fruta madura
Mientras la hierba permanece insomne toda la noche en el jardín.

Canto una canción de mi aldea natal
A la luz de la lámpara de aceite
Dejada por mis ancestros,
La más adorable y la más triste de las lámparas.
Cuando yo nací mi madre la colocó
Delante de mí para que pudiera mirar y aprender
A ser triste, a amar, y a llorar.

Canto una canción de mi aldea natal.
Canto a través de mi cordón umbilical
Que fue enterrado allí
Y se convirtió en una lombriz
Reptando debajo de la jarra de agua
Reptando por el borde del estanque
Reptando a través de las tumbas de mis ancestros
Reptando a través de las tumbas de los paupérrimos
Levantando en su sendero roja tierra como sangre.

Canto una canción de mi aldea natal,
Huesos en cofres de terracota yacen
Donde algún día los míos yacerán.
En esta vida soy humano;
En la próxima seré animal.
Pediré convertirme en un perrito
Para salvaguardar la tristeza,
La joya de mi aldea natal.

 

Música

Los encorvados cornos funerarios son míos
Los tambores de piel agrietada son míos,
Los violines de dos cuerdas con inclinadas cajas son míos.
Su mágica música se levanta en la distancia.
Madre, veo a la Abuela sonriendo
Tras de un nido de humo.

Un carro fúnebre rueda entre mi sueño,
Dragones amarillos se elevan
Al son de cornos y tambores.
Camino en puntillas a través de las flores co-may
Y alguien que no puedo ver me mantiene exaltado.

Quiero esconderme en esos atavíos funerarios,
Quiero cubrir mis toses con esas cenizas tibias.
Ahora veo a la Abuela vestida de seda
Con miles de velas a su alrededor.
Ella escancia agua lluvia en un cántaro;
Ella me espera para retornar.

El espléndido carro fúnebre es mi juguete; me pierdo en el juego.
Madre, ¿tú me escuchas reír?
Soledad y yo somos niños con muchas cosas por hacer.
Descansamos debajo del domo del carro fúnebre,
Volamos detrás de los pendones funerarios,
Volamos a nuestras colinas nativas
Donde puedo ponerme una camisa amarilla
Y dormir sobre una fragante hoja de betel.
¿Pero cómo puedes, Madre, lavarme allí la cara?

Amo los cornos, los tambores,
Los violines de dos cuerdas con mi sollozo,
Y ellos me aman con su tristeza, su congoja.
Nuestra canción repica, trayéndome de regreso a tierra,
De regreso a la carretera con blancas flores de co-may,
De regreso a casa donde tú esperas para lavar mi cara.

 

Las ejemplares

Para las viudas de guerra de mi aldea

El tiempo fluye entre un inmenso vaso antiguo. Como langostas pardas,
las viudas de mi aldea desaparecen, una por una, detrás de la hierba.
Vientos manchados de rojo arrecian de vuelta desde el distante horizonte,
sus dedos arañan con insania en la hierba deshecha. De pie en la
carretera de la aldea, lloro como un niño que ha perdido a su madre. No
puedo buscar viudas detrás de cada hoja de hierba en este vasto espacio.

Con largos palos sobre sus hombros, las viudas caminan por senderos
gastados como los curvados espinazos de un millar de vidas de duro
laborar. Dormidas, ellas caminan a través de vientos salvajes que se
levantan cuando el sol rueda entre la tiniebla. Dormidas, ellas caminan 
entre lluvias prehistóricas que caen cuando el alba se levanta de una noche
febril. Como un lunático, permanezco parado y las cuento a ellas; ejemplar
tras ejemplar, yo las cuento.

Mis viudas, mis ejemplos, no llevan zapatos o sandalias; ellas
esquivan los caminos que conduzcan a noches con luz de luna. Sus senos
están cansados y oyen con dificultad; ellos no pueden oír los llamados de los
hombres, que huelen a tabaco y a fangosos campos de arroz en noches en
que el viento rueda por el jardín acezante. Solamente los ratones que comen
     arroz en ataúdes de madera pueden despertarlas; ellas se desvanecen de miedo
al sonido de termitas cenándose aquellos ataúdes.

El tiempo se apresura silencioso, silencioso entre el antiguo vaso. Como
langostas, las viudas desaparecen, una por una, desaparecen ellas detrás de
la hierba. Soy un lunático de pie gritando aquí, gritando por los
ejemplares, que se han ido para siempre.

Y cuando ya no me queda ninguna por contar, las viudas regresan desde
detrás de la hierba, caminando sobre senderos iluminados de luna cubiertos
con la paja de octubre. Sus cabellos, oliendo a hojas de pomelo, se riegan
entre luz de luna; sus senos se recuestan hacia fuegos recién encendidos.
Primero sus pisadas, luego el sonido de puertas abriéndose, y después una
canción se levanta por entre las cabezas de lunáticos insomnes que miran la luna.

Los lunáticos abren sus puertas y dejan sus casas. Caminan con la
canción, una
y otra vez, hasta que encuentren un sitio sin ejemplares.

 

Nuevos estudiantes, viejo profesor

Para los poetas americanos

Somos el único pueblo abandonado en el mundo.
Levantamos nuestros rostros para orar, para proferir nuestras últimas palabras.
Poemas de tres ojos vuelan a través del hogar de la oscuridad.
Somos prisioneros, somos libres;
Somos cadáveres recientes, somos cuerpos vivientes
Que medimos cuidadosamente nuestras inhalaciones:
Hemos escondido nuestros pulmones en cocinas humeantes,
Los hemos perdido entre hojas podridas de la jungla.

Somos el único pueblo abandonado en el mundo.
Nos bañamos en lodosos pantanos de miedo y orgullo
Donde las burbujas abren sus bocas para maldecirnos.
Secamos nuestros rostros desaguados ante un fuego de aullante sangre
Mientras murciélagos mono-alados hablan muchas lenguas,
Volando alrededor en ojos de cristal, en busca
De los nuevos senos de nuestras mohosas mujeres.

Nuestras narices repican, como campanas aterradas.
Nuestros corazones cavan profundos hoyos; olfatean tumbas.
Nuestros oídos medio sordos caen como hojas de otoño
Y nuevos oídos brotan entre los espacios de nuestros dedos.

Somos el único pueblo abandonado en el mundo.
Un río sin agua fluye sobre nuestras cabezas,
Donde peces sin aletas ni agallas hallan su camino a clase
Y un viejo profesor rompe nube tras nube de humo
Con sus toses invernales. El arranca
Un dedo sin argolla para escribir en el tablero
Y hace una coma que parece como un ojo sesgado.
Entonces se sienta y cose sus pantalones,
Esperando que vengan nuevos estudiantes, sus libros llenos de ceros.

 

Octubre

Humo de cascarilla de arroz quemada por muchachos
Que pastorean búfalos de agua después de la cosecha
Trae el sabor de octubre entre mi corazón.
Una vez, el viento se elevó a través de la cascarilla
E hizo una mágica canción.
Pensé que alguien se escondía tras de él,
Invitándome a venir, y yo vine, yo vine.

Yo fui más allá de octubre,
Más allá del llamado de mi madre al anochecer,
Donde las nubes se alzaban como grandes colinas de paja.
Mis huellas en el campo cubrieron unas de becerro
Y las de becerro cubrieron las mías.
Vine hasta que la oscuridad se planto frente a mí, cuestionándome.
Me apresuré a retornar; estallé en llanto.
Sólo veía las huellas del becerro
Y creí que un mago me había convertido en un becerro.

Aquel octubre se marchó, aquel humo se marchó.
Yo aguardo
Aguardo un mago
Volando de vuelta desde noviembre
A transformarme en aquel becerro de nuevo.

Mis perros
Después de muchos años vuelvo
A mi aldea nativa en una noche canicular
Con un cielo a punto de tormenta.
Me siento a solas frente a la lámpara de aceite
Y escucho a los perros ladrar
A los relámpagos sobre el horizonte.

Por muchos años viví aquí;
Crecí en medio de estos senderos.

Por muchos años cuando la noche venía
Los perros volteaban sus hocicos hacia el cielo
Y ladraban ásperamente, ferozmente.

¿Oh mis perros, por qué ladráis?
¿Ladráis a la luna?
¿A las lámparas de aceite?
¿A vuestras sombras, porque teméis la noche?
¿A vosotros mismos, porque os teméis unos a otros?

¡Oh mis perros, hambrientos, sucios, enfermos
Cazando todo el día el alimento,
Lamiendo incluso la afilada navaja.
Vuestras lenguas cortadas sangran
Y los perros que prosiguen
Lamen vuestra sangre en la navaja.

¡Perros míos, paren de ladrar por favor!
El viento de la noche se vuelve un viento enloquecido.
Arroja a la luna de su sendero, y la luna
Entre las nubes vuela frenética.

Esta noche en mi aldea nativa
Escucho a mis perros ladrar.
Soplo apagando la lámpara de aceite
Y mis perros me ladran.

 

Pesadilla

Para John Baca,
veterano americano de la guerra de Viet Nam

Su perro lame y lame su pecho.
Su lengua es una llama diminuta
Brindando calor, como vapor de una estufa.
La ternura del perro le hace llorar.

Al comienzo de su sueño un arma dispara;
Al final de su sueño está el río Mekong
Donde los pescadores enrollan tela
Alrededor de sus cabezas y lanzan sus redes.
El ocaso baja sus alas amarillas sobre el río.

Las balas son calvas ratas de alcantarilla
Presurosas entre chozas con techo de palma,
Royendo los nidos secos a lo largo de la ribera.

John Baca prorrumpe en risas
Y aplasta las ratas de dientes amarillos.
Calvas, acicaladas, resbalan
Entre sus dedos temblorosos.
John Baca deja de reírse.

John Baca apretó el gatillo
De su pistola hace veinte años
Pero las balas todavía vuelan.  

Su perro lame y lame
Y lame y lame.

 

Canción

Por favor remóntenme al pasado remoto,
Entre la fermentada oscuridad que cubre el campo.
Soy un pájaro nacido al comienzo del ocaso, al final del alba.
No puedo aún cantar; mi pico inflamado picotea susurros.

Vuelo a través de campos primaverales lleno de pesadumbre,
A través de estrellas de ojos abiertos cuyas lenguas no brotan todavía.
Saludo al murciélago del alba, a la alondra de la oscuridad;
El cementerio de mis antepasados me saluda.

Cierro mis alas rotas sobre los aniversarios de mis ancestros difuntos
Y miro ríos de velas desbordarse.
Mis ancestros han estado despiertos mucho tiempo, mientras que yo dormía,
Arrullado por el sonido de cornos de gargantas rotas.
El agua de arroz preñada está entristecida;
La percha que asciende anhela tener piernas.

Soy un pájaro, mudando tarde y practicando tonos con mi suave pico
En el roto goce de tambores sobre el horizonte.
Estoy a la espera de una canción hecha de arroz cocido con agreste hierba
Y el triste huevo duro pelado por los muertos hoy.


Nguyen Quang Thieu nació en la Provincia de Ha Tay en 1957, ahora vive en Hanoi, donde es editor en jefe del magazín literario Van Nghe Tre. Autor de cuatro libros de poesía, cuatro novelas, y dos colecciones de historias cortas, Nguyen Quang Thieu es considerado por muchos como el poeta más prominente de Vietnam del Norte, emergido desde la guerra americana, que terminó cuando él estaba en el bachillerato. Su libro Insomnia of Fire (1992) ganó el Premio de la Asociación Nacional de Escritores para poesía, uno de los más prestigiosos premios literarios de Vietnam, ya sea evocando la aldea de su infancia o explorando las complejidades urbanas o rurales de su vida adulta, Thieu enraíza sus poemas en una tradición vietnamita que reverencia el entorno. Su respeto por el paso del tiempo transmitido a todo lo largo de la colección de poemas es tradicional, pero él se mueve fluidamente a través de paisajes del pasado, presente y futuro con distintas metáforas y yuxtaposiciones contemporáneas. Mientras pocos de los poemas mencionan la guerra directamente, sus efectos son a la vez sentidos y trascendidos en estas hermosas piezas algunas veces tristes pero siempre atrayentes.

Última actualización: 03/01/2022