Sujata Bhatt, India
Por:
Sujata Bhatt
Traductor:
Jorge R. Sagastume
Las voces
Primero el sonido de un animal
inimaginable.
Luego: el susurro de un insecto, el silencio de un pez.
Y después las voces se tornan más y más altas.
La voz de un ángel que recién ha muerto.
La voz de un niño que se niega
a convertirse en un ángel con alas.
La voz de los tamarindos.
La voz del color azul.
La voz del color verde.
La voz de los gusanos.
La voz de las rosas blancas.
La voz de las hojas arrancadas por las cabras.
La voz de la escupida de una serpiente.
La voz de la placenta.
La voz del latido del corazón del feto.
La voz del cuero cabelludo del cráneo
cuyos cabellos cuelgan detrás de una vitrina
en un museo.
Solía pensar que había
sólo una voz.
Solía esperar
pacientemente a que esa voz regresara
y volviera a comenzar el dictado.
Estaba equivocada.
Ahora ya no puedo contarlas.
Ya no puedo
tomar nota de lo que quieren decir.
La voz del fantasma que quiere
morir una vez más, pero esta vez
en un cuarto mejor iluminado y con fragantes flores
y con otros parientes.
La voz del lago congelado.
La voz de la niebla.
La voz del aire mientras nieva.
La voz de la niña
que aún ve unicornios
y conversa con ángeles cuyos nombres conoce.
La voz de la savia del pino.
Y después las voces se tornan más y más altas.
A veces las oigo
reírse de mi confusión.
Y cada una de las voces insiste
y cada una de las voces sabe
que es la única y verdadera.
Y cada una de las voces dice: sígueme
sígueme y te llevaré de la mano -
De Marie Curie a su esposo
Las ecuaciones son luminosas ahora.
El brillo tenue a lo largo de mi página,
a lo largo de las paredes
a lo largo de la almohada
donde tu frente debería estar.
Habrías sonreído al ver la forma de tu gráfico,
el que completé tubo de ensayo por tubo de ensayo.
Te las ingeniaste para deslizarte dentro mío,
te las ingeniaste para enrollarte todo, apretadamente en mi pecho.
Quiero que te acuerdes
de las vincapervincas, los narcisos,
la glicina, los lirios, el codeso;
de las vacas que caminaban con lentitud para olfatear,
de los manubrios que torcimos mientras montábamos en bicicleta a través de tantos árboles,
de tantos cielos y hierbas.
Hallando protección en la oscuridad, cada noche íbamos
a inspeccionar nuestras luces mágicas, fosforeciendo en brillantes
amarillos y verdes, amarillos y azules,
atrapadas en hileras e hileras de botellas.
Ahora se me antoja el gris,
se me antoja la lluvia: días como aquél
que te mató me mantienen
en el laboratorio y en las salas de clase.
Pierre, esta tarde a la una y media
continué tu curso en la Sorbonne.
Esta tarde
te sacudiste en mi pecho.
Tu barba corrió por mis venas, por mi sangre. Te agitaste,
tus piernas golpeando contra mis costillas
mientras analizaba el progreso
que se ha alcanzado en la Física.
Pero a la noche, aún cuento en polaco.
Sujata: el primer discípulo de Buda
Una mañana, un hombre alto y delgado
se acercó en mi dirección dando traspiés.
Sus ojos grandes: entrecerrados
como si estuviese mareado;
su tupido cabello negro, lleno de hojas muertas y abejorros,
que había crecido como las malezas, le llegaba hasta por debajo de la cadera.
Su barba se balanceaba ligeramente como la trompa de un elefante.
“Tengo hambre”, murmuró.
Me lo llevé a casa, lo alimenté con yogurt y pan fresco.
Luego lo bañé, afeité su rostro hasta dejarlo limpio y terso,
unté su piel con aceite de coco, hasta que una vez más fue suave.
Tomó cuatro horas
lavar y peinar la larga cabellera,
que se negó a cortar.
Por cuatro horas volteaba la cabeza de uno a otro lado
mientras yo araba su cabello
con mis dedos húmedos en aceite de coco.
“¿Y cómo fue que acabó en tal estado?”, le pregunté.
“No he dormido en años”, me dijo.
“He estado pensando, sólo pensando.
No podía ni dormir ni comer
hasta que no acabase de pensar”.
Después de quitarle el último nudo del pelo
durmió,
aferrado aún a mis doloridos dedos.
A la mañana siguiente, antes de que el sol asomase,
antes de que mi padre pudiese detenerme,
me condujo hasta un árbol bodhi, de grueso tronco y gruesas hojas,
al área sombreada donde él había permanecido sentado por años,
y me pidió que lo escuchase.
¿Qué vale la pena saber?
Que la oreja de Van Gogh, liberada
quería conocer la poderosa nariz
de Nevsky Avenue.
Que España ha decidido ayudar
a la NATO. Que la primavera en el hemisferio norte supuestamente
comienza el 21 de marzo.
Que si uno le pone demasiada sal a la keema
sólo hay que agregar unas bananas.
Que a pesar de que los holandeses fueron los primeros
en ayudar a la gente de Nicaragua no hablan mucho
sobre su historia con Indonesia.
Que Van Gogh coleccionaba fotografías japonesas.
Que los japoneses ven a
los holandeses como bárbaros pelirrojos.
Que la oreja de Van Gogh todavía tiene muchas preguntas
que quiere hacerle a la nariz de Nevsky Avenue.
Que las vacunas contra la cólera, la fiebre tifoidea y amarilla
no son buenas—necesitan ser mejoradas.
Que el rojo, el verde y el amarillo son los
colores más propicios.
Que la cúrcuma y el ají en polvo son buenos
desinfectantes. Amarillo y rojo.
Que a menudo la primavera en el hemisferio norte no llega
hasta mayo. Pero que en algunas partes
llega en enero.
Que la oreja de Van Gogh lo abandonó porque
quería convertirse en caracol.
Que el oriente y el occidente
se juntan sólo en el norte y en el sur—pero jamás
en el este o en el oeste.
Que en marzo de 1986 el darwinismo otra vez
se comenzó a enseñar en las escuelas estadounidenses.
Que existe una diferencia
entre pichones y palomas, aunque
una paloma mensajera sea un pichón de paloma torcaza.
Que la cosa más placentera es tener una fiebre de
por lo menos 39 grados—porque entonces los sueños no son
sólo sueños sino realidad.
Que cuando uno tiene fiebre el alma sale
a tomar fresco, que cuando uno tiene fiebre el alma se digna
a conversar con uno.
Que los tigres son valientes y de corazón generoso
y que nunca atacan a menos que se los provoque—
pero los leopardos,
los leopardos son maliciosos y tienen mal carácter.
Que los búfalos también,
los búfalos acuáticos quiero decir, tienen poca paciencia.
Que el cielo enrojecido de la noche es buena señal para los navegantes,
para los navegantes . . . ¿qué vale la pena saber?
¿Qué vale la pena saber?
Eurídices habla
Orfeo, te digo, no estoy en el infierno,
este lugar se llama Maine.
Durante todo el invierno el frío me quema la cara,
y sudo al caminar por entre toda esta nieve.
Pero ahora es primavera:
el sonido de la nieve derritiéndose,
el agua goteando de los tejados, azafranes y
arisaemas inundados.
Sauces, eneas, forsythias, de pronto
se despiertan, los juníperos puntean con nuevos y pálidos brotes.
El viento arroja piñas en mi dirección.
Ahora, mientras camino a lo largo de la costa
sigo las gaviotas
con mi cámara, gaviotas
que apenas tocan las olas, y me enfoco
en sus picos en la espuma del
agua; mojan sus picos,
enfoco, se alzan cojas, resplandeciendo
de plateado en el sol mientras otras se lazan en picada,
giro en círculo con mi cámara
mientras la olas se levantan y se estrellan contra las rocas
arrojando algas saladas y moluscos;
conchas marinas quebradas sobre los acantilados
las olas se estrellan y dejan pequeños natatorios de peces varados . . .
Orfeo, quiero quedarme aquí
con los alisados cantos rodados,
quiero quedarme aquí, al borde del océano
He conocido a otro—
no es dios sino un hombre callado que sabe escuchar.
Ve a Ahmedabad
Ve y camina por las calles de Baroda,
ve a Ahmedabad,
ve y respira el polvo
hasta que te ahogues y te enfermes
con una fiebre que ningún médico ha visto antes.
No me preguntes
porque no te diré nada
acerca del hambre y del sufrimiento.
De niña aprendí
a jamás echar a nadie
de nuestra puerta. Má me dijo
que les dé agua fresca, buena comida,
todo lo que uno mismo comería.
Sabes lo que es el hambre cuando tu madre
te dice años después:
en los Estados Unidos el médico dice
que ella está desnutrida,
que sus huesos son débiles
puesto que nunca había suficiente
comida para los niños,
sus niños y los de las mujeres que venían
a nuestra puerta con los suyos.
Los niños siempre tienen que recibir alimento.
Sabes lo que es el hambre cuando tu madre está enferma
en los Estados Unidos porque ella quiso
que tú comieras bien. Sabes lo que es el hambre
cuando caminas
por las calles de Ahmedabad
y en lugar de dar
monedas a todos
les das tomates, pepinos,
y regresas a casa con sabor
a hojas de eucalipto quemado en la boca
porque has perdido
el apetito.
Aún así no digo nada
sobre el hambre, nada.
Tengo amigos en todas partes.
Esta vez nos encontramos después de diez años.
Alguien había muerto.
Alguien se había casado.
Alguien acababa de tener un bebé.
Y alzo al bebé
porque llora,
porque tiene un raro sarpullido
sobre todo su pecho.
Y mi amiga me dice
¿tienes hijos? ¿por qué no?
¿cuándo te casarás?
Y el autobús llega
lleno de gente colgando
de las puertas y ventanas.
Y su bebé llora
en mis brazos, llora
de tal manera que un anciano se despierta
y me grita: ¿Cómo has podido dejar
que tu bebé se haya enfermado tanto?
Por suerte, justo en ese instante,
alguien cuenta un buen chiste.
Tengo amigos en todas partes.
Esta vez nos encontramos después de diez años.
Y sé lo que es sufrir
cuando camino por Ahmedabad
porque éste es el lugar
que siempre he amado
éste es el lugar
que siempre he odiado
porque éste es el lugar
donde jamás puedo sentirme como en casa
éste es el lugar
donde siempre me sentiré en casa.
Y sé lo que es sufrir
cuando estoy en Ahmedabad
después de diez años
y por primera vez me doy cuenta
que nunca elegiría
vivir aquí. Y sé lo que es sufrir
al vivir en los Estados Unidos
sin poder
escribir una puta cosa
sobre todo esto. Y sé lo que es sufrir
al no poder contarte sobre todo esto.
Ve y camina por las calles de Baroda,
ve a Ahmedabad
y pisa los excrementos de vaca
pero sin olvidarte
de mirar hacia el cielo.
Es muy especial en enero,
no volverás a ver barriletes como éstos otra vez.
Ve y conoce a la gente si puedes
y si quieres saber
lo que es el hambre, el sufrimiento,
ve y vívelo tú mismo.
Cuando hay una epidemia,
cuando el médico te dice
que tu hermano podría morir pronto,
que tu padre podría morir pronto—
no me preguntes cómo uno se siente.
Uno no se siente bien.
Por eso preparamos
té con hojas de tulsi,
por eso siempre hay alguien
que conoce un buen cuento.
Sujata Bhatt nació en Ahmedabad, India, 6 de mayo de 1956. Poeta y traductora. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales, entre ellos el Commonwealth Poetry Prize, 1988; Premio Cholmondeley 1991; Poetry Book Society Recommendation Aguatora, 2000; Tratti Poetry Prize, 2000.. Ha publicado seis volúmenes de poesía en el Reino Unido y su obra, traducida a más de veinte idiomas, está incluida en varias antologías poéticas y ha sido difundida en los canales de radio y televisión de la BBC de Londres. Ha sido escritora visitante en la Universidad de Victoria, en British Columbia, en Canadá y también en Dickinson College, en Carlisle, Pennsylvania, Estados Unidos. En febrero de 2004, la UNESCO publicó su poema Search for My Tongue, como parte de la celebración del Día internacional de la lengua madre. Otras obras: Brunizem, 1988, Commonwealth Poetry Prize; Monkey Shadows, 1991; The Stinking Rose, 1995; Nothing is black, really nothing, Augatora, 2000; y A colour for solitude, 2002.