Shin Kyong-Rim, Corea
Por:
Shin Kyong-Rim
Traductor:
Raúl Jaime Gaviria
En una noche de invierno
Nos encontramos en la última habitación del Molino de la cooperativa
jugando a las cartas por un plato de muk
mañana es día de mercado. Bulliciosos mercaderes
se sacuden la nieve en el patio delantero de la posada.
Campos y colinas relucen de un blanco novísimo, la nieve que cae
adviene arremolinándose densamente hacia abajo.
Las personas hablan acerca del precio del arroz y los fertilizantes,
y acerca de la hija del magistrado local, una profesora.
Hey, parece que Puni, está en Seoul trabajando de criada
va a tener un bebé. Bueno, tendremos un sniff?
¿Habremos de emborracharnos? La chica del bar huele
a polvo barato, ¿pero aún, tendremos un sniff?
Somos los únicos que conocemos nuestros dolores.
¿Habremos de intentar criar aves este año?
Las noches de invierno son largas, comemos muk
bebidas rastreras, peleamos acerca de las tarifas del agua
cantamos al ritmo del palillo chino de la chica del bar.
y mientras cruzamos el campo de cebada para dar un mal rato
en la barbería al hombre recién casado
miren eso: el mundo es todo blanco. Ven nieve, flota alto,
alto como el techo, sepúltanos profundo.
¿Habremos de enviar una carta de amor
a aquellas chicas envueltas en sus faldas,
que se ocultan tras la torre de sirena?
Somos los únicos que conocemos nuestros problemas.
¿Habremos de engordar cerdos este año?
Por culpa de la sombra
Bajo el duraznero bajo el enebro
Las mujeres lloran
Los suspiros deslizados entre el ramaje denso
El ruido de las aguas rompe sobre la arena
Y sobre los costados del barco
Sobre el cobertizo destruido
Las tinieblas se funden y ondulan
Se arremolinan y se llaman
Convertidas en malos espíritus rencorosos
Toda la noche giran y danzan
Como locas
Las mujeres lloran
Los hermanos claman
Bajo los enebros bajo los álamos
Por culpa de la sombra
Por culpa de la muerte.
En el camino
La larga línea de las montañas
Soporta el cielo
Y desde abajo
Densas luces
Aparecen una tras otra y desaparecen
Y las tinieblas profundas sin salida
Aunque recorro los soleados valles
Todo el día
La vida desgarrada como harapos
Está más despierta
Yo desciendo del autobús a tomar reposo
Para beber una sopa de pasta caliente
Qué podré hacer
¿Sólo voy a arrepentirme sin cesar?
En el pequeño rincón de un desfiladero degenerado
En un recodo del camino perdido
En el bar
En la cafetería
Y en el camino
Las rutas continúan hacia las tinieblas
De nuevo el autobús corre con todas sus fuerzas
En el vacío
Donde la larga línea de las montañas
Soporta el cielo,
De repente
Escucha los sollozos ahogados
de las que viven
sin voz.
Luego del fin del mercado
Nosotros simples amigos estamos felices tan sólo de vernos
Pelando melones de ch’amoi frente a la barbería
engullendo makkolli en el bar,
todos nuestros rostros invariablemente semejantes a los de los amigos
hablando del ahogado sur profundo, o de deudas de cooperativas
Siguiendo con nuestros pies el ritmo de la guitarra del vendedor de hierbas
¿Por qué siempre estamos anhelando a Seúl?
¿Habremos de ir a algún lado y jugar a las cartas?
¿Habremos de vaciar nuestros bolsillos e ir al burdel?
Nos reunimos en el patio de la escuela, mascamos jirones de calamar con soju.
En una nada absoluta de tiempo el día de verano ha terminado
y allí vamos por la resplandeciente vía de carretas alumbrada por la luna
llevando un par de tenis de caucho o un simple graznido
Tambaleando hacia casa después del cierre del Mercado.
La danza del granjero
Resuena el gran gong, la cortina cae.
Por sobre el áspero tablado, las luces se enlodan desde un árbol de Paulownia,
el patio de recreo está vacío, todos se han ido a casa.
Nos apresuramos hacia el bar de soju en frente del colegio
Y bebemos, nuestros rostros aún embadurnados de polvo.
La vida es mortificante cuando eres oprimido y miserable.
Luego bajo los callejones del Mercado tras el pequeño gong
con tan sólo algunos niños berreando tras nosotros
mientras las chicas se apoyan contra el muro de la gasolinera
Farfullando tontas e infantiles risas
La luna llena se levanta y uno de nosotros
comienza a lamentarse como el rey bandido Kkokchong; otro
se ríe de si mismo furtivamente como Sorim el proyectista, al fin y al cabo
de qué sirven las luchas y las preocupaciones, encerrados en estas colinas,
con cosechas que no pagan las cuentas del fertilizante?
Dejándolo todo en manos de las mujeres,
pasamos por la feria de ganado,
luego danzamos en frente del matadero
Comenzamos a entrar en el swing de las cosas.
Habremos de danzar en una sola pierna, soplar el nallari fuertemente?
Habremos de menear nuestras cabezas, hacer mecer nuestros hombros?
Un caramillo
Por algún tiempo pasado un caramillo
Ha estado llorando silenciosamente hacia adentro
Luego finalmente, una tarde, el caramillo
Se dio cuenta de que estaba temblando todo.
No era el viento o la luna
El caramillo no se percataba por completo de que era su propio
Silencioso llanto interior el que le hacía temblar
-No era consciente
que estar vivo es un asunto
de silencioso llanto interior
Shin Kyong-Rim Cheongju, Corea, 6 de abril de 1935. Desde joven, visitó aldeas rurales de su país recopilando canciones tradicionales. Además de poeta, se ha desempeñado también como granjero y minero. Entre sus publicaciones se encuentran: La Caña, 1956; El Baile de los Granjeros, 1973; Saejae, 1979; Talnomse, 1985; Sarangnorae, 1988; y Kil, 1990. Se ha desempeñado como presidente de la Asociación de Escritores de la Literatura del Pueblo, y de la Unión Federada de Artistas Nacionalistas Coreanos. Su obra configura una fábula épica del sufrimiento coreano tal y como ha sido experimentada por los granjeros que viven a lo largo de las orillas del Río Han del Norte, región natal del poeta, a finales del siglo XIX, durante el período colonial japonés, y durante la agitación de los últimos cincuenta años. Recibió el Premio de literatura Han Yong-un (1974 por Nongmu (danza de los agricultores); Premio de Escritores de Literatura Coreana (1981); Premio de Literatura Isan (1990); Premio Ho-Am (2009).