Meira del Mar (Colombia)
Por: Meira del Mar
Muerte en Venecia
A la muerte, en Venecia,
la llevan a pasear
como a una novia.
Por entre dos azules
la góndola luctuosa
se desliza,
revestida de lentos terciopelos,
y apenas se percibe
el leve golpe
de un remo y otro remo.
La sigue, despaciosa,
tal un jardín flotante,
la que porta el adiós
hecho de rosas
de los amigos.
Y cierran los dolientes
el cortejo,
que se pierde en el mar.
Los acompaña,
con un dedo en los labios,
el silencio.
No lejos la isla espera.
Tras el muro rosáceo
que la ciñe,
Suben, altos y oscuros,
los cipreses.
(Octubre, 1999)
Palabras, palomas
A veces vuelan las palabras
como palomas que huyen
de la torre
cuando el Angelus bate
sus campanas.
Vuelan y se van
convertidas en aves.
La página, entonces,
interrumpe su andadura
y se queda en suspenso,
en tanto que la mano,
vacilante,
no encuentra dónde o cuándo
fijar en el papel la cifra
de otro sueño,
de una memoria acaso
de pronto recobrada.
Y la absorta criatura
del empeño inicial
queda sola,
perdida entre la selva
lujuriante
de voces, mil y una
que resuenan
y al instante se apagan,
se diluyen,
sin que retorne al sitio
abandonado,
la extraviada,
la del aire fugaz tan parecida
a un vuelo tembloroso
de palomas.
(Abril, 2000)
Conmigo
Oigo vagar mis pasos
por la casa vacía.
Suenan como siguiendo
a alguien o como si alguien
los siguiera.
¿Quién andará conmigo
en esta lenta
soledad que demora
en estancias sin eco,
en largos corredores
que llevan y no llevan
a parte alguna y fingen
ser puentes que se lanzan
en busca de una móvil
orilla que no existe?
¿Es el bóreas que arrastra
las hojas en el patio,
o es el ruido apagado
de la lluvia en el muro?
¿O será por acaso
la otra que me habita
y me sorprende a veces
al fondo del espejo,
la que llora doliente
en tanto yo sonrío,
y retuerce sus pobres
manos desesperadas
mientras contemplo ausente
caer al mar la tarde
revestida de oros?
Huésped mía o yo huésped
de su no ser, ahora
tal vez andamos juntas,
hombro con hombro en busca
de lo que ya no existe,
sombra en la sombra,
tiempo
borrándose en sí mismo.
(Noviembre, 1999)
Alguien pasa
Alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Y yo guardo silencio.
Las palabras no acuden
en mi ayuda, se esconden
en el fondo del pecho, por no subir vestidas
de luto hasta mi boca,
y derramarse luego
en un río de lágrimas.
No sé si tú recuerdas
los días aún tempranos
en que ibas como un ángel
por el jardín, y dabas
a los lirios y rosas
su regalo de agua,
y las hojas marchitas
recogías en esa
tu manera tan suave
de tratar a las plantas
y a los que se acercaban
a tu amistad perfecta.
Yo sí recuerdo, madre,
tu oficio de ser tierna
y fina como el aire.
Una tarde un poeta
recibió de tus manos
un jazmín que cortaste
para él. Con asombro
te miró largamente
y se llevó a los labios,
reverente, la flor.
Se me quedó en la frente
aquel momento, digo
la frente cuando debo
decir el corazón.
Y se me va llenando
de nostalgia la vida,
como un vaso colmado
de un lento vino pálido,
si alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Ausencia de la rosa
Detenida
en el río translúcido
del viento,
por otro nombre, amor,
la llamaría
el corazón.
Nada queda en el sitio
de su perfume. Nadie
puede creer, creería,
que aquí estuvo la rosa
en otro tiempo.
Sólo yo sé que si la mano
deslizo por el aire, todavía
me hieren sus espinas.
Carta de Roma
Te escribo, amor, desde la primavera.
Crucé la mar para poder decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de golondrinas,
y entre los dos un ángel de oro pasa
danzando.
La cascada de piedra que desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.
Los árboles repiten siete veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las fuentes
guía mis pasos.
Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.
Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu nombre, amor, en el rodante espejo.
Dejo este amor aquí...
Dejo este amor aquí
para que el viento
lo deshaga y lo lleve
a caminar la tierra.
No quiero
su daga sobre mi pecho,
ni su lenta
ceñidura de espinas en la frente
de mis sueños.
Que lo mire mis ojos
vuelto nube,
aire de abril,
sombra de golondrina
en los espejos frágiles
del mar...
Trémula lluvia
repetida sin fin sobre los árboles.
Tal vez un día, tú
que no supiste
retener en las manos
su júbilo perfecto,
conocerás su rostro en un perfume,
o en la súbita muerte de una rosa.
Desvelo
A la hora del alba cuando el sueño
me abandona,
recorro los momentos
de nuestro amor, en busca
de los rostros de entonces,
los sueños, las palabras.
Todo en vano.
Nos fue borrando el tiempo,
sus implacables manos,
deshaciendo los cuerpos para sólo
dejarnos, viva llama, que no cesa
de arder en el vacío.
El escudo
Cuánto te quise, amor, cuánto te quiero,
más allá de la vida y de la muerte.
Y aunque ya nunca más he de tenerte,
eres de cuanto es mío lo primero.
Más que el sol del estío, verdadero,
tu recuerdo mitiga, por mi suerte,
la sombra que me ciñe, y se convierte
en la luz que ilumina mi sendero.
Nada ni nadie desterrar haría
de mi frente aquel tiempo jubiloso
en que eterna la dicha parecía.
Contra el olvido y su tenaz acoso
defenderá por siempre y a porfía
su condición de escudo milagroso.
Este amor
Como ir casi juntos
pero no juntos,
como
caminar paso a paso
y entre los dos un muro
de cristal,
como el viento
del Sur que si se nombra
¡Viento del Sur! parece
que se va con su nombre,
este amor.
Como el río que une
con sus manos de agua
las orillas que aparta,
como el tiempo también,
como la vida,
que nos huyen viviéndonos,
dejándonos
cada vez menos nuestros
y más suyos,
este amor.
Como decir mañana
y estar pensando nunca,
como saber que vamos
hacia ninguna parte
y sin embargo nada
podría detenernos,
como la mansedumbre
del mar, que es el anverso
de ocultas tempestades,
este amor.
Este desesperado amor.
Huésped sin sombra
Nada deja mi paso por la tierra.
En el momento del callado viaje
he de llevar lo que al nacer me traje:
el rostro en paz y el corazón en guerra.
Ninguna voz repetirá la mía
de nostálgico ardor y fiel asombro.
La voz estremecida con que nombro
el mar, la rosa, la melancolía.
No volverán mis ojos renacidos
de la noche a la vida siempre ilesa,
a beber como un vino la belleza
de los mágicos cielos encendidos.
Esta sangre sedienta de hermosura
por otras venas no será cobrada.
No habrá manos que tomen, de pasada,
la viva antorcha que en mis manos dura.
Ni frente que mi sueño mutilado
recoja y cumpla victoriosamente.
Conjuga mi existir tiempo presente
sin futuro después de su pasado.
Término de mí misma, me rodeo
con el anillo cegador del canto.
Vana marea de pasión y llanto
en mí naufraga cuanto miro y creo.
A nadie doy mi soledad. Conmigo
vuelve a la orilla del pavor, ignota.
Mido en silencio la final derrota.
Tiemblo del día. Pero no lo digo.
La hoguera
Esta es, amor, la rosa que me diste
el día en que los dioses nos hablaron.
Las palabras ardieron y callaron.
La rosa a la ceniza se resiste.
Todavía las horas me reviste
de su fiel esplendor. Que no tocaron
su cuerpo las tormentas que asolaron
mi mundo y todo cuanto en él existe.
Si cruzas otra vez junto a mi vida
hallará tu mirada sorprendida
una hoguera de extraño poderío.
Será la rosa que morir no sabe,
y que al paso del tiempo ya no cabe
con su fulgor dentro del pecho mío.
10. Muerte mía
"La muerte no es quedarme
con las manos ancladas
como barcos inútiles
a mis propias orillas,
ni tener en los ojos,
tras la sombra del párpado
el último paisaje
hundiéndose en sí mismo.
La muerte no es sentirme
fija en la tierra oscura
mientras mueve la noche
su gajo de luceros,
y mueve el mar profundo
las naves y los peces,
y el viento mueve estíos,
otoños, primaveras.
¡Otra cosa es la muerte!
Decir tu nombre una
y otra vez en la niebla
sin que tornes el rostro
a mi rostro, es la muerte.
Y estar de ti lejana
cuando dices "La tarde
vuela sobre las rosas
como un ala de oro
La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros
y es saber qué pregunta
mi corazón en vano
por tu melancolía.
¡Otra cosa es la muerte!"
Meira del Mar (Olga Chams Eljach). (Barranquilla,21de agosto de 1922-Barranquilla, 18 de marzo de 2009). Estudió Música en el Conservatorio de la Universidad del Atlántico e Historia del Arte y Literatura en Roma. Recibió la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación; la Medalla de Colcultura y la Medalla Puerta de Oro de la Gobernación del Atlántico. En 1995 recibió el Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento, de la Universidad de Antioquia. Placa de Honor al Mérito y Medalla Pedro Biava del Centro Artístico de Barranquilla; Venera de la Sociedad Interamericana de Escritores; Medalla Puerta de Oro de Colombia de la Gobernación del Atlántico; Orden al mérito cultural Luis Carlos López de la Gobernación del departamento de Bolívar; Botón de oro de la Corporación Universitaria de la Costa. iembro de la Academia Colombiana de la Lengua, desde 1989. Obras publicadas: Alba del Olvido, 1942; Sitio del Amor, 1944; Verdad del Sueño, 1946; Secreta Isla, 1951; Poesía, 1962, Huésped Sin Sombra, 1971; Reencuentro, 1981; Laúd Memorioso, 1995; Alguien Pasa, 1998; Pasa El Viento: Antología Poética 1942-1998 (2000); Viaje al Ayer (2003).