Pablo Montoya (Colombia)
Por: Pablo Montoya
Tebas
He pintado el rocío, el cauce y el océano. He pintado el barro, la arena y la piedra. He pintado las estrellas, el sol y la luna. He pintado las panteras al acecho, las liebres en fuga, los camellos con sus cargas, los bueyes y el arado, los perros y los asnos y las grullas gritadoras. He pintado con el rojo, el verde, el azul y el amarillo, con el blanco y el negro, los atuendos y la desnudez del hombre. He pintado las cosechas y las pestes. El rezo. He pintado el continuo rezo. Y la alegría. La breve alegría. He pintado mi rostro que es el rostro repetido de un pueblo. He pintado el nacimiento y el viaje a la muerte que dura siglos. Eso, el paso del tiempo, también lo he pintado. No tengo nombre. Tal vez lo tuve. Y si tengo uno, ahora es impronunciable. Pero, si lo quieres oír, desciende los peldaños. Atraviesa los pasillos y las puertas. Entra en las tumbas. Enciende la antorcha. Mira las paredes.
Tumba
Lascaux
La gota de agua cae. Imperceptible. Reloj cósmico cuyos instantes se deslizan por las fisuras de la gruta. Respiración que marca cada sismo. Los truenos. El viento. Las piedras del cielo. Los ríos salidos de madre. El ave que canta y picotea en la carroña. Y entre gota y gota, el hombre. Pasos. Susurros. Signos. Un inmenso sueño poblado de toros, caballos y extensas cornamentas. Y entre gota y gota, el movimiento de la mano. La mano que anhela el futuro. Y lo crea sin saberlo. Entre gota y gota, nosotros. Ojos desmesurados. Fuego aún ardiente. Desvaído humo.
Gruta
Tierradentro
Parecían vigías. La pelota, El aguacate, El duende. Verdes y callados vigías. Gritos de rechazo al invasor salían de sus laderas empinadas. Habíamos recorrido kilómetros para hundirnos en la oscuridad del hipogeo. Habíamos probado la fatiga y el hambre empujados por un sueño. Pero nosotros éramos extraños. Descendientes de católicos conquistadores. Y así quisiéramos creer en el dios que se recuesta en la hoja de la coca, en el rayo fundacional del páramo, en las ranas y los felinos, la cruz y la palabra nos herían la espalda. Nuestros pasos venían de otra parte. El uno tenía una sombra de aljibe en los ojos. La nariz del otro era un perfil de alfanje. Los labios del tercero murmuraban la oración en un claustro de Extremadura. Nuestra lengua estaba penetrada por músicas lejanas. Tierradentro poseía un origen menos turbio. Era algo limpio cuyo sonido lo definía una flauta de carrizo o un cascabel de semillas olorosas. Y sus hombres conservaban una dignidad que a nosotros nos faltaba. Tierradentro, un cielo azul y alto. Senderos en montes donde las ramas enmudecían al oír nuestras risas de muchachos disolutos. Tierradentro, sueño imposible en medio de un país construido sobre arenas movedizas. Descendimos a los hipogeos. Acercamos los ojos a los muros. Olimos el polvo y toda la humedad de las tumbas. Imaginamos el vaho de una noche sosteniendo las vidas. Las de ellos y las nuestras tramando lentamente el tiempo. Por un instante fuimos rombos, círculos, triángulos, líneas borrosas y una penumbra cálida. Luego, la luz de afuera nos encandiló. Y corrimos como caballos por el campo. Hasta caer exhaustos en la hierba. Un frenesí de aire se nos extendía en el pecho. Habíamos visto Tierradentro. Y su misterio, pensábamos, era nuestro. Pero entonces, uno a uno, fuimos girando la cabeza. Un indio, a lo lejos, cargado de silencio, indiferente a nuestro pálpito, ascendía las alturas.
Hipogeo
Pablo Montoya Barrancabermeja, Colombia, 1963. Poeta, narrador, músico y profesor universitario. Realizó estudios de Música en la Escuela Superior de Música de Tunja. Licenciado en filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás de Aquino de Bogotá. Maestro y doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de la Nueva Sorbona, París. Desde 2002 es profesor de Literatura de la Universidad de Antioquia. Ha publicado: Cuentos de Niquía, 1996; La sinfónica y otros cuentos musicales, 1997; Habitantes, 1999; Viajeros, 1999; Razia, 2001. Ganador del Concurso Nacional de cuento “Germán Vargas” del periódico El Tiempo, 1993. Ganador de la beca para escritores extranjeros del Centro Nacional del Libro de Francia, en 1999, por Viajeros. Ganador del premio Colección Autores Antioqueños con el libro Habitantes, en 2000. Sus cuentos han sido incluidos en diferentes antologías de Colombia, Europa y América Latina.