Spiros Vergos, Grecia
Por:
Spiros Vergos
Traductor:
Horacio Castillo
*
La muerte en mi país fue siempre un delator
como un informante olvidado
paseando indolentemente por el lugar
bailando al son de un viejo vals-
entre el viento.
La muerte en mi país
estaba siempre con los otros
haciendo murmurar a los supersticiosos aldeanos
«Nuestro destino tiene la culpa de todo, hijo mío»
o «Cada cual tiene el amo que se merece».
Entonces yo
-griego cortado y cosido a su suerte
asesiné mi Historia
con un revólver
yo asesino del sueño
como Raskolnikov con su hacha.
Ahora, con un pañuelo rojo en la cabeza mi madre
guarda celosamente en su pecho los cuentos
con un pañuelo de luto en la cabeza mi madre
aprieta en el puño todavía una esperanza suave como la uva
pinta el cuerpo de mi patria
con su sonrisa azul.
La muerte dura tanto
como la indecisión.
*
Lo griego: muerte impregnada de sol
miedo a la identificación con el detalle.
Un lamento fúnebre cubrió el país
coronas de espinas nuestras vidas
que arden hiriendo la noche
rechina la muerte sordamente
lamiendo con mil bocas
los hechos.
Ceniza en la piel los restos
de felicidad humeante de sol
y al ritmo de una banda militar
cortamos las venas de las flores.
Caronte degolló en el río del olvido
las sombras de los que buscaron absolución
los gobernantes delatores
mutilaron la voluntad de los héroes populares
y comenzaron su arenga
Griegos hijos gloriosos de la Patria
adelante hijos de los Griegos.
Después trabajaron sin desmayo
los escuadrones de ejecución
nos libraron de los monofisitas
los iconoclastas y los iconólatras
de los nostálgicos del pasado
y los visionarios del futuro.
Ahora mascamos sueños pasados
magros deseos
y nuestros nuevos ídolos populares
escarban con sus uñas los remordimientos
como el estiércol de Augías.
Esperanza
La gangrena del tiempo se extiende
como escarcha por la fresca piel
de la verdad que se convirtió
en multicolor luna park del miedo.
Retorno a épocas de una inútil mitología
cuando los traidores de ayer y de hoy
sirvieron en el banquete de la hospitalidad
espléndidamente doradas
las carnes de nuestros hijos.
Pintando con una alegoría pascual
el país que alimentó una vez entre sus piernas
la simiente del amanecer de los siglos.
Tejiendo sin protestar el velo de la diosa
lejano recuerdo del fresco
con los portadores de antorchas de las Panateneas
donde la sabia Palas que no podía amar ni ser amada
clavaba con su lanza a los viajeros que pasaban
y abría un agujero en sus corazones
para que pasara libremente el sol.
Nos robaron también la palabra
y lo demás que había quedado
así ganaron algunas condecoraciones
y nosotros nuestra libertad.
Piensa bien quien piensa libremente
es libre quien no tiene nada qué perder.
Los sueños se acumulan en la matriz de la duda
nuestra última ofrenda a los que vendrán
y los que admirarán los resultados
sin conocer la causa.
Spiros Vergos nació en Atenas, Grecia, en 1945, murió en Praga en 2007. Poeta, narrador, periodista, diplomático. Se exilió durante la dictadura griega de 1967 a 1974. Militante progresista, en la restauración de la democracia en su país, intervino en ello activamente mediante el periodismo. Publicó los libros de poesía: Anonimíes (Anonimias); Martiría thanatu (Testimonio de Muerte); y Riyes sto jrono, Piímata (Raíces en el tiempo, 1970-1995). Al restaurarse la democracia en su país, trabajó como periodista en el diario ateniense Kathimerini, en el programa televisivo Paraskinio y en la sección de asuntos exteriores del diario Ta Nea. También ha sido asesor personal del ministro griego de Asuntos Exteriores para temas de cooperación política con la Unión Europea. En 1987 fue nombrado director de la Radio Nacional en Atenas. También fue consejero de prensa en la embajada griega en Buenos Aires.