English

Felipe Agudelo Tenorio (Colombia)

Fotografía tomada de Dos orillas

Por: Felipe Agudelo Tenorio

 

El  Guerrero 

 

El guerrero,
                     Otrora invencible,
Modesto recupera
Su indiscutible lugar entre los asesinos.
Y pierde su aureola,
                                 Su corona de miedos,
Sus antiguos títulos, su pedestal en la leyenda.
Un hedor a sangre y monedas lo precede,
Un aletear de buitres gordos anuncia su llegada .

 

            Momento 

 

Se irán llevando,
Como una hoja en blanco,
Lo que en tántas noches
No fueron capaces de decir.
El cuerpo mudo
Y los labios del flautista
Abandonarán la escena:
La plaga de las luciérnagas
En el jardín
Y el portón semiabierto
A la calle mojada,
Como una grieta donde duda la luz.
Y el ojo solo guardará
Una estampa,
El paso de las siluetas
Y la manera
En que se desvanece la espalda del amante.

 

 

        De  Tarde 

 

Llevaban a lavar
En el mar
La sola sombra
De sus caballos de monta.
Pero era otra clase de mar
Y una marca nueva de jinetes,
La que venía al galope
Desde los algodones de la infancia.
Era un baño de mar,
En un mar sin el azul y sin olas,
Sin pandillas de pájaros al vuelo.
Un mar sin horizonte
Ni soles hundiéndose
En el bolsillo de la tierra.
Un mar de negra sal
Haciendo espuma
Sobre la crín de los caballos.
Y después:
Los hombres en silencio
Se fumaban sus tabacos,
En un patio
En el que se habían secado los almendros.

 

                 Dunas   

 

Han críado la herida para el polvo
En el curso de la sombrilla prohibida,
En la candela de la huella rumorosa
Y en la bifurcación inhóspita del beso.

La espuma ha domado las puertas
Y el griterío de las arenas,
En su perpetua orgía,
Cocina una pluma y dos granos de azul.

Algo que se extravió desde el comienzo
Desciende como un dios nuevo
Hasta las dunas,
Donde las muchachas lavan sus orines
Con jabón de sal.
Y más allá: en los telones de la tarde
Los peces se suicidan lanzándose al cielo.

 

  

                 Premio  

 

Cruza bajo el ala del búho
La bahía iracunda
Y sus veleros dormidos,
La arena donde los muertos recobran su poder.

Allí se despoja de su corona,
Con un ademán copiado y pusilánime,
El rey de una baraja vieja,
El cómplice del tahúr que lo reparte
Como al botín de una victoria
Tergiversada por la lengua del arúspice,
En los manejos del instrumental de una autopsia
Que sólo persigue el oro de los vaticinios
En las entrañas expuestas del delfín que agoniza.

Esta es una noche, una noche para no ver,
Para detener al adivino,
Para no visitar las cocinas del sueño
Donde los trozos del amor
Hierven en los calderos humeantes
Y sus vapores de especias,
En una sopa promiscua de recuerdos.

Pasa, entonces, algo así
Como si te ganarás, cada mes, la lotería
Pero el billete te costara más que el premio.

 

               La  Tercera    

                                                   
Era un clavel y un niño herido:
Digamos que un pájaro y la sangre,
Un camino roto por la huída
                         De un ángel prematuro.
Y había un sabor esperando en la saliva
                         De un beso de aeropuerto.
Y era septiembre y había una corriente de luz,
Un grito a solas
Huyendo de un cuerpo abandonado,
Una camisa que colgaba al sol,
Blanca, pero con blancura de recuerdo.
Y era el olor de la fruta abierta,
Digamos una niña trepada en un columpio,
Viendo un país, al vuelo, por encima de la tapia.
Pongamos, ahora, una canción y un tris de humo,
El aviso de un escorpión en alto,
Una puerta y dos tardes a la misma vez,
El paso de pluma de un relámpago cansado,
                 El silencio como un martillo de la tarde
Y una nube perfumada en marihuana.
Debemos decir que con esta tres veces ha estado,
En el verde jardín,
La mujer de las trenzas
       Y tres veces mi miedo quebrándome las manos.

 

 

          Temporada  

 

Era oscura la temporada
Que seguía
Al vértigo de los ascensos.

Parecía que era suficiente
Con estirar las manos
Y apartar las astillas de vidrio
Para alcanzar cuerpos escritos en braille.

Y un solo ademán sobre los puentes
Bastaba para que el silencio
Se encontrara a su otro silencio.

La búsqueda tropezaba en el hallazgo
De un nuevo lenguaje
Donde el amor no tenía necesidad de nombre.

 

 

           Cuestión de Fe

 

Dios,  que tú estés en todas partes,
No lo sé;
                 No te encuentro.
Soy la falla en tu plan.
Pero sí doy fe
Que te encuentras entre los muslos
De todas las muchachas
Y que cuando tienes ojos
            Son ojos de mujer enamorada.

 

 

             Saber

 

En la palabra montaña

Nunca encontrarás la montaña,
Ni la palabra nube
Tocará jamás la nube,
Tampoco en la palabra amor
Estará el amor,
Ni en las tres sílabas de tu nombre
Te hallaré más.
Sin embargo,
                         En esta tarde
En que regresa la luz como una herida,
Montaña, nube, amor y tú
                                          Son mi consuelo.

 

 

                Las  Voces   

 

Como los jadeos de la ropa que el loco
Pone a secar en los riscos,
La recitación del mar pule una métrica
Y una ola negra
Se engarza en los encajes de la viuda
Que jamás perdonó la herida nupcial
Y como el cuervo camufla
El brillo de su plumaje
En el insulto aéreo del carbón celeste.

 

Oh, marea:  marea insuficiente,
No alcanzarás con tus colmillos
Ni las primeras casas averiadas,
Donde despatarradas las familias
Engañan con el sueño el chillar de sus tripas.
No podrás volcar tus abismos en las arenas
Ni instaurar un fondo definitivo
Donde el orgullo del cielo
Ceda ante el esplendor de las medusas
Que cabalgan sobre los lomos del agua.

A esta oscuridad la rebana un amor atroz,
Un viento ciego y una agua ensordecida,
En uno de esos coitos que sólo deja víctimas.
Y es que un abandono gemelo nos arrancó,
Como si bajar y subir
Condujeran a una misma manada de potros
A las cuchillas de un cadalso
Donde nadie y donde nada hace el oficio de verdugo.

Pero, ¿qué dice el mar?  ¿qué recita?
El mar siempre está diciendo
El nombre de todos los ahogados,
De todos los perdidos, de todos los tentados;
La sigla de cada barco hundido
Y la fecha de todos los naufragios.
El mar siempre repite las últimas palabras
De todos los que acoge:
Sus ruegos, sus blasfemias: su amor, su llanto.
Todo se lo traga el mar menos las voces
Y son voces lo que el mar devuelve,
Voces que se mezclan en la calma
O se hacen furia en el oleaje.
Allí están las voces: para que cualquiera las escuche.

 


Felipe Agudelo Tenorio   Nació en Bogotá. Poeta y narrador. Ha publicado una novela, “Las Raíces de los Cielos”. Dos libros de cuento, “Las Noches del Búho”  y “Cosecha de Verdugos”. Tres libros de poemas, “Señales de Humo”, “Oráculos Ausentes” y “La Balanza Encantada”. Ensayos, cuentos y poemas suyos han sido incluidos en diversas antologías dentro y fuera del país. Ha formado parte del consejo editorial de varias revistas culturales en Colombia, México y Francia. Ha organizado festivales internacionales de poesía en México.

Última actualización: 06/11/2021