GUADALUPE GRANDE (España, 1965)
GUADALUPE GRANDE (España, 1965)
Bodegón
Las nueve y la cocina está en penumbra:
estoy sentada ante una mesa tan grande como el desierto,
ante unos alimentos que no sé cómo mirar,
y si les preguntara, ¿qué me contestarían?
Son naranjas de una cosecha a destiempo,
mandarinas sin imperio,
acelgas verde luto,
lechugas verde olvido,
apios sin cabeza,
verde nada,
verde luego,
verde en fin.
(Bandejas de promisión
en el condado del desamparo.)
La tarde se dilata en la cocina
y aquí no llega el sonido del mar.
La soledad de las naranjas se multiplica:
no hay pregunta para tanta opulencia,
aquí, en la serenidad de esta banqueta de tres patas,
rodeada por una muralla de mandarinas huérfanas,
una legión de plátanos sin mácula,
un bosque de perejil más frondoso
que la selva tropical.
Alimentos mudos y sin perfume:
os miro y sólo veo una caravana de mercancías,
el sueño de los conductores,
una urgencia de frigoríficos
y un rastro de agua sucia atravesando la ciudad.
Es tiempo de la cosecha del humo
Ha llegado el momento de trasegar con la ceniza hacer pan con las pavesas y repartir esta ausencia que nos queda entre las manos Es un epitafio el rostro de los días
Y también mi rostro es un epitafio
unas pálidas palabras que una vez estuvieron llenas de furor y ardieron con más tenacidad que tu rencor Padre
Era necesario quemarse era necesario dejar que ardiera mi rostro de boca en boca hasta llegar al hueso y luego calcinarlo hasta llegar al humo y su desolación
Vino antes el vuelo de las polillas y mi nombre se preñó de oscuridad. Dicen que he engendrado la estirpe de la furia pero no lo creo así
No toda oscuridad es alimaña ni toda luz arcángel
Mi rostro es un epitafio mis palabras se han deslizado en el desierto dejando unas huellas que son harapos de fugacidad unas huellas más temblorosas que el diminuto rastro del escarabajo sobre la arena
Inauguré un páramo en el que impera el aliento del desahucio
Lo que una vez fue irreverencia es hoy amargo cansancio
Oficio de crisálida
Durante un tiempo estuve muerta:
hubo hambre y cansancio,
y el sonido del mar y el aroma de los alimentos
y la luz de la vida poblándose, reuniéndose;
pero algo estuvo muerto.
(nada existe más allá del instante
nada germina nada surge
las horas pasan sin hacer ruido
niebla que empaña cuanto toca)
Fue imposible rastrear los pasos en el tapiz
y ni siquiera hubo obstinación,
pues lo primero que un muerto pierde es la memoria;
comencé a olvidar sin ningún plan ni itinerario
y no hubo signo premonitorio
que advirtiera la llegada de esa calamidad.
(acariciaste mi sombra afanosamente amor
pero entonces ya estaba muerta
hilachas de deseo en la piel y espuma muerta en
la boca
que estar muerto es triste y dura mucho e indigna a
quien lo presencia)
Durante un tiempo estuve muerta
como una crisálida guardada en una caja de cartón,
detenida en el umbral, olvidada del gusano y de la mariposa.
Instante perpetuo, cómo duele despertar de tu sosegada indiferencia,
de tu dócil y atónita bondad.
La vida nos sabe a poco
el mar no nos basta
Somos un signo de interrogación
que ha perdido su pregunta