CHARO GUERRA (Cuba, 1962)
CHARO GUERRA (Cuba, 1962)
Alegato triste de E.C.
Ya nadie transpira de emoción al presentir mi paso,
mis palabras convierten en mueca las sonrisas,
mi padre Sir Tomás asume con desprecio
la desaprobación a sus sermones.
No hay tal lugar, le digo,
usted mismo eligió los hilos de Utopía
y yo bebí de su caudal enfebrecido
la religión del agua transparente
que una legión de fieles venera todavía.
Fueron falsos los dioses,
tomaron las nimiedades de mis letras,
anarquías del verbo que el hombre desconoce
y a las que puse fin en otro manifiesto
porque yo fui encausado por traficar con sueños,
confinar en el silencio a la alegría
y prohibir los excesos de tristeza.
Ésas fueron mis culpas.
Crucé dos armas tras mi espalda,
establecí murallas y estampé en su hondura las iniciales
del nombre con que después me persiguieron.
Esculpí la vanidad en los mejores mármoles del reino.
Yo sé que ahora habito una ciudad que no me pertenece.
Fundidos sus cimientos con mis manos
fue moldeada pro mí, pero no es mía.
Yo sé que ahora estoy solo.
En mi trono estoy solo y desconfío.
Étienne Cabet hace la ciudad *
Amanezco haciendo La Ciudad.
Vengo desde su centro con la paz en los ojos.
Día tras día levanto sus paredes,
pinto los corredores y dibujo paisajes en su cielo.
Mezclo estilos, visiones y hago casas abiertas a la luz.
Quiero que en su interior nada se esconda
como nada se esconde en la ciudad de Dios.
Trazo calles, diques, puentes, jardines.
Acomodo las aguas que bordearán su estancia
y fabrico nuevas señales a las vías
por donde voy e iré con mi culpa de amar lo que no tiene nombre.
Esa ciudad a la que doy otoños
dejará mañana de ser mía.
Nadie recordará que fundí sus cimientos y anduve aquí sus mediodías,
llorando la emoción de modelar su rostro.
Lo declaro en la Plaza Mayor, en un discurso ajeno
donde prohibo las estatuas
que imploran en frías rigideces
el privilegio de lo que nunca fueron.
Dejará mañana de ser mía
pero está libre ahora, cuando vengo a su noche y le susurro
y reconozco que en esa dimensión,
patrimonio absoluto de mi juicio,
la hallo impura, semejante a mí mismo.
Estoy haciendo una ciudad sin líneas divisorias
una morada para el tiempo.
*En tono de melancólico desprendimiento E.C. refuerza en este poema la paternidad del sitio al que, luego de fundado, llamó Icaria. Por la creación de esa ciudad muchos seguidores lo nombran El Maestro; otros, sin embargo, reprochan «la osadía de retomar un proyecto altruista que ya desde el Renacimiento había despertado la atención de los contemporáneos de Tomás Moro, verdadero precursor de la Utopía».
Pensando en las palabras
que se escapan
huyen de la frase
y en su lugar envían severas, cáusticas señales.
En las palabras que existen, físicamente hablando,
en el universo de las cosas tangibles-intangibles
como la memoria de una rosa o un rostro de anteayer.
(Dije rosa, ¿tendría que dudar?
¿Rehuir del uso, de los significantes, de las modas?)
«Estoy joyando», digo/dice mientras tomo frente al espejo
una fotografía con collares, anillos, y creyones.
No es la palabra, es la variación, el juego.
Fue la palabra quien se quiso cambiar,
tocar el rostro convidándolo a ser otro.
En las palabras pienso
como en un familiar que muere.
(Es decir, como algo vivo después del acto de morir.)
En las palabras que debían existir
porque lo que vivimos merece ser nombrado.
Ahora mismo tocado con su gracia. «Joyado».
Una persona,
como las palabras que van y vienen.
Pulcritud.
Imposibilidad de quienes articulan y disipan,
ofician los discursos,
y dibujan el fondo de una escena
Imantan, extorsionan, finalizan.
Ellas escogen la voz que tomarán.
Accidentadas.
Sonidos, silabeos.
Voces afónicas y claras.
Inflexiones.
Poderosas, hirientes, inexactas.
Las palabras imponen...
Uno piensa que las elige,
las atrapa, las posee, las dicta.
Cuando, en verdad, son ellas quienes deciden por nosotros.