Bassam Hajjar, Líbano
Por:
Bassam Hajjar
Traductor:
Joumana Haddad
Otro hombre
¿Todo se acaba de verdad?
Dejan las copas y las sillas
y yo me quedo aquí, solo
para apagar la luz y dormir.
¿Y si están escondidos detrás de las puertas
o detrás de las paredes,
esperando?
¿Y si, después de que yo cierre los ojos
la noche comienza en mi ausencia?
Las carreras del dolor
Ponte en marcha, si aún es posible ir.
Llévate la blancura de las paredes, el cobre de los potes y los silencios del paseo en las avenidas. Llévate los visitantes del aburrimiento, los deseos ciegos y el dinero artificial de las risas. Me he curado de mi tristeza y he enterrado sus cenizas en la grava.
La rechacé y la sepulté en las piedras. Curado de mi esperanza de curarme, la llevo en mí como una inflamación del cerebro o una hinchazón de los párpados.
Me he curado de tu amor. Ahora puedo vivir.
Unas pocas cosas que no sé
¿Cuándo entenderé su distante reposo?
El llevaba sus pocos haberes,
el dolor en sus ojos
el asma en sus nuevas ropas.
Él nunca miró atrás, como si conociese bien el camino,
pero se arrepintió de unas pocas cosas.
De éstas, sé del canario que murió de frío,
el anillo,
y su lentitud en partir,
como si ella lo hubiese apaleado por su propio mandato
y dejado los años para agobiarlo.
Él nunca miró atrás.
Él no había viajado por este camino antes,
pero los cipreses lo orientaban.
No había ni curvas en la carretera
ni giros
ni nada que entretuviera al ojo.
Un camino, como aire o un aliento,
vacío.
Un camino, como una oración,
como la soledad del habla ausente entre los amantes,
del anhelo del corazón para confesarse por su propia paz.
Una especie de apuro sin razón
Pero surgiendo en todas las razones.
Un camino como todos los caminos.
Saben ellos que tienen un comienzo
Y saben que serán trazados entre dos puntos hacia el distante horizonte.
Un camino como los caminos
Que no saben lo que se tiende bajo el horizonte
y que no reconocerían el horizonte
si no fuese por la caída del sol.
Él nunca miró atrás.
No vio a ninguno de nosotros.
Miró distraídamente a través de la entrada, y a la puerta
y luego rindió su mirada a las plantas de la terraza.
No vio a nadie,
pero dejó con nosotros su voz.
La suavidad de sus palmas.
No conocía este camino antes,
pero partió
confiado.
Un camino, como el ataque de inconciencia
que le privó de habla
y lo llevo a ser un demacrado espíritu en cama.
Un camino, como los callejones
que recibieron su estropeado cuerpo
con su tenue iluminación.
Un camino, como un sueño
sin final,
lleno de criaturas de tenues sombras y
silencio, como si fuese un santuario de seres sin voz.
Él no miró atrás,
entonces el canario que murió de frío,
el anillo en su caja,
y sus dos pies hinchados
se negaron a ayudarle en el viaje.
¿Cuándo comprenderé su distante reposo?
Ella acariciaba a su hijo
Cuando le dijo: “Si atrapas a la mariposa
La mariposa te enseñará a volar.”
Ella llevaba sus pocos haberes,
el brillo ambiguo en sus ojos,
el quemante sol de verano
y su nuevo vestido azul.
Ella nunca miró atrás,
como si conociese bien el camino.
pero se arrepintió de unas pocas cosas
que yo no conozco.
Tal vez él ahora sepa.
Y tal vez ella no lo haga llorar más
En medio de los jarrones de albahaca, jazmín y cactus
Sólo unas pocas cosas
Un pañuelo blanco
dos bordes recamados
con azul
y rosa.
Un maletín de cuero
y en él papeles y bolígrafos,
pedazos envueltos de caramelo en barra,
un frasco de píldoras,
una corbata
y una foto de personas que partieron
de la cual él no hace parte.
Una estilizada
cigarrillera de marfil
luego una
de adornada resina negra.
Luego su renuncia
A fumar y el paroxismo de tos,
el hilillo de sangre en el pañuelo blanco.
Agua de Colonia,
una mezcla de aroma de tabaco,
jabón,
y dulces gotas en su ceja.
La silla de ratán
con el espaldar recto
cerca al jazmín de la terraza
o a la puerta de la sala de estar,
lejos de
aquellos sentados, muchos y ya idos.
La jaula del canario,
luego
la jaula sin el canario.
El dulce mazapán
del bolsillo de su camisa nocturna,
para mi hija.
El vaso de leche
con agua de rosas
y azúcar.
El vaso lleno,
La capa de fieltro.
El largo abrigo negro.
La mano delicada.
Las cejas.
El ojo alegre.
El ojo lloroso.
El reloj de pulso detenido.
La garrafa de aceite.
La cruz colgando
en su pecho.
La pintura enmarcada
en el muro,
una sonrisa neutral
para el fotógrafo.
Las medallas de viejos soldados
y llaves
de cajones, puertas y armarios
para siempre, cerradas.
Un largo ataúd.
Muchos lírios.
Bassam Hajjar nació en Tyr, Líbano, el 13 de agosto de 1955. Poeta, prosista, crítico literario, traductor, editor y periodista. Realizó estudios de Filosofía en la Universidad del Líbano y en la Sorbona en París. Investigaciones, artículos, críticas literarias y traducciones han sido publicadas entre 1978 y el 2002 en magazines tales como «al Fikr al Arabi al Muassir» «Nizwa» «Abwab» y en el periódico «Al Hayat». Entre 1979 y 1982 fue el editor cultural en el periódico «Al Nida», en Beirut. Fue confundidor y editor en jefe de «Al Mulhak», suplemento literario semanal del periódico «Assafir», Beirut y desde 1999 hasta el presente editor de «Nawafiz», suplemento cultural semanal del diario «Al Mustakbal», en la misma ciudad. Ha participado en varios recitales poéticos y conferencias en Europa y Asia. Parte de su obra ha sido traducida al francés, inglés, italiano y alemán. Libros de poesía publicados: Preoccupations of a Calm Man, 1980; I Recount As Though Fearing to See, 1985; If Only Your Hand, 1990; Cruel Professions, 1993; Book of Sand, 1999; A few Things, 2000 y You Shall Outlive Me, 2001. En prosa ha publicado: In the Company of Shadows, 1992; Lexicon of Ardent Desires, 1994; Simple Fatigue, 1994; Story of a Man who loved a canary, 1996; Elegy of Betrayal, 1997; Family Album Seguida por The passerby a Night Landscape By Edward Hopper, 2004. Como traductor ha vertido cerca de sesenta obras en el campo de la filosofía, las ciencias sociales y la novela, entre otros autores de: Martin Heidegger, Marguerite Yourcenar, Yasunari Kawabata, Italo Calvino, Umberto Eco, Gesualdo Bufalino, Tahar Ben Jelloun, Jacques Derrida, etc.