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Iván Oñate (Ecuador)

Fotografía tomada de la Revista Ómnibus

Por: Iván Oñate

Tango

Bendito seas tango,
porque en mis noches de rabia y dolor
me abracé a ti
sin importarme quién ponía la música
y quién el llanto,
quién esta niebla de adiós, quién
el reiterado argumento.

Bendito seas, pendenciero ritual
que en tiempos lejanos
únicamente
te profesaron los hombres. Ateridos rufianes
que tras demostrar la profundidad de su amor
con un cuchillo,
se abrazaban para el baile
y enrumbaban hacia las puertas del amanecer
con la misma cadencia
con que sus pasos
medirían la larga soledad de la prisión
día tras día,
ida y vuelta.

Taciturnos amantes
que en algún giro del bandoneón,
daban un salto
y caían
en la puntual cita con el destino,
en la atroz partitura
escrita desde siempre.

Tango,
crucifixión en smoking, curioso funeral
donde los muertos de amor
asisten a su propio velatorio,
engominados,
y con un corazón de plata
disparado al pecho.

Brusca melodía, en cuyos sótanos
aún se percibe el relámpago de la espada
o el de ese otro rayo,
quizás
más modesto,
el puñal con que se escriben
las épicas puertas adentro.

Bendito seas
porque en la nieve sucia de este amanecer,
algún desesperado,
algún muerto de amor,
en este momento se engomina
y te baila en llamas
abrasado por su sombra.

 

El esplendor en la hierba

Y en un instante,
en la maldita rebanada de un siglo
o de un segundo,
ves un lago,
ves un río, ves los árboles,

El verde paraíso donde un día fuiste feliz
y presientes los pasos de un dios jubilado,
de un dios indigente,

Un dios que va recogiéndolo todo
en un mantel desechable, en una bolsa inmunda
donde caen las cosas, los sueños
consumidos y muertos.

Todo,
irremediablemente todo
lo que ha de ser condenado al olvido
y a la podredumbre.

Porque el dios del invierno
es un empleado de motel, una carroñera divinidad
que empuja su carrito
por el largo corredor de la soledad
y apaga las luces del deseo
a quienes no merecimos el esplendor en la hierba.

 

Los huesos de Vallejo

 
Ya no veré París
 
porque el tren en que arribe
estará cansado, cargado de vacas, de banano chorreando moscas,
de borregos para el matadero, de jóvenes
que consultan su destino en libros prestados y
en estrellas ajenas,
 
de travestis
que se depilan al apuro y con dos monedas
de espuma,
 
de ilusiones,
 
de ojos como los míos
estará cargado,
 
y limpiándome la cara con un trapo
me iré con los brequeros filipinos, con
los jóvenes esclavos
venidos de la Arabia
a beber un litro de vino en alguna cantina,
en alguna mesa taciturna
donde apoyaré mis codos y dormiré,
 
dormiré
hasta dar con los huesos de Vallejo,
 
con la dirección
de alguien
que resultó ser un terreno baldío,
 
o con los ojos
de la portera
que despertándome
me lanzará fuera, afuera de la pensión
y me encontraré en una plaza
rodeado
por desconcertados muchachos, que como yo,
nada saben
de los que vinieron
o no vinieron, de los que se quedaron en el mar o
en una cantina
dándole vueltas a París,
 
como en este sueño.
 
 
                                               De Anatomía del Vacío (1988)
 
 
 

Banda de rock


 
Ah
Loco pasado
 
Bella juventud
Con sus ansias de vivir
No una
Sino mil veces
 
Sin sospechar
Que por pura simetría
Por pura paradoja
Por simple equilibrio de las partes
 
Quien ama más de una vez
También
Morirá muchas veces.
 
 
           De La nada sagrada (1998)
 
 
 

Biografía apócrifa de Borges


 
a María Esther Vázquez
 
Madre
apiádate de Borges
el enamorado. Cuídalo
que no resbale. Tu niño está preso
de la peor de las cegueras,
esa que permite ver la luz
del otro lado, de todo
lado.
 
Luz que no pudieron sospechar
y peor
tocar las palabras.
 
Ayúdalo a vencer
los oscuros temores
que heredamos en la sangre y
esos otros,
más profundos y terribles,
que se esconden entre las páginas
de los libros.
 
Madre
consuélalo por la fatiga,
por el insensato propósito
de renunciar a ser Borges, aquel
en cuyos brazos
jamás desfalleció la mujer amada.
 
Anúnciale
que los materiales de un poeta
son la humillación y la angustia.
La convicción inexorable
de un destino desdichado.
 
Recuérdale
que conocerá la gloria. A su alrededor
se levantará un universo, un mundo
embellecido por su álgebra y por su fuego,
una ciudad
querida y detestada.
 
Una ciudad
donde millones de seres
tomarán el ascensor o el subterráneo
pero con la certeza
de haber perdido su destino.
 
Una ciudad
donde existe la única mujer. La única.
Y ella no lo ama.
 
                    De La nada sagrada (1998)
 
 

La caída

 

 Señor Dios del insecto,
de la ameba
que desasosiega al intestino recto. Dios
de la fatiga que levantó al Duomo de Milán
para que en la niebla
se manifieste. Dios
del ingenuo
que se toma fotografías
arrimado a la torre de Eiffel. Dios,
 
del otro ingenuo
que se toma fotografías
arrimado a la brevedad de un ángel. Dios,
 
de la música y del silencio
pero también del verdugo
que afina su instrumento. Dios,
de lo vivo y de lo muerto
 
De los que deliran
olvidados
en la estantería atroz
de una morgue. Dios
 
que se nombra cuando se alcanza la cima de un orgasmo
pero también
cuando hay que reconocer lo querido
en el fondo de un cajón
o de un abismo. Dios,
 
de lo que nace y muere
y en el trayecto se corrompe. Dios
 
de mis padres y de mis hijos
venidos o no pero al fin hijos. Dios solitario,
colega que tachonas ciego
un borrador incesante, afrentoso. Dios
sin Dios para tu perdón, sin Quién
para que te corrija.
 
Dios sin recursos a Ti mismo.
Dios abandonado, Dios
ateo.
 
                     De Anatomía del Vacío (1988)


Iván Oñate nació en Ambato, Ecuador, el 17 de marzo de 1948. Poeta y narrador. Cursó estudios universitarios en Quito, Argentina y España donde realizó el doctorado en Comunicación (Semiótica) en la Universidad Autónoma de Barcelona. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, portugués, griego e italiano. Actualmente es profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Escuela de Ciencias del Lenguaje y Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central del Ecuador.

Obra publicada: Estadía Poética, 1968; En Casa del Ahorcado, 1977; El Ángel Ajeno, 1983; El hacha enterrada, 1987, cuentos, siete ediciones; Anatomía del Vacío, 1988; El Fulgor de los Desollados, 1992; La canción de mi compañero de celda, prosa poética, 1995 y La nada sagrada, 1998; La frontera (Editorial Arquitrave. Bogotá, 2006); El país de las tinieblas (Ediciones de Medianoche. Mexico, 2008); La fiel literatura (Ediciones de Medianoche. Mexico, 2018).

Jean Franco y Jean-Marie Lemogodeuc, autores de la Antología de la Literatura Hispanoamericana del Siglo XX, publicada en Francia, dicen de él: «En él se agita probablemente el poeta más original de la nueva generación: hay que estar atentos a sus visiones inquietantes, a su gusto por la vida y el vértigo, a sus locas revelaciones mezcla de angustia y delirio. A su vez, para el poeta ecuatoriano Filoteo Samaniego: «Oñate sigue su propio camino y por él continúa, convencido, decidido a permanecer en él, como antes lo hicieron Lautréamont, Pablo Palacio o cualquiera de aquellos poetas que se negaron el derecho a la sonrisa». El poeta norteamericano Alfred Corn escribía este criterio: «He confirmado la impresión que tuve de su maestría extraordinaria en el arte de la poesía. Además de eso, usted dispone también de una habilidad persuasiva por la ficción. Pocos poetas pueden pretender otro tanto, pero su obra se ofrece como una prueba de esa posibilidad. La fusión de la filosofía y la imaginación para formar una nueva amalgama misteriosa y musical. Su originalidad, se deja sentir fuertemente cuando uno considera ambos estilos a la vez». El periodista y escritor uruguayo Kintto Lucas escribía así de Oñate: «Emisario del dolor y la algarabía, del sueño y la realidad, del relámpago y las utopías, de la interrogante y el desasosiego, este el mejor mensaje de una generación de poetas desgarrados por la pelea diaria contra las sombras».

Última actualización: 09/11/2021