Pedro De Oraá (Cuba)
Por: Pedro De Oraá
Afirmación de la palabra
La luz de la ventana da en el papel desierto
y la mano cuantiosa deslizándose
lo llena de frases serpentinas
que germinan en el silencio entero del cuarto, de la casa,
no sólo en el silencio de mi cuerpo.
En la sagrada palidez de la página
estoy viendo las nubes, el azul de la noche transparente en el día;
el gris y el violeta de las sombras inconstantes,
la luz inverosímil que alegra o entristece
según quieran el azul y las nubes.
Es entonces la voz algo más que palabras
incisas en la dócil espalda del papel.
(¿Cuándo fue la palabra importuna, regalándonos siempre
un ámbito próximo a los mundos yacentes?)
En la luz diferente de otra tarde
tomaré aquel papel poblado ya de signos,
o esta página aún desértica en horas,
y la palabra invocará de súbito
el momento en que fuera gestada:
una noche de frías estrellas, un día lluvioso,
o en azul de frenético sol, o en umbría de gris doloroso,
y esparcirá el silencio, este silencio
del cuerpo que la palabra habita,
que es el silencio del cuarto, de la casa
y el silencio del mundo.
Novísimo amor
Ven
mi amor vamos
a hilar la eternidad de la noche
con el sacramento del semen
vamos a sepultar nuestros pies en el humus
para oír los brotes el latido de esa brizna
que crece hasta las vísperas de nuestra muerte
ocupa nuestros ojos y con ellos contempla
la noche única y vasta
que alberga el soplo de mi nombre
Quién que no fueres prepara mi baño
quién que no fueres plancha mi camisa
quién que no fueres zurce mi herida
quién que no fueres aplaca mi hambre
Vamos amor a respirar la noche
a descifrar sus ánimas
a escoger el arroz innúmero titilante
a musitarnos la verdad perdida de sus remotas praderas
Vamos a conjurar la luz del alba
Quién que no fueres calienta mi almohada
quién que no fueres cuece mi deseo
quién que no fueres estampa mi pañuelo
quién que no fueres enjuga mi querella
En ti la noche se desliza
y en tu cabello de pizarra la vía láctea
y en tus ojos de cuarzo resina de abeja
y en tu boca el picor de la sierpe
En ti anida la noche
y en tus senos las rojas grosellas del vino
y en tu vientre el rumor de la estirpe
y en tu sexo el gusano de seda
Eres la que aguarda en mi puerta
eres la que tolera mi silencio
eres la que mitiga mis fiebres
En ti se ensuelve la máscara de mi desamparo
Leo en ti el firmamento
Vamos a hilar la eternidad de la sangre
Vamos a ser la noche misma
Principesca
aparece
en los directorios de bolsillo en las billeteras
su nombre y su imagen ocupan un sagrado
cautiverio
quebrantado a la caída del crepúsculo
por el imperativo del fuego entre dos presencias desde la mañana del hombre
crece se acerca
su esplendente silueta
es Ella la manzana y la serpiente
es Jezabel es Lucrecia
es Raquel y Rebeca
y Sarah y María es
y Martha y Magdalena
pero también la mujer de Lot la curiosidad
misma
el arquetipo de Dante la belleza inasible
la dama de Elche la incógnita infinita
y es la estela detenida la memoria irreductible
apelaciones a sombra y luz de ayeres
en los que se abisman
cuerpos imposibles
que son ya sólo nombres
pero Ella es también el lado del corazón
la perennidad de aquellos que al último disparo
guardan en el socavón de la tierra el eco de su grito
y asume por igual
la inspiración del peligro
el riesgo de la vertiginosa muerte
el odio igual
contra los ensangrentadores de pupitres
de surcos y de fábricas
del lecho hospitalario y la mesa doméstica
Ella es también el brazo sobre los intestinos de
la máquina
la presteza que hace del telar y la aguja
las maravillas del pudor
la delicada fuerza sobre la flor del tiesto
y la cosecha
la ley de los misterios y pruritos de la casa
la infatigable génesis
el claro día del hombre
perdida tantas veces hundiéndose en el tiempo
siempre reaparece
bajo un rostro imprevisto
bajo otro amado nombre
DEL HUÉSPED ESCONDIDO
Sale de noche y sólo
sí la cubren las sombras.
Vive bajo el terror
(un miedo milenário
al hombre que la hostiga
y la aplasta.)
Intuye la muerte,
Presiente las catástrofes.
Huye, perpetuamente huye
en los trenes, los barcos, hasta
creo haberla visto
en el retrete de los aviones.
Su pertinácia es admirable,
la infinitud de su especie un asombro.
¿Que extraño soplo
la desestabiliza?
Acaso sabe
que sobreviverá a su enemigo
en la noche avernal de la Bomba,
pero no sabe cúando ni si será posible.
DEL HUÉSPED INCULTO
Lee desaforadamente
cuanto libro tiene ante sí
este absoluto analfabeta.
Es decir, los escruta
de tapa a tapa como esa máquina
que perfora la montaña del subsuelo
y sabemos que está ahí,
entre los volúmenes y bloques de papeles,
por esa perfecta caverna
con que los traspasa y marca
la bala de su exilibris.
De que le sirve su falaz erudición
a tal parásito de la literatura:
nunca será suficiente su voracidade
para exterminar la memoria
en tanta página depositada.
DEL HUÉSPED FURTIVO
Apenas pisa el umbral: llega
de muy lejos al sol de este día
y al filo de este instante.
Nada quiere la vagamunda
excepto encontrar esa piedra
en cuyo lecho dormirá otro siglo.
¿Es la misma a la que ayer
cortábamos la cola para ver
la convulsa autonomía del fragmento?
Mientras resuella de su largo viaje,
me cercioro de que sí y en efecto
se ha desdoblado enteramente
para ser otra vez la de otrora.
Se retira de súbito
y queda entre su ausencia y mi ánimo,
como una piedra, el tiempo.
Pedro de Oraá (La Habana, 23 de octubre de 1931 - La Habana, 25 de agosto de 2020). Poeta, narrador, ensayista, crítico de artes plásticas y pintor. Sus poemas tempranos aparecieron en la revista Orígenes. Fue Director Artístico de la revista Unión, órgano de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Obtuvo la Distinción por la Cultura Nacional de Cuba (1995). Publicó, entre otros, los poemarios: El instante cernido, 1953; Estación de la hierba, 1957; Destrucción del horizonte, 1968; Apuntes para una mítica de La Habana, 1971; Suma de ecos, 1989; Umbral, 1997 y la antología personal Cifra, 2003. Además el ensayo Tiempo y poesía, 1961 y los relatos Vida secreta de la Giraldilla, 2003. En «Apuntes para una cifra», sobre la antología Cifra, Basilia Papastamatíu afirma: «nos sorprende encontrar tanta sabiduría del lenguaje y tanto sentido de la imagen en los versos de un poeta cuando aún era un joven de apenas veinte años de edad. De modo excepcionalmente precoz, este autor alcanzó una notable madurez poética y de pensamiento, como advertimos en sus primeros poemarios, Suma de ecos y El instante cernido, porque contienen ya una cosmovisión, hacen una profunda indagación sobre los misterios de la vida y del universo. Hurgan en el espacio que lo circunda, en el paisaje, en la apariencia y transformaciones de la naturaleza para encontrar en ellos señales esclarecedoras de la inserción humana en el concierto universal con una certidumbre casi panteísta. «"arrojadamente escribe versos de imágenes díscolas o exuberantes, de riqueza verbal e imaginativa, con el preciosismo y el barroquismo que en esa época atraían a otros de sus contemporáneos, notoriamente a Lezama Lima. «"Luego el verso se hace versículo, se expande, quiere envolver al lector con su magia. Se regodea en lo excesivo, en el hedonismo, en la reconstrucción mítica de la realidad y hasta de necesidades vitales como la comida o el sueño. Después, sin abandonar su gusto por lo culterano y ampuloso, se detiene en una zona sombría de la urbe y en sus anonadadas criaturas. La poesía de Pedro de Oraá comienza a dar cuerpo, temporalidad e historia a lo que nombra. Sus poemas surgen cuando se está gestando una épica que nace en las calles y de las muchedumbres. Del hombre, hasta entonces innominado, recupera su avidez por comunicar. Incursiona decididamente en las contingencias inmediatas de la vida. Rescata la rudeza del habla cotidiana y la crudeza de la realidad ambiental. Se detiene en hacer un meticuloso retrato de personajes urbanos, pero sin embanderarse plenamente en el coloquialismo, siempre inclinado a la depuración esencialista, siempre fiel a su vocación por lo trascendente.»